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La Revista

Eduardo Galeano: venas que siguen sangrando

Por Felipe Pigna.

Eduardo Galeano nació en Montevideo pero, más que uruguayo, es latinoamericano. Escritor, periodista y dibujante, es una de las voces más lúcidas que se puedan escuchar. Lo que sigue es parte de lo mucho que tiene para decir.

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venas suaves

Artículo publicado en la edición de Mayo de 2008 de Caras y Caretas

Eduardo Galeano nació en Montevideo pero, más que uruguayo, es latinoamericano. Escritor, periodista y dibujante, es una de las voces más lúcidas que se puedan escuchar. Lo que sigue es parte de lo mucho que tiene para decir.

–¿Cuál es el origen de este nuevo libro, Espejos?

–El título Espejos parte de la certeza de que uno puede reconocerse en otros, aunque esos otros hayan nacido y vivido siglos antes, y en tierras lejanas. Espejos en el sentido de que cuando uno se mira, el espejo devuelve una infinidad de rostros que me gustaría que siguieran allí porque, cuando uno se va, ¿se van? Ojalá no, ojalá este libro ayude a que no se vayan las muchas personas que habitan el espejo en el que te mirás.

–Te definís como “sentipensante”. ¿De dónde viene esa definición?

–Fue una palabra que aprendí en la costa colombiana. La decían los pescadores y yo pensé: éste es el lenguaje que dice la verdad, el que siente y piensa al mismo tiempo, el que ata lo desatado, como la emoción y la razón.

–Hablemos de Las venas abiertas, ¿cómo fue aquella enorme investigación?

–Fue un libro escrito sin otra pretensión que divulgar cosas que no se conocían. Es un libro muy centrado en la economía política, después me abrí a otros espacios. Pero en aquel momento me pareció que era necesario que se conocieran ciertos datos, informaciones que estaban guardadas bajo siete llaves en los códigos de la literatura especializada. Traté de divulgarlos, de escribirlos de otra manera, en otro lenguaje. Fueron cuatro años de trabajo pero la escritura duró noventa noches, con mucho café.

–¿Cómo cambió tu vida a partir de ese maravillosos libro?

–Cambió porque fue el primero que me tomé realmente en serio. Yo ya había publicado relatos, crónicas. Pero éste fue el primero en el que sentí que me jugaba más a fondo. Se lo mandé a Reinaldo Ortega, a Siglo XXI en México, y me dijo que lo iba a publicar. Vendió poco, al principio, y él me mandó una carta, que lamentablemente perdí. Era muy cariñosa y me hacía la primera liquidación, que era patética. Me decía: “No se desaliente, nosotros vivimos en tierras difíciles, aquí es muy duro. Pero bueno, ya el libro hará su camino”. Y después, sí, en efecto, el libro hizo su camino y caminó con sus propias piernas y muy bien. Y sigue caminando.

–¿Qué fue lo que más te dolió en ese libro, que tiene dolor y tiene propuesta de lucha?

–Quizá la Triple Alianza, el asesinato del Paraguay. Después hubo una experiencia dolorosa pero también alegre y que me enseñó mucho. Fue el período que pasé en las minas bolivianas. Estuve en Yayagua, el pueblo donde ocurrió la matanza de San Juan. Allí me convertí en el dibujante del pueblo. Dibujé a todos los niños y los carteles del carnaval. Me hice amigo de todos. La vida de los mineros era muy dura, estaban condenados a morir temprano, con los pulmones podridos por la silicosa. Eran indios campesinos metidos a mineros, con otro color de piel, otra cultura, y sin embargo yo estaba ahí como pez en el agua. La noche de la despedida fue tremendamente emocionante para mí. Todos borrachos, de chicha, de lo que viniera. Cuando se aproximaba la hora en que iba a sonar la campana llamando a la mina, los más entrañables se animaron a pedirme que les contara cómo era el mar. Yo pensé: “Ellos nunca lo van a ver, primero por una cuestión geográfica, y segundo, porque no van a vivir mucho más”. Ese fue el primer desafío que tuve en mi vida de escritor, la necesidad de encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos. Fue la primera vez que sentí que el arte de narrar escondía un desafío.

