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La Revista

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Fernando Amato nos cuenta que en la época de las sufragistas, una periodista de nuestra revista, Adelia di Carlo, fue una de las primeras en tener una mirada de género en sus notas e investigaciones.

 

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Por Fernando Amato. La “vieja” Caras y Caretas no tuvo la mejor de las relaciones con el feminismo. Solía burlarse de sus líderes y ridiculizarlas en sus caricaturas, masculinizando sus figuras y tratándolas como Quijotes en lucha por quimeras imposibles. Pero así y todo, una de las primeras dirigentes feministas fue durante 27 años redactora de la revista. A ella se deben importantes notas biográficas sobre las más importantes feministas de nuestro país. Adelia di Carlo fue la primera periodista en recibir un sueldo por sus publicaciones.

A pesar de haberse recibido como maestra en el Normal 1, comenzó su carrera como periodista en 1907, como cronista social, en el vespertino El Tiempo, que dirigía Carlos Vega Belgrano cuando apenas tenía veintiún años. Un día, José Ingenieros leyó uno de sus artículos y facilitó su ingreso en el periódico La Argentina, donde fue redactora y jefa de sección. Mientras, colaboraba también en Caras y Caretas, P.B.T., La Razón, La Patria, La Mujer, El Hogar y Estampa. Escribió los libros La canción de la aguja, El hijo del guardabosques, Astillas de sándalo, En las viejas capillas, Cartas de amor y En espera de la hora. También creó la Asociación Cultural Clorinda Malto de Turner. Desde su fundación, en 1919, fue secretaria de la Asociación Pro Derechos de la Mujer. En 1932 la sorprendió la muerte de su amiga Julieta Lanteri. Ambas eran sufragistas.

En plena década infame, el curioso accidente en que falleció llamó su atención. Así lo expresó en la página 99 de la edición Nº 1.744 de la revista, del 5 de marzo de 1932, en dónde la homenajeaba pero también sembraba dudas sobre las circunstancias de su muerte:

Cuándo se escriba la historia del feminismo en nuestro país, se hallará su símbolo y su encarnación viviente en la doctora Julieta Lanteri, gran exponente de perseverancia y de elevación en la misión impuesta.

Ahora que se comenzaba a vislumbrar el triunfo de los ideales feministas por los cuales bregó incansable en los últimos veinte años de su vida, desaparece la doctora Lanteri víctima de un accidente de automóvil.

Hace más dolorosa la circunstancia que ha provocado su muerte, el hecho que ella temía ese trágico fin. Médica, socióloga, conferencista, luchadora infatigable, propagandista de ideales de justicia, no se dio tregua, ni se entregó jamás vencida. Su fe y su esperanza se renovaban constantemente, lo mismo que sus bríos y su tesón en el esfuerzo. La doctora Lanteri ocupó siempre su puesto de vanguardia sin que la arredrara la montaña de dificultades que surgía en su camino.

No se intimidaba ante los ataques, ni ante las burlas; el ridículo no era fantasma capaz de asustarla y la indiferencia parecía no conmoverla. Mujer valiente, fuerte, enérgica y perseverante, estudiosa, inquieta, trabajadora, espiritualista, generosa, alentadora de la juventud de la cual gustaba rodearse; alma de niña siempre fresca y soñadora, de consejo incisivo, de acción eficiente, la doctora Lanteri deja la siembra de nobles ideales en el almácigo preparado y regado por su esfuerzo y por celo incansable.

Después que se doctoró en nuestra Facultad de Ciencias Medicas, se dedicó al ejercicio de su profesión con verdadero entusiasmo, lo mismo que a plantear los problemas que el progreso social exigía. Durante su larga actuación comenzada en el Consejo Nacional de Mujeres, tuvo iniciativas que merecen recordarse. A ella se debe el primer congreso feminista internacional celebrado en América del Sur, que se reunió en Buenos Aires en 1910 para solemnizar el Centenario de la Revolución de Mayo.

A su iniciativa y a su labor, se debe igualmente el primer congreso internacional del niño, que se realizó también en la antedicha ciudad. En el primero de los congresos nombrados, la doctora Lanteri presentó dos trabajos de indiscutible mérito: “La educación social de la mujer” y “La acción de los gobiernos contra la trata de blancas”.

Esta gran líder del movimiento sufragista en la República Argentina formó parte del primer centro feminista fundado en esta capital en 1906, cuya denominación se cambió más tarde por el de Juana Manuela Gorriti. Fundó y presidió después la Liga para los Derechos de la Mujer y del Niño. Fundó y presidió igualmente el Partido Feminista Nacional, quien propició su candidatura en cada elección municipal o legislativa que se ha realizado en nuestra metrópoli desde 1919. La vida entera de la doctora Julieta Lanteri estuvo ligada a la propaganda feminista. Y porque fué un ejemplo acabado de energía de carácter que sabe mantener convicciones por encima de obstáculos y de sinsabores, su nombre debe ser pronunciado con cariño y con respeto en cada conquista que alcancemos o en cada etapa cumplida.

Ella nos abrió el camino en que la maleza de prejuicios y errores acumulados durante siglos, nos impedía el acceso. Vamos a entrar en la lucha sabiendo cuánto bien debemos las mujeres argentinas al espíritu tesonero de esta gran figura de luchadora desaparecida. Admirable es la herencia espiritual que nos lega la doctora Lanteri. Debemos ser dignas de ella y no olvidar el compromiso contraído con su sagrada memoria. Estará siempre unido a la pena que nos produce la suerte que le fué adversa, privándola de la satisfacción de asistir al coronamiento de su obra.

Julieta Lanteri caminaba por Diagonal Norte y Suipacha, en pleno microcentro porteño, en la tarde del 23 de febrero de 1932, cuando fue atropellada por un auto que se subió a la vereda… marcha atrás. El conductor huyó y Lanteri murió dos días después, en el hospital Rawson, producto de las heridas recibidas. “Hace más dolorosa la circunstancia que ha provocado su muerte, el hecho que ella temía ese trágico fin”, decía Di Carlo. Aunque la policía caratuló el hecho como accidente, la periodista (que también trabajaba en el diario El Mundo) comenzó a publicar una investigación que determinaba que el informe policial estaba borroso y no se podía leer el nombre del conductor, que luego resultaría ser David Klapenbach, un miembro del grupo paramilitar de derecha conocido como la Liga Patriótica y que tenía un frondoso prontuario. Como respuesta a esa publicación, la casa de Di Carlo fue saqueada por la Policía Federal.

A pesar de la denuncia periodística, el crimen nunca se esclareció.

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