Del mitrismo a los conservadores, de las dictaduras militares a la Ucedé; la derecha argentina siempre encontró la forma de hacerse con el poder. Pero por primera vez, con el PRO, lo logra mediante elecciones libres y sin esconderse detrás de movimientos populares como en los 90.
viernes 18 de diciembre de 2015 | 12:15 PM |Por Fernando Amato
Corrían los tiempos de la Revolución Francesa y en la Asamblea Nacional Constituyente se debatía la posibilidad del veto absoluto del rey a las iniciativas propuestas por la futura Asamblea Legislativa. Era el 11 de noviembre de 1789. Los diputados que estaban a favor de conservar el poder absoluto del monarca se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea y quienes estaban en contra, proponiendo el cambio que suponía poner a la Asamblea por sobre el monarca, se sentaron en el ala izquierda. Desde entonces, la derecha representa a las posiciones conservadoras y la izquierda a las que propician un cambio. Podría haber sido exactamente al revés, todo fue por una mera ubicación geográfica. De hecho, la izquierda de aquella Asamblea Constituyente hoy podría llamarse derecha liberal. Porque aquellos sectores surgidos de la Revolución Industrial y del capitalismo emergente que generaron una fuerte y ascendente burguesía dieron surgimiento a una corriente liberal que propugnaba enfrentar al poder establecido contra el totalitarismo estatal. Entonces los liberales representaban el progreso, el iluminismo frente al oscurantismo de la dominación totalitaria.Pero una vez dominado el mundo, se volvieron absolutamente conservadores.
Es esta misma matriz la que forma los primeros años de nuestra patria y son los que, con la consolidación del poder en 1880, manejaron los destinos del país hasta que fueron derrotados por Hipólito Yrigoyen, en 1916. De hecho, la derecha argentina surgió a la escena política como contrapartida a la Revolución Rusa y a aquella expansión de la democracia liberal en Europa. Y, en 1924, llamaba a derrocar a Yrigoyen al grito de “La hora de la espada”, de Leopoldo Lugones: “Ha sonado otra vez para bien del mundo, la hora de la espada. Así como esta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implementará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque esa es su consecuencia natural hacia la demagogia o el socialismo”. Otro de sus intelectuales más importantes era Marcelino Menéndez Pelayo, que planteaba el regreso a lo peor del oscurantismo español: “Nunca se escribió más y mejor en España que durante los dos siglos de la Inquisición”. Otro “nacionalista” muy leído por estos pagos era Charles Maurras, que llegó a admirar a Benito Mussolini y que deploraba los valores políticos y sociales de la Revolución Francesa. También la deploraba Gustavo Martínez Zuviría, alias Hugo Wast, que la acusaba de iniciar una rebelión en contra de Dios. Arturo Jauretche solía tener una definición sobre ellos: “Este nacionalismo de las vísperas del 30 no tiene ni busca contacto popular. Se mueve más bien en un plano intelectual y sólo aspira a ser una elite gobernante, podría caracterizarse como una tendencia aristocratizante por oposición al populismo radical”. Espere, espere, recién estamos a principios del siglo XX. Nada que ver con la actualidad.