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–¿Cómo recordás la etapa de la revista Crisis?

–Fue una parte importante de mi vida, celebro que haya ocurrido. Un grupo de gente entrañable, muy unida en la certeza de que la cultura es comunicación o no es nada. Entonces intentamos con éxito hacer una revista que llegó a un público no habituado a las publicaciones culturales, que en aquel tiempo no pasaba de la calle Corrientes. Nosotros logramos eso: conversar con la gente. Y las voces que venían de la realidad fueron ocupando cada vez más espacio en las páginas de la revista, sin descartar a las voces de los intelectuales profesionales.

–¿Qué recordás de Federico Vogelius, el hombre que financió Crisis?

–Vendió un Chagall para financiar la revista y confió plenamente en mí. A veces me llevaba trabajos de amigos y, si no me gustaban, no se publicaban. Nunca me impuso nada, estaba muy orgulloso de la revista, que a partir del número 7 u 8 ya se autofinanciaba. Siempre siguió estando cerca. Y después lo pagó, porque estuvo preso y en la tortura perdió los dientes.

–Crisis era una revista que trascendía las fronteras de la Argentina.

–Era una revista latinoamericana, o pretendía serlo, porque en aquél tiempo la distribución era muy difícil. Era prácticamente imposible tenerla en distintos países y que los distribuidores te pagaran, pero nuestra vocación latinoamericana seguía intacta. Pero el país que era nuestra fuente nutricia era la Argentina. Todos nosotros creíamos que el peronismo no era nada despreciable, que era una especie de campamento sin fronteras dentro del cual nosotros podíamos reconocer cosas que valían la pena sin que eso significara que la revista fuera peronista. Tampoco era antiperonista. El principio de la revista era que a la gente había que respetarla.

–Sobre tu pasión futbolera y este personaje extraordinario que fue Obdulio Varela, ¿cómo fue esa hazaña de la selección uruguaya en el Maracaná en la final del mundial del 50 contra Brasil?

–Esa historia me la contó el propio Obdulio. Yo la sabía de a pedacitos, pero no sabía si era cierta o no. A él le costó contarla porque se emocionaba mucho cuando evocaba aquella tarde del milagro: Uruguay iba perdiendo 1 a 0 y ganó 2 a 1, contra todo pronóstico, porque Brasil era el favorito absolutísimo. El autor de la hazaña había sido él.

–Obdulio había liderado la huelga del fútbol en Uruguay.

–Había sido el capitán de una huelga de jugadores que duró siete meses. Los jugadores uruguayos exigían que se les reconociera el derecho a organizarse sindicalmente como trabajadores. Algo impensable, pero tuvieron apoyo popular porque ¿qué sería de los uruguayos sin fútbol? Un domingo sin fútbol es grave, pero siete meses es inimaginable. El capitán de la huelga fue Obdulio, que después fue el capitán del equipo de la hazaña. Esa noche, se escapó de la celebración. Salió por otra puerta, medio disfrazado, y se fue a beber. Su droga era el vino, por eso lo llamaban “Vinacho”, pero como en los boliches brasileños no había, tomaba cerveza. Se puso a tomar con uno, con otro, y la gente lloraba. El había odiado con todas sus fuerzas a ese animal rugiente de doscientas mil cabezas, la mayor cantidad jamás reunida en la historia del fútbol. Y cuando los vio de a uno, llorando la derrota, sintió una pena tremenda por ellos, que decían “Tudo foi por Obdulio”. Nadie lo reconocía y él pensaba “cómo pude hacerles esa maldad, pobre gente”. Y bueno, la historia es ésa: él pasó toda la noche abrazado a los vencidos.

–¿Cómo definirías a Latinoamérica, cómo somos los latinoamericanos?

–Somos una región que tiene la suerte de ser muy diversa y de tener también un destino común a conquistar. Pero por ahora seguimos trabajando por nuestra propia perdición porque hemos sido entrenados para odiarnos entre nosotros, entrenados para la mutua ignorancia y nos cuesta muchísimo encontrar ese destino común.

