Falta para que empiece a rodar la pelota pero ya hay algunos haciendo precalentamiento. Como los que van a un bar de Balvanera a jugar juegos de salón de tono futbolístico y, de paso, se ponen de novios (o algo así).
lunes 16 de junio de 2014 | 4:49 PM |Queridos lectores, en el mes del Mundial, es una estupidez decir lo que voy a decir: amo al fútbol, que nunca me gustó, siempre me pareció un juego de grandulones tontos, de subnormales con las endorfinas dañadas. Pero lo amo, lo amo más que a nada en el mundo. ¡Viva el fútbol, ese deporte para subnormales! Cómo me gustaría ser brasileño. Pero soy quilmeño y no me quejo. Gracias al fútbol, gracias al Mundial, me sucedió lo más hermoso de la vida. Ya les cuento, déjenme que tome aire, que respire, todavía estoy cansado de correr.
Ofuscado, y sin un mango. Soportando la realidad nacional de tener que ir a comprar alimentos al Mercado Central, donde me corta la carne el gordo Samid. Saturado del mundo, decidí relajarme y salí a dar una vuelta por el rioba.
En la esquina de Rivadavia y Larrea, grande fue mi sorpresa. Me encontré con un espectacular local de juegos que invita a los vecinos a jugar una cosa extraña llamada “Brasil o ella”. Las letras doradas y el vidrio polarizado del local me llamaron poderosamente la atención. Me metí. Adentro había mesitas para tomar cerveza y grandes pantallas de televisión, sonaba rock nacional y cumbia villera. Una barra exótica con bebidas brasileñas y argentinas, como fernet o la tan mentada caipiriña, me invitaba a perderme en el licor de los besos asesinos de la víbora del alcoholismo sin frenos. En un escenario subían mujeres en bombacha y bailaban ofreciendo un lindo entretenimiento.
¿Qué es esto? El lugar estaba colmado de mujeres. Cada mesita tenía dos sillas. Pagando doscientos pesos tenías la oportunidad de sentarte a jugar con una mujer un juego de ingenio que mezcla política con sexo, fútbol y otros deportes.
“Brasil o ella” es un juego de seducción que consiste en conquistara la mujer que tenés enfrente, teniendo como principal obstáculo al fútbol. Ella te habla de fútbol, de política, de lo quesea con tal de hacerte perder.
Con la paga del juego tenemos para cuatro litros de cerveza. Se sienta a jugar conmigo una morocha impactante en su sencillez, quiero decir, una chica común, de barrio, como me gustan a mí, de esas que muestran poco pero tienen un tigre adentro. Su sonrisa y su voz me gustaron desde un primer momento. Pero hablaba poco o mejor dicho lo necesario. No era como esas que te matan a palabras, que no paran y te terminan mareando. Me dijo que se llamaba Analía y era de Flores. Comenzamos a jugar, no hay reglas fijas más que distraer al otro. ¿Pensás que Radamel llega al Mundial?, me soltó la bella durmiente. No, le respondí. Nos quedamos jugando hasta las cinco de la mañana, nos tomamos además de las cuatro cervezas reglamentarias, otras cuatro más. Nos reímos y nos contamos nuestras vidas. Ella me contó que tenía 35 años, que trabajaba de administrativa en el Palacio Pizzurno y que había llegado al local porque conoce al dueño desde la secundaria.
Por supuesto, hablamos de Brasil y los dos estábamos de acuerdo: el fútbol era una estupidez.
Sí, tenés razón, pero estamos acá gracias al fútbol. ¿No te parece?, le deslicé unas palabras por el caracol de su oído.
Tenés razón, pero vos sos tan hermoso como Brasil, me dijo envolviéndome en una alfombra mágica de la cual ya no regresaría.
Ella también prefería a Neymar antes que a Messi, pero estaba convencida de que los brasileños nos tenían miedo. La flaca era seductora, hábilmente persuasiva y le gustaba manejar el diálogo con calma. Yo seguí su juego.
Al final, la acompañé a tomar un taxi y en la esquina comenzó a llover con fuerza. Se tiró para atrás, para protegerse, se metió debajo del cajero automático del Banco Ciudad de la esquina. Y bajo las luces de la red Link del cajero, nos besamos con todo. Ella me puso la mano en el pecho y me dijo “de a poco”. Me volví caminando vacío, borracho, como un perejil por las calles oscuras de mi barrio. ¿Por qué no empujé, porqué no aceleré cuando debía?
Me di cuenta de que “Brasil o ella” era un gran juego pensado con mucha inteligencia y que si te tocaba una buena compañía, te terminabas enamorando.
Mañana le mandaré un mail.
Por Washington Cucurto