Una vez logrado el derrocamiento de Yrigoyen, y hasta 1983, las representaciones políticas de la derecha argentina tuvieron dos sesgos muy distintos y casi contradictorios a la vez: liberales en lo económico y conservadores en lo político. Endiosadores de la libertad por sobre la igualdad, parece que esta corría sólo para los efectos económicos del mercado y la garantía de la propiedad privada. Nada de andar buscando libertades políticas ni derechos civiles. Para eso eran muy conservadores. Y terminaron siendo apéndices y sustentos ideológicos de las grandes corporaciones, de las fuerzas vivas de la Patria y de los sectores militares que de tanto en tanto escuchaban sonar las puertas de sus cuarteles convocando a poner orden ante tanto desacatado populista o de izquierda. En tiempos de bipartidismos, a la derecha siempre le costó armar una opción electoral propia y atractiva para la sociedad. Podrían haber sido excepciones el Partido Demócrata Nacional de los años 20, el Partido Federal de los años 70, la Unión de Centro Democrático de los 80 o el Modin carapintada de los 90. Pero ninguno llegó al poder. Los dos grandes movimientos populares (el radicalismo y el peronismo) se repartían el gobierno cuando los dejaban. Hasta que, en 1989, Carlos Menem llegó para cambiarlo todo. Por primera vez, un movimiento popular hacía alianza con el establishment para manejar la economía según los postulados neoliberales y ponerse bajo la órbita del Consenso de Washington. Un falso mito atribuye a Menem la frase: “Si yo decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, pero ese pensamiento representaba muy bien el disfraz que escondía esa candidatura. De hecho, a la derecha siempre le costó asumirse como tal. La Alianza de radicales y frepasistas tuvo el mismo triste final con el regreso del Chicago boy Domingo Cavallo al Ministerio de Economía. El recorte del 13 por ciento en los haberes de jubilados y estatales es quizás el más triste ejemplo del ajuste aplicado en aquellos tiempos.
NUEVA DERECHA
Mauricio Macri era el hijo de un empresario que se había hecho millonario gracias a las prebendas logradas con los gobiernos de turno, desde la época de la última dictadura militar. Sobre todo, a través del negocio sucio de la basura. Luego pasó a la rama automotriz, con Sevel. Allí Franco Macri decidió poner en la vicepresidencia a su hijo en 1992 y en la presidencia en 1994. Los 90 fueron tiempos de creación de los grandes grupos concentrados que aglutinaban la diversificación de negocios que permitían los acuerdos políticos con el menemismo. En el caso de los Macri, fue el Grupo Socma. Pero a Mauricio siempre le aburrieron los negocios y su propio padre confesó públicamente que no era muy hábil para el tema. Tal era su torpeza que llegó a ser condenado por contrabando de autopartes a Uruguay. Mandaban vehículos desarmados al país vecino y los regresaban armados evitando así el pago de impuestos. Lo terminó salvando la escandalosa Corte menemista en una de sus últimas medidas, que derivó en el pedido de renuncia o juicio político del entonces presidente Néstor Kirchner. Pero no nos adelantemos.
Mauricio prefería el juego político y encontró su oportunidad ante los magros resultados futbolísticos en Boca Juniors de la dupla directiva integrada por Antonio Alegre y Carlos Heller. Si bien no estaba entre sus preferencias, la llegada de Carlos Bianchi a la dirección técnica del club lo catapultó como un dirigente exitoso. Ya podía dar el salto esperado. En diciembre de 2003 se presentó como candidato a jefe de gobierno porteño con su recientemente creado partido Compromiso para el Cambio y ganó las elecciones generales con el 37 por ciento de los votos, en fórmula con el ex interventor del Pami en tiempos de la Alianza, Horacio Rodríguez Larreta. En el balotaje fue derrotado por la fórmula oficialista Aníbal Ibarra-Jorge Telerman, pero no era un mal resultado para un espacio que hacía de la nueva política su fuerza de campaña.
En 2005, Macri se alió con el ultraliberal y breve ministro de Economía de la Alianza (duró una semana y salió eyectado cuando se enfrentó a los jóvenes de Franja Morada al plantear una fuerte reducción en el mantenimiento de las universidades), Ricardo López Murphy (titular de Recrear), y así formaron Propuesta Republicana. El publicista Ernesto Savaglio acuñó el logo PRO. Ese año fue electo diputado nacional pero fue muy criticado por no asistir a las sesiones. En 2006, concurrió a 32 de las 51 sesiones y sólo estuvo en 36 de las 280 votaciones. En 2007 estuvo ausente en todas las sesiones y votaciones de la Cámara de Diputados. El PRO presentó nuevamente la candidatura de Mauricio (empezaron a imponer la idea de llamar a sus candidatos por el nombre de pila para lograr familiaridad con el votante) a competir por la jefatura de la ciudad. Junto a Gabriela (Michetti) se impusieron en el balotaje con el 60 por ciento de los votos. Por primera vez una fuerza de derecha lograba un importante triunfo electoral en la Argentina. ¿Qué había cambiado?
