Hay familias tradicionales, ensambladas, polígamas, disfuncionales. Pero entre tantas, los Lugones resumen infinitos casos de relaciones parentales en las que lo ideológico y los valores morales pueden dividir generaciones.
jueves 25 de enero de 2018 | 2:25 PM |Por Fernando Amato. La historia de los Lugones es una pequeña representación de la propia cronología argentina. Con sus claroscuros y contradicciones, la familia se asemeja a distintos momentos históricos del país. De izquierda a derecha representa lo mejor y lo peor de cada casa. Pero las vidas de Leopoldo, Polo y Pirí son apenas un ejemplo de lo que podríamos llamar una familia ideológicamente disfuncional. De hecho, la propia Pirí Lugones estuvo en pareja con el periodista y escritor Rodolfo Walsh, que fue criado en estrictas escuelas católicas irlandesas y que tuvo que convivir con un hermano, Carlos, que fue piloto naval y que, en junio de 1955, cuando fueron los bombardeos a Plaza de Mayo, se encontraba destacado en la Base Espora de Bahía Blanca y desde allí colaboró en la logística del ataque. Tres meses más tarde participó como piloto de la aviación naval golpista que derrocó a Juan Perón. Otra de sus hermanas, Catalina, era monja. El propio Walsh tuvo que lidiar con sus propias contradicciones entre su militancia juvenil en la Alianza Libertadora Nacionalista y su dirigencia en Montoneros.
LO PRIMERO ES LA FAMILIA
Los Alsogaray siempre fueron una familia con vínculos con lo más granado de las fuerzas vivas criollas. La mayoría de los hombres hicieron la carrera militar, y Álvaro, además, es considerado el padre del liberalismo conservador en la Argentina. Julio, hermano de Álvaro, fue el general que ordenó al presidente constitucional Arturo Illia que abandonara la Casa Rosada en lo que se conoció como la Revolución Argentina. El hijo de Julio, Juan Carlos, había realizado el Liceo Militar pero muy pronto comprendió que su vocación por las armas pasaba por otro lado y fue uno de los cuatro jefes de Montoneros en La Plata y el máximo líder de la organización en Tucumán. Su apodo era “Hippie”. Participó del secuestro y asesinato del empresario David Kraiselburd y también en la voladura de un Hércules, en Tucumán, como parte de un atentado contra Jorge Rafael Videla. En el libro Setentistas, que escribimos junto a Christian Boyanovsky Bazán, se relata su final: “El 26 de febrero de 1976, Juan Carlos Alsogaray murió en un enfrentamiento en el Dique El Canillal contra fuerzas de la policía provincial comandadas por el comisario Mario “Malevo” Ferreyra. Cuando su pareja, Adriana Barcia, habló con sus suegros, estos viajaron a Tucumán para reconocer el cadáver y se entrevistaron con el gobernador militar Domingo Bussi. Mientras la madre del Hippie lloraba ante la foto de su hijo despedazado por los ballonetazos, el general le dijo: ‘Señora, le exijo que deje de llorar por su hijo porque a mí me matan a los míos todos los días y yo no lloro por ellos. Lo hubiera cuidado mejor antes’”.
La escritora Gabriela Massuh acaba de publicar el libro Nací para ser breve (Sudamericana, 2017), en el que cuenta sus experiencias junto a María Elena Walsh; pero también aprovecha para repasar la historia de su padre Víctor: “A mi padre lo nombraron embajador en París ante la Unesco (…) Corría el nefasto año de 1976 (…) Recién tiempo después, cuando mi padre empezó a recibir carradas de denuncias sobre desaparecidos, me invadió una creciente desazón que, aunque de otra manera, persiste hasta hoy. Conozco las críticas y las justifico, sé también que su explícita defensa del gobierno argentino hoy figura en los archivos decomisados de los Estados Unidos. Mi padre murió sin rectificarse o explicar lo inexplicable, aferrado a una paradoja que no tiene explicación: condenar primero la violencia de la lucha armada adscribiendo a teorías de Gandhi para terminar por aceptarla en manos de quienes la aplicaron de manera infinitamente más siniestra. Siempre viví en conflicto con él, no solamente por haber aceptado ese cargo que lo llenaba de orgullo, sino porque a medida que yo crecía su silencio respecto de aquella época se hacía más y más intolerable (…) María Elena, a quien le confiaba mis tribulaciones, tenía siempre una consoladora respuesta:
–Nena, tu padre no es tu marido, una no elige a los padres, los quiere como son”.
Los Sivak eran una familia de empresarios y banqueros. Pero las cosas comenzaron a complicarse cuando fuerzas vinculadas a los servicios de inteligencia de la dictadura secuestraron y mataron a Osvaldo y, tiempo después, se suicidó su hermano Jorge en medio de la bancarrota familiar. El periodista Martín Sivak publica en su libro El salto de papá (Seix Barral, 2017) una carta a su padre suicidado: “En 1961 viajaron a La Habana. Ernesto Guevara le regaló a papá un habano que se perdería en una mudanza. Él, como muchos militantes, esperó la convocatoria para ir a pelear a Ñancahuazú en la Bolivia gobernada por René Barrientos Ortuño. Lloró con el discurso de Fidel Castro en el que anunciaba la muerte del Che. Eligió Ernesto como mi segundo nombre (…) Le causaba gracia que hablaran de sus contradicciones. En 1989 una revista soviética quiso entrevistarlo porque, aunque no era el primero, les parecía curioso que un banquero fuese marxista”.
El caso de Rafael Perrotta guarda una aproximación al de Sivak. En el libro El enigma Perrotta, María Seoane relata su curiosa vida de empresario adinerado, propietario de un diario, que, sin embargo, supo ser informante del Ejército Revolucionario del Pueblo y solía dar generosos aumentos salariales sin necesidad de reclamos gremiales.
Procedente de una tradicional familia (hermana del coronel retirado Enrique Holmberg y prima hermana del general Alejandro Lanusse, ex presidente de facto de la República Argentina), Elena Holmberg se desempeñaba como funcionaria de carrera en la embajada argentina en Francia. Por diferencias de criterios entre el personal del Centro Piloto de Información, instalado en París y a cargo de oficiales de inteligencia de la Armada argentina, la diplomática fue convocada a Buenos Aires para informar a sus superiores, resultando secuestrada por el grupo de tareas 3.3.2 en esta ciudad el 20 de diciembre de 1978 al salir del Ministerio de Relaciones Exteriores y cuando se dirigía a encontrarse con un grupo de periodistas franceses.
Son varios también los ejemplos de hijos de genocidas que deciden cambiarse el apellido. Pero tomemos el caso de Mariana Dopazo, hija del represor Miguel Etchecolatz. “Es un ser infame, no un loco. Un narcisista malvado sin escrúpulos”, dice ella, que padeció la violencia de Etchecolatz en su propia casa. Hoy participa de las marchas contra la dictadura y hasta contra la prisión domiciliaria de su propio padre.
Dicen que cada familia es un mundo. Que lo primero es la familia. Que nadie nace de un repollo. Que la familia no se elige. Que la familia es la base de la sociedad. Pero yo me quedo con la frase de Groucho Marx: “La familia es una gran institución. Por supuesto, contando que te guste vivir en una institución”.