Por María Seoane – Directora de Contenidos Editoriales
viernes 18 de diciembre de 2015 | 1:04 PM |Lo nuevo de la derecha argentina son los globos, el marketing y el inefable discurso evangélico de su líder. Y, especialmente, el pacto de honor con las corporaciones mediáticas para un asombroso ocultamiento de sus vicios o corruptelas. El uso de las técnicas de propaganda de masas –ya el gurú de Mauricio Macri, Jaime Durán Barba, lo sostuvo– tiene mucho de gran hermano no al estilo de George Orwell sino al estilo mussoliniano o hitleriano. Para el consultor ecuatoriano, Hitler era un tipo genial. En verdad quiso decir: Goebbels, el ministro de propaganda nazi, era un tipo genial con el “miente, miente, que algo queda”.
Lo viejo de la derecha argentina: devaluación, ajuste, liberación de impuestos para los grandes bancos y agroexportadores, recesión y desempleo; ni sus alineamientos internacionales: a full con EE.UU. y de espaldas a la construcción latinoamericanista. Lo nuevo de la derecha argentina es que acaba de llegar al gobierno a través del voto popular. Es demasiado pronto para analizar cómo se cuadró la maquinaria de marketing, medios, discurso evangélico y ocultamiento de intereses; cómo se construyó un enemigo a echar con lacras que le son propias a la derecha argentina: la corrupción gigantesca. Uno de los latiguillos del acceso al poder fue que los movimientos populares o populismo tienen dirigentes corruptos; en las masas que lo integran sólo hay intereses por choripanes o por planes sociales.
En las buenas conciencias que acaban de votar a la derecha no es corrupción que sus prohombres estén procesados o que hayan sido los responsables de canjes y megacanjes de miles de millones de dólares, que endeudaron a los argentinos para pagarle a un grupo de consultoras y bancos. Lo nuevo de la derecha argentina es que no llegó con botas sino con votos y sus funcionarios no son políticos sino gerentes. Lo viejo es que hará lo mismo de siempre: una brutal transferencia de ingresos, que se paga en los precios de la harina, el pan y la carne, cuando se deja de cobrar impuestos al campo o se libera la exportación de esos bienes. Una corrupción a gran escala, esencial al capitalismo. Con o sin globos amarillos.