El macrismo seguía adoptando, sin duda, los peores vicios de la vieja derecha. Macri se rodeó de sus antiguos amigos de Socma y llenó la política de gerentes corporativos, con sus mismas políticas de endeudamiento y desapego por la igualdad y la justicia social. Sin embargo, Macri había aprendido un par de cosas de la experiencia menemista que él había acompañado fervientemente. Desacartonar a la derecha. Para eso contrató a uno de los grandes estrategas del marketing político, el ex marxista Jaime Durán Barba. El sociólogo ecuatoriano decidió ablandar y humanizar al empresario Macri. Lo empezó a llamar Mauricio, le sacó el bigote, lo hizo saltar charcos, mostrarse familiero, aprovechar la popularidad que le dio ser presidente de Boca, le puso de compañera de fórmula a una mujer en 2007, buscó rodearlo de gente joven. Pero también decidieron renovarse como fuerza liberal y, por lo tanto de derecha. Parecerse menos a los viejos conservadores y más a los liberales estadounidenses y europeos. Buscar virtudes en la contraposición de los defectos del populismo: la construcción republicana. Y fueron más allá. Crearon un republicanismo en donde la moral estaba por sobre la política. Lograron hegemonizar la contradicción república o populismo. Aceptaron las mejoras sociales alcanzadas (y a las que se habían opuesto) y prometieron una superación con base en una falaz esperanza de meritocracia. Empezaron a organizarse con un rechazo a la partidocracia y a llamar voluntarios a sus militantes. Así se diferenciaban de la vieja Ucedé, el partido de Álvaro Alsogaray, que sí estaba formada por cuadros militantes y estructura partidaria. “La Ucedé se planteaba como un partido mucho más ideológico. El PRO encubre su ideología detrás de un discurso de gestión y de eficiencia. No se plantea como un partido liberal, de hecho ante las acusaciones de que son liberales dicen que ellos tienen un Estado presente en la ciudad. Esconden su ideología neoliberal haciendo un culto de la no ideología. La Ucedé se planteaba como liberal, hasta hacían la ‘L’ con los dedos”, recuerda el sociólogo Christian Castillo. Y cuando parecía que esto no alcanzaba, supieron aliarse al radicalismo para darle territorialidad. Ahora sí: Cambiemos. ¿Cambiemos?
Lo cierto es que en doce años, Mauricio Macri logró llevar su nueva fuerza política al gobierno. Es la primera vez en la historia argentina que un partido de derecha obtiene la presidencia sin necesidad de golpes militares y siendo la cabeza del frente electoral. Sin esconderse agazapada detrás de movimientos populares como sucedió durante el menemismo o la Alianza. El desafío será cómo poder seguir escondiendo sus verdaderas intenciones una vez al mando de las decisiones estratégicas del país.
“En el PRO ha habido un cambio en la propuesta inicial, que se acercaba bastante a las perspectivas de la derecha tradicional, incluso a lo que ha sido en buena medida el plan final de la Alianza y lo que ha sido todo su recorrido hasta el presente que le ha permitido imponerse en la elección, donde ha tomado una dimensión social y de recuperación de una serie de propuestas que estaban instaladas en la sociedad como conquistas consolidadas. Me parece que hay una dimensión de pragmatismo muy importante que de alguna manera se representa en la construcción del monumento a Perón o la reivindicación de ciertas conquistas sociales o incluso ciertas enseñanzas del propio Perón que se han incluido dentro de su discurso”, asegura el historiador Alberto Lettieri, que también es investigador independiente del Conicet, profesor titular en la Universidad de Buenos Aires y miembro del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. Y agrega: “No hay ningún punto de comparación concreto en los últimos tiempos, pero sí podría haber algún tipo de vinculación con los gobiernos conservadores de la década del 30. Por un lado, una política que va a reforzar el alineamiento semicolonial de la Argentina a nivel internacional y, por el otro lado, un conjunto de políticas sociales que apunten a tratar de garantizar el frente interno. El desafío fundamental que tiene el PRO es garantizar el hecho de llevar adelante un proceso de ajuste en términos del neoliberalismo, sin que esto genere un impacto inmediato a nivel social. Por esta razón es la alteración de los plazos y el hecho de no querer promover un ajuste inmediato tal como había sido la propuesta inicial”.
