Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales
La larga lucha de las mujeres contra la violencia reconoce, a lo largo de la historia, casos emblemáticos por la impronta que dejó en las sociedades en las que les tocó vivir. La violencia tiene multiformas y multiorígenes, va de las plazas a las alcobas, es pública y privada al mismo tiempo. Es pasional, doméstica, política, social, laboral y tiene una marca definitiva cuando se da sobre los cuerpos: es brutal. Tan brutal como cuando se da sobre las cabezas, es decir, es simbólica por la extorsión del poder patriarcal, masculino, sobre las mujeres. La historia deja ejemplos estremecedores, no menos que las páginas policiales, como si los hechos de locura contra las mujeres en el terreno de las relaciones personales no tuvieran en su esencia el largo derrotero de la dominación de clase o de inequidad en cuanto al rol social. Tan violento es un marido que pega como el patrón que paga un sueldo reducido por la condición de género; tan violento es un poder político estatal cuando las encarcela con el plus de la violación como un marido que extorsiona para tener sexo. La mujer apresada por la dictadura, llevada a centros de exterminio como la Esma, desaparecida y violada y robados sus bebés es quizá el paradigma más brutal de la violencia contra las mujeres. Sólo similar a la violencia esclavista. La batalla contra la exclusión, la explotación, contra el castigo corporal y la discriminación tuvo estaciones históricas en la Argentina. Sí es posible decir que la violencia política sobre el cuerpo de las mujeres durante el siglo XX tiene hoy su correlación en la trata y la prostitución, como el caso de Marita Verón; o los asesinatos domésticos, como el que involucró al baterista de Callejeros, Eduardo Vázquez, que prendió fuego a su mujer, Wanda Taddei; o el de Ángeles Rawson, asesinada y tirada a la basura por Jorge Mangeri por rehusarse a la violación. Es posible decir que desde el fondo de la historia, la discriminación es el primer escalón de la saña contra las mujeres; la explotación laboral, el segundo: allí fueron las mujeres de Chicago a fundar aquel Women’s Day, que se celebra el 8 de marzo, pero como señala Ana María Portugal: “La historia del 8 de marzo está cruzada por situaciones y hechos que muestran un escenario más complejo y rico en acontecimientos marcados por la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la lucha por el sufragio femenino, las pugnas entre socialistas y sufragistas, y el creciente auge del sindicalismo femenino durante las primeras décadas del siglo XX en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica”. Es, sin embargo, la violación seguida o no de muerte la esencia de una violencia que viene del fondo de los tiempos: desde los asaltos guerreros a las aldeas con las mujeres como botín de guerra, por el esclavismo en las plantaciones, por el sometimiento religioso tal como cuentan los cronistas de la Conquista española en América. Es, entonces, la violación seguida o no de muerte el gran crimen contra el cuerpo de las mujeres y el apresamiento simbólico que se deriva sobre su historia si quedan vivas o sobre sus descendientes. Eso cuentan las sobrevivientes de la Esma. O eso surge de un caso que por lejos trascendió por la prolongación de la tragedia, con el odio a Eva Perón y la profanación de su tumba y de su cadáver por los militares, epígonos de la moral cristiana, herederos del más rancio patriarcalismo, bendecidos en su momento por la Iglesia católica que debe, aun en tiempos modernos como el papado de Francisco, un arrepentimiento secular. Por eso, es una gran noticia el movimiento Ni Una Menos, que irrumpió en 2015 en el país, porque resume toda una historia y porque es un escalón superior y colectivo contra toda violencia contra las mujeres.