–Y ese entrenamiento, ¿de dónde nos viene?

–La costumbre imperial, digamos. Todos los imperios han sabido –y lo han practicado con eficacia– que hay que dividir para reinar. Fijate lo que está ocurriendo en Irak, en Palestina, los palestinos matándose entre sí, los iraquíes despedazándose entre ellos, es el sueño imperial por excelencia. Nosotros también hemos sido víctimas de eso y nos cuesta muchísimo entender, sentipensarnos como parte de algo que está esperándonos para crecer, para ser.

–¿Cuál es tu posición frente al conflicto con las papeleras?

–Bueno, me ha creado problemas en el Uruguay porque tengo una posición en contra. Yo no creo en el monocultivo y además lo escribí en Las venas abiertas, que se refiere a eso precisamente, la experiencia de cinco siglos de monocultivo que dan pan para hoy y hambre para mañana, glorias fugaces que después son ruinas de larga duración. Ahora estamos con la moda de la soja y de la celulosa, estos bosques artificiales que resecan la tierra y que la gente llama con razón “bosques mudos” porque en ellos no cantan los pájaros.

–Patas arriba se publicó en pleno triunfo aparente del neoliberalismo.

Patas arriba surgió precisamente de la conciencia de que era un mundo patas arriba, lo sigue siendo. Recompensa al revés: recompensa la deshonestidad, la falta de escrúpulos, premia al más vivo. Le da la razón a algunos tangos donde el bobo es el que trabaja. Cuando era chico pensaba que al corazón lo llamaban “bobo” porque se enamora, pero no, es porque trabaja todo el tiempo. Ese desprecio por el trabajo ahora, en el mundo, llegó a extremos. Vale menos que la basura. Y las empresas más exitosas del mundo, Wallmart y Mc Donald’s, prohíben los sindicatos, si un trabajador se afilia es despedido en el acto. Entonces es un mundo patas arriba, dos siglos quemándose la vida tantos militantes obreros para que se reconocieran sus derechos, y eso se fue a la mierda en un minuto.

–¿Por qué creés que lo permitimos, qué nos pasó en los 90?

–Porque hemos sido entrenados para la aceptación de lo inaceptable y no sólo en América latina, en el mundo. Espejos es una tentativa de revisar la historia. Hay cosas que desde el principio me sonaban mal. ¿Cómo es posible que el mundo haya aceptado que la mitad de la humanidad estuviera fuera de circulación? ¿O que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, como si fuera el respaldo de silla? ¿Cómo es posible que se haya aceptado eso durante tantos siglos?

–¿Te sentís como el del chiste que va contramano por Libertador y que escucha que hay un hombre a contramano y dice “Uno no, están todos en contramano”?

–Los dueños del mundo sí están yendo a contramano y con escandalosa impunidad. El 17 de diciembre de 2007, el Banco Mundial difundió un informe donde explica que los cálculos anteriores sobre la pobreza estaban mal hechos porque se basaban en una información incorrecta. Caramba. El Banco, de golpe, dice que en realidad la cantidad de pobres más pobres, esos que llamamos indigentes, no es exactamente la que decía, que hubo un errorcito, son quinientos millones más. ¿Quinientos millones más? Y ustedes nos vendieron el cuento de que el mercado libre era la píldora de la felicidad, que había que privatizar todo porque ya el mundo se estaba quedando sin pobres. Los pobres nunca se enteraron de la mala noticia porque estaban mal informados, pero los expertos estaban peor informados que ellos.

–En Espejos hablás del amor en Roma, de los métodos anticonceptivos.

–Sí. Eran completamente locos, pero en esa época se creía cualquier cosa. De los métodos anticonceptivos yo reivindiqué siempre el español tradicional, que es rezar pidiendo: “San José, tú que tuviste sin hacer, haz que yo haga sin tener”. Ese sí que científicamente es el mejor.

–¿Quiénes eran las dueñas del placer en la antigua Roma?

