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La Revista

TROTSKI , 100 AÑOS DESPUÉS

Horacio Tarcus nos cuenta que el líder socialista nació en Ucrania, estudió en Odessa, fue deportado a Siberia y estuvo exilado por toda Europa y México. Sus ideas hoy siguen representadas en el mundo.

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Trotski

Por Horacio Tarcus. Hace unos días se cumplieron cien años de aquel 6 de octubre de 1917, en que las masas de Petrogrado eligieron a León Trotski para presidir el Sóviet de su ciudad. Se había convertido para entonces en un orador popular, dirigiéndose casi diariamente a grandes contingentes de obreros petersburgueses, utilizando como plataforma las instalaciones del Circo Moderno de Petrogrado. Diez días después presidía el Comité Militar Revolucionario de la ciudad, aquel que tomó por asalto el Palacio de Invierno que el presidente Kérenski había adoptado como sede del gobierno provisional.

Trotski había nacido en 1879 en una aldea ucraniana y era el quinto hijo de una familia de granjeros judíos de clase media. Educado en la Odessa, no tardó en abandonar los estudios universitarios para consagrarse al periodismo y la política revolucionarios. Preso en varias ciudades rusas, deportado a Siberia, peregrinó por Viena, Londres, Zúrich y Múnich, donde participó de los debates entre las fracciones de la socialdemocracia rusa: bolcheviques y mencheviques. Regresó a Petersburgo a comienzos de 1905 para convertirse en el principal líder del Sóviet de la ciudad cuando estallaba la primera revolución rusa. Nuevamente detenido y exiliado en Siberia, redactó la célebre tesis sobre la “revolución permanente” según la cual en un mundo dominado por el capitalismo, las revoluciones burguesas de los países atrasados se solaparían con las revoluciones socialistas.

Volvió a peregrinar por ciudades del exilio ruso como Londres, Berlín, Viena, París, Barcelona y Nueva York, para regresar a Rusia tras el estallido de la Revolución de Febrero. Tal fue su sintonía con la revolución que cumplía sus 38 años el mismo día en que asaltaba el Palacio de Invierno aquel octubre de 1917. Pero el racionalista y ateo Trotski no le daba a este hecho la menor significación.

LA REVOLUCIÓN PERMANENTE

Trotski no sólo fue el tribuno del Sóviet de Petrogrado y el artífice de la toma del poder, fue también el que negoció con los imperios centrales en la ciudad de Brest-Litovsk la salida de Rusia de la guerra, el organizador del Ejército Rojo que combatía en varios frentes al mismo tiempo a los ejércitos de la contrarrevolución, el propulsor de la industrialización soviética acelerada, el estratega de la Internacional Comunista que seguía al día con notable versación los acontecimientos políticos de Alemania, Inglaterra, Francia o China. Al mismo tiempo, el escritor que se dejaba tiempo para escribir en 1923, en medio del fragor de la revolución, obras como Literatura y Revolución o Problemas de la vida cotidiana.

Pero a Trotski le tocó afrontar la mayor prueba a que la historia puede someter a un revolucionario: su desencuentro con los resultados de la revolución. Lenin lo entrevió en sus últimos años de vida, calificando a la Unión Soviética que él mismo había contribuido como nadie a forjar, como un “Estado obrero con deformaciones burocráticas”. Pero no alcanzó a vivir para enfrentarlas. Trotski debió recoger la posta de la lucha contra la burocracia de partido y la burocracia de Estado. Su teoría de la burocracia, expuesta en ¿Adónde va Rusia? (desafortunadamente traducido como La revolución traicionada), es uno de los más grandes logros del pensamiento marxista del siglo XX. Al mismo tiempo, su derrota política a manos de Stalin es la clave de la tragedia del socialismo en el siglo XX. Porque la confrontación entre Trotski y Stalin no es la mera disputa personal de dos líderes por el poder estatal, sino la expresión de dos modos antagónicos de comprender los procesos sociales.

Fracasada la revolución en Occidente, la Revolución Rusa había quedado librada a su propia suerte. La instauración de un moderno sistema socialista en una región atrasada y aislada del mundo no estaba en la perspectiva de los bolcheviques ni tampoco había sido prevista en la teoría marxista. Como señaló el principal biógrafo de Trotski, Isaac Deutscher, “la concepción marxista teórica de la revolución quedó vuelta del revés.

Las nuevas relaciones de producción, al hallarse por encima de las fuerzas productivas existentes, se hallaron también por encima de la comprensión de la mayor parte de la población; y el gobierno revolucionario las defendió y desarrolló contra la voluntad de la mayoría. El despotismo burocrático ocupó el lugar de la democracia soviética”. Este conflicto entre la norma marxista y la realidad de la revolución iba quedando al desnudo a lo largo de la década de 1930. El estalinismo consistió en superar el conflicto aceptando la “realidad” y desechando la “norma”. Trotski, en cambio, tuvo la osadía de declarar, apenas cinco años después de la Revolución de Octubre, que el socialismo era inviable en un país aislado.

El trotskismo, sostuvo Deutscher, fue un intento por establecer un equilibrio provisional entre la norma y la realidad “hasta que la revolución en Occidente resolviera el conflicto y restaurara la armonía entre la teoría y la práctica”. Pero la revolución no se expandió en la posguerra por el Occidente capitalista sino por su periferia. Y el derrumbe de la burocracia soviética no se debió a una revolución política impulsada por la clase obrera rusa, sino a una restauración capitalista. El mundo de 2017 no se parece al que Trotski imaginó. Y sin embargo, su figura de revolucionario inclaudicable sigue constituyendo una referencia ético-política para cada nueva generación.

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