Desde un contrapunto ideológico, el también historiador Luis Alberto Romero sostiene: “La ‘centroderecha’ o ‘derecha’ en la Argentina debería tener un correlato en una centroizquierda o izquierda. Y si en estas elecciones ubicamos a Macri a la derecha del espectro estamos suponiendo que Cristina y Scioli están a la izquierda. Esto me parece completamente absurdo, un verdadero oxímoron. Si pensamos en el peronismo genérico, no es esencialmente ni una cosa ni la otra: transcurre en otro nivel, con otras coordenadas. Si en cambio consideramos al kirchnerismo, con cualquier parámetro de los tradicionalmente usados, no dudo en ubicarlo a la derecha, junto con otros populismos conservadores de los que encontramos abundantes ejemplos en la historia y en el presente. Pero en lo sustancial es que se trata de una cuestión mal planteada, que conduce inevitablemente a conclusiones erróneas. Presuponen la existencia del Estado de derecho, las garantías individuales, las instituciones republicanas, el Estado con capacidad para gestionar y proyectar, y una ciudadanía con los instrumentos para controlarlo y para participar en el debate. También corresponden a sociedades con un capitalismo productivo, que en lo básico circulaba por carriles diferentes de los del Estado y sus gobiernos. En esas condiciones se entienden las discusiones en las que cobran formas derechas e izquierdas: cuánto de Estado y de mercado, de acumulación y de distribución, de libertad y de seguridad, de expansión de las fuerzas productivas o de cuidado del ambiente. En la Argentina esas discusiones no tienen mucho sentido hoy, con un sistema institucional hundido, un Estado inutilizado y una sociedad con un tercio de pobres excluidos. Estamos en el cuarto subsuelo. El ciclo kirchnerista, que continuó al menemista, nos llevó al fondo. La opción hoy es quedarnos allí o llegar a la planta baja, a la superficie, y el camino a recorrer no transita ni por la derecha ni por la izquierda. Simplemente hacia arriba”.
Desde el marxismo trotskista, Castillo sostiene la tesis del Frente de Izquierda y los Trabajadores que plantea que todo es lo mismo. Menos la izquierda marxista trotskista, claro. “En el PRO han canalizado por derecha lo que fue desde la crisis de los 90, que por un lado tomaba el discurso original del kirchnerismo con la transversalidad y el PRO lo ha retomado para tratar de encubrir esto. Ahora, en su personal político hay de todo: desde la derecha tradicional, lo más reaccionario de la Iglesia, el peronismo clientelar, el radicalismo más a la derecha, todo eso compone una melange que da cuenta del personal del PRO. El macrismo no ganó solo. Lo hizo con el sustento de la UCR como parte de una alianza política que expresa una tensión entre un partido que intenta presentarse como una nueva derecha, con personal político que, aunque una parte viene de los partidos tradicionales, se muestra venida de las ONG o del mundo empresarial, más un partido tradicional como la UCR. Sin la votación en la convención de Gualeguaychú, a comienzos de 2015, difícilmente hubiera ganado la elección.”
CAPITALISMO DE AMIGOS
Sin embargo, no todo ha cambiado. Al macrismo le toca gobernar con una grieta más presente que nunca. Habiendo perdido la primera vuelta y con apenas 2,68 por ciento de ventaja en el balotaje. Con un Congreso, gobernaciones y sindicatos adversos. Con poco margen para medidas antipopulares. Ya relativizó la eliminación del impuesto a las ganancias y la liberalización del dólar. Así y todo, con las medidas anunciadas antes de asumir como el aumento del piso del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias, la eliminación de retenciones al trigo y al maíz, la reducción a la de la soja en un cinco por ciento anual hasta su erradicación, se está produciendo la transferencia de fondos del sector público al privado más grande de la última década. Otras, como la suba del dólar y la eliminación del cepo, ya han producido la inflación más importante del año. En el fin de semana del 27 al 29 de noviembre todos los supermercados remarcaron sus precios, y varios proveedores de insumos importados se niegan a entregar su lista de precios en espera de una fuerte devaluación. La quita de los subsidios produciría un incremento de las tarifas de entre cinco y siete veces su valor actual, según informes del futuro titular del Banco Nación, Carlos Melconian. Desde el macrismo, esperan contener estas presiones con un fuerte aumento de las inversiones producto de la esperanza y la confianza que abre la posibilidad de un gobierno mucho más favorable al mercado. Necesitarían unos 10 mil millones de dólares, sólo para los primeros meses.
Pero además, Macri está llenando de zorros el gallinero. CEO y gerentes de grandes corporaciones como funcionarios públicos. IBM, Shell, Monsanto, JP Morgan, Farmacity, LAN, General Motors, fondos de inversión como Pegasus, entre otros, están poniendo funcionarios en el gobierno macrista. El propio Macri, el encargado de Medios Públicos Hernán Lombardi, el ministro de Hacienda Alfonso Prat-Gay, el de Cultura Pablo Avelluto, el de Producción Francisco Cabrera, el de Energía Juan José Arangueren, el de Agricultura Ricardo Buryaile, el de modernización Andrés Ibarra, el de Transporte Guillermo Dietrich y la canciller Susana Malcorra vienen de extensas carreras en el mundo de las finanzas y las grandes empresas. Los dos funcionarios que secundan al jefe de Gabinete, Marcos Peña, son los gerentes Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, de LAN y el fondo de inversión Pegasus, respectivamente. Ceocracia, gobierno de las corporaciones. Miguel Godoy, propuesto como titular de Afsca (a pesar de tener vigente su mandato Martín Sabbatella) es el dueño de MDG Comunicación e Imagen, que tiene entre sus clientes al propio Quintana, a través de Farmacity. Al conocerse la victoria de Macri, las acciones de su amigo y principal contratista de la ciudad, Nicolás Caputo, subieron más del 60 por ciento. El dueño de Fiat en la Argentina, Cristiano Ratazzi, fue fiscal por Cambiemos en La Matanza. La propia esposa de Macri, Juliana Awada, tiene varias importantes firmas de ropa acusadas ante la Justicia por utilización de talleres textiles con trabajo esclavo para la confección de sus prendas.
La historia argentina muestra lo que sucedió cuando los empresarios se volcaron a manejar los fondos públicos. Esas experiencias no son alentadoras. Quizás el caso más paradigmático sea la alianza entre el ex presidente Carlos Menem y el grupo económico Bunge & Born, que puso a sus dos primeros ministros de Economía: el prontamente fallecido Miguel Ángel Roig y Néstor Rapanelli. El acuerdo terminó cuando no se pudo controlar la hiperinflación que ya venía de arrastre del gobierno anterior. Adalbert Krieger Vasena (su familia, por parte de madre, era propietaria de los tristemente célebres Talleres Vasena que desembocaron en la conocida Semana Trágica de 1919) fue ministro de Economía del dictador Juan Carlos Onganía. José Alfredo Martínez de Hoz (hijo dilecto de la Sociedad Rural y director de la Ítalo y Petrosur, entre otras) provocó el mayor incremento de la deuda externa en toda nuestra historia. Juan Aleman (que junto con Carlos Spadone vendió el diario La Razón a Clarín y dejó en la calle a más de cincuenta trabajadores) era su secretario de Hacienda. Su hermano Roberto Aