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La Revista

Argentina: la deuda de Rivadavia a CFK

Hace 190 años la Argentina contrajo deuda externa por primera vez. Los términos desfavorables para el país y la corrupción fueron desde entonces las constantes que orientaron los sucesivos endeudamientos que condicionaron el accionar de los gobiernos.

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Historia deuda externa
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La deuda externa cabalga buena parte de la historia económica argentina. Desde los primeros años de vida independiente los créditos fueron acumulándose y con ellos las dificultades de pago. Problemas fiscales y endeudamiento se entrelazaron y se potenciaron. La dependencia de los ciclos económicos internacionales y de las políticas de las metrópolis imperiales tuvo en el endeudamiento externo un mecanismo principal de transmisión, en el que influenciaron la coyuntura interna y los intereses locales igualmente responsables. Se negociaron y re negociaron créditos a tasas elevadísimas y condiciones lesivas para la soberanía nacional privilegiándose la especulación y el consumo suntuario. Como ese endeudamiento no se anudaba con un fortalecimiento del aparato productivo, se desencadenaron profundas crisis monetarias, fiscales y de balance de pagos.

DE LOS ORÍGENES A LA DÉCADA INFAME
El primer hito en la historia del endeudamiento argentino fue el empréstito Baring contraído en 1824 bajo el gobierno de Bernardino Rivadavia. Ese préstamo preanunciaba todos los vicios que caracterizarían a los endeudamientos futuros: sobre tasas, corrupción, condicionamientos externos, desvío de fondos. Su monto era de un millón de libras esterlinas y su pago se garantizaba con bienes, rentas y tierras del Estado de Buenos Aires. La casa británica tomó el empréstito al 70 por ciento de su valor nominal y dedujo por anticipado 120 mil libras en intereses y 10 mil libras en calidad de amortización por dos años. En definitiva, el gobierno de Buenos Aires recibió 570 mil libras. Además, en lugar de remitir el oro correspondiente, la Baring envió la mayor parte en letras de cambio contra comerciantes británicos radicados en Buenos Aires para que ellos abonaran las sumas indicadas al gobierno provincial. Los fondos no fueron aplicados a las obras programadas: una parte se destinó a la guerra con el Imperio del Brasil y otra parte se utilizó en créditos a terratenientes, comerciantes y financistas que los emplearon en negocios y actividades especulativas. En 1857, cuando la deuda ascendía a 2.500.000 libras, el gobierno provincial concretó el arreglo definitivo para el pago de la deuda, reconociendo intereses atrasados por l.641.000 libras, pero recién a principios del siglo XX el empréstito se canceló. Bajo el gobierno de Bartolomé Mitre se produjo la primera corriente importante de inversiones extranjeras hacia la Argentina, que duró hasta la crisis de 1873-1875. La mayor parte de esos capitales eran empréstitos gubernamentales. En este período, los préstamos apuntaban a cubrir necesidades presupuestarias, en especial los gastos de la guerra con el Paraguay. La crisis mundial de 1873 detuvo el flujo de capitales, lo que imposibilitó el pago de los intereses de la deuda. Entonces el presidente Nicolás Avellaneda pronunció una frase célebre que se aplicaría a crisis posteriores: “Debemos ahorrar sobre la sed y el hambre de los argentinos para honrar los compromisos públicos”.A principios de los 80, bajo la presidencia de Julio A. Roca, se intentó sostener la vigencia del patrón oro y de una moneda convertible. Alentada por la consolidación del régimen político y los recursos del país, se produjo una nueva corriente de capitales –inversiones directas y numerosos empréstitos–, de mayor magnitud que la anterior. El principal objetivo era el transporte, obras de infraestructura, el comercio y las finanzas. Pero el cóctel de endeudamiento y exageración en las expectativas de expansión agro exportadora transformaron en 1885 la euforia en crisis; la balanza comercial persistía negativa y no podía hacerse frente al pago del servicio de la deuda. La confianza se restableció mediante un acuerdo con los intereses extranjeros, ávidos de los altos beneficios y las facilidades que se les brindaban, aunque desde entonces habría dos sistemas monetarios: el papel moneda nacional para uso interno y el oro y la libra esterlina para las transacciones internacionales. Miguel Juárez Celman, sucesor de Roca, a quien le interesaba más la llegada de capitales externos que la estabilidad monetaria, creó la Ley de Bancos Garantidos, un eufemismo, pues esos bancos sin capital propio garantizaban su emisión endeudándose en el exterior. En pleno auge del liberalismo, la especulación desenfrenada y los negocios turbios produjeron una fuerte corrida bancaria y cambiaria, la quiebra de bancos y empresas, un proceso inflacionario que no pudo contenerse, ajustes fiscales, el deterioro del poder de compra de la población y, finalmente, la cesación de pagos. La crisis de 1890 se conjugó con una revolución política y militar e intrigas palaciegas que terminaron con la renuncia de Juárez Celman y la asunción de Carlos Pellegrini. La Banca Baring, agente financiero del gobierno, estuvo a punto de pagar por este hecho, y por sus malos negocios, con una quiebra, de la que fue rescatada por los británicos y por las nuevas autoridades locales. Esta vez las negociaciones con la banca acreedora desembocaron en 1891 en una moratoria financiera que comprometía los ingresos de la aduana. En 1893 el “acuerdo Romero” estableció pagos anuales de montos similares, rebajó intereses y postergó amortizaciones, aliviando la situación y permitiendo un retorno a la normalidad a partir de 1897.En 1903 volvió a funcionar plenamente la Caja de Conversión y se reanudó el flujo de capitales. También aumentaron los intereses de la deuda, aunque los saldos comerciales favorables de esos años, en pleno boom agro exportador, permitieron cubrirlos y sustentar el crecimiento. Sin embargo, los gobiernos locales seguían apostando a los aportes externos y esa posibilidad dependía de la metrópolis, en este caso de Inglaterra. En 1913, en vísperas de la guerra, los capitales volvieron a escasear, lo que produjo otra crisis. Esto marcaba los límites del sistema.
La década del 20 fue de extrema volatilidad. Por el auge de Wall Street, hacia 1928, hubo una gran fuga de capitales que hizo fracasar el retorno al patrón oro propiciado por el gobierno de Marcelo T. de Alvear. Esto anticipaba la crisis de 1929, la más importante del capitalismo hasta entonces. La Argentina se vio expuesta a una drástica caída en los términos de intercambio y a una reducción de las exportaciones, mientras las potencias repatriaban capitales y mantenían políticas proteccionistas. En 1930, bajo la dictadura de José F. Uriburu, la Argentina continuó con el servicio de su deuda, aunque con medidas para ajustar los saldos comerciales y controlar el mercado de divisas. La crisis global imponía fuertes restricciones en los mercados internacionales, lo que implicaba la imposibilidad de tomar nueva deuda. Con la creación del Banco Central en 1935 y el pago con reservas monetarias de deudas en EE.UU. bajo el gobierno de Agustín P. Justo, el endeudamiento comenzó a reducirse.
El estallido de la Segunda Guerra permitió enhebrar sucesivos superávit comerciales. Las exportaciones se mantuvieron en altos niveles mientras las importaciones estaban debilitadas por el contexto bélico. Esto permitió acumular reservas, aunque gran parte de ellas estaban constituidas por libras bloqueadas con garantía oro en el Banco de Inglaterra. Esto significaba que Londres, el principal cliente comercial, no podía adquirir en efectivo nuestros productos y se transformaba en un país deudor.

Por Mario Rapoport
Economista e historiador. Profesor emérito de la UBA

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