–Las esclavas, porque las mujeres eran propiedad del padre, del marido, y tenían que ver con el derecho de herencia, el patrimonio y cosas mucho más importantes que el placer. El placer lo proporcionaban las esclavas, y los esclavos la mano de obra; la romana y la griega fueron sociedades en las que los esclavos eran el motor de todo. Tuvieron la rebelión de Espartaco y otras que no fueron contadas porque las ahogaron a sangre y fuego. No está plenamente confirmado, pero hay numerosos testimonios que prueban que los esclavos de Espartaco se acercaron mucho a Roma y en algún momento la tuvieron ahí, al alcance. No sé por qué extraño pánico no la invadieron. Eso se repitió siglos después con Tupac Amaru, que llegó a cercar el Cusco y no lo invadió. Parece que no quiso porque sabía que iba a tener que matar muchos indios.

–También está aquella notable historia de Oliver Law.

–Era un obrero de Chicago, negro, que se fue a España a pelear por la República con la Brigada Lincoln, y lo hicieron comandante de un batallón con soldados blancos y negros. Fue la primera vez en la historia de los Estados Unidos que un comandante negro mandó a los blancos y que blancos y negros pelearon juntos. Oliver Law daba las órdenes de ataque y se ponía al frente. Así murió, en la batalla de Brunete una bala le partió el pecho. Lo recordé a propósito de las Malvinas, porque allí ningún oficial hizo eso. Me pareció que Law era uno de esos valientes que vale la pena rescatar. La Brigada Lincoln no había ido a robar petróleo, había ido por impulso solidario a pelear contra el fascismo. Pero mientras ocurría eso, se restablecía la discriminación. Cuando los Estados Unidos entraron a la Segunda Guerra, la Cruz Roja norteamericana prohibió –por orden del Pentágono– la transfusión de sangre negra. Había el peligro de que se hiciera por inyección lo que estaba prohibido en la cama. El director de la Cruz Roja dijo: “Esto es un disparate, todas las sangres son rojas, no existe la sangre negra”. Y lo echaron. Se llamaba Charles Drew y era negro. Había perfeccionado el plasma y gracias a él se salvaron millones de vidas. Su sangre no podía ser transfundida, por el pánico a la mezcla, algo muy bien contado en las novelas de Faulkner.

–Hablando de valientes, siempre me quedó la anécdota de aquel preso al que su niña le llevó un hermoso dibujo.

–La niña se llamaba Milay, en homenaje a la aldea vietnamita masacrada por las tropas de Estados Unidos. El padre estaba preso en ese penal, paradójicamente llamado Libertad. Durante la dictadura militar estaba prohibido llevar dibujos de flores, de mujeres embarazadas, de pájaros, una gama enorme de temas que supuestamente podían alterar la paz espiritual de los presos. Y Milay, de 7 años, le llevó al padre un dibujo de pájaros muy coloridos y se lo rompió la censura. Al domingo siguiente, la niña llevó un dibujo de árboles con frutos, y ése pasó porque los árboles no estaban prohibidos, se habían olvidado. El padre le preguntó, siempre bajo la mirada de los guardianes: “¿Qué frutas son?”. Y la hija le dijo: “Shhhh, bobo, no ves que son ojos, son los ojos de los pájaros que te traje a escondidas”.

 

Señas particulares

Su nombre completo es Eduardo Hughes Galeano. Nació en Montevideo el 3 de septiembre de 1940. A los 14 años llegó al periodismo como dibujante y firmaba Gius, una deformación de su primer apellido. Cuando comenzó a publicar artículos los firmó como Galeano.

Cara y ceca

En Montevideo fue colaborador y posteriormente redactor jefe (1960-1964) del semanario Marcha y director del diario Epoca. En Buenos Aires fundó y dirigió la revista Crisis. Estuvo exiliado en la Argentina y en España. En 1985 regresó al Uruguay y desde entonces reside en su ciudad natal.

Amores y desamores

Fue dibujante, diagramador y redactor de artículos periodísticos, pero su fama proviene de su obra como escritor (Memoria del fuego, Vagamundo, Los días siguientes) pero su obra cumbre es Las venas abiertas de América latina (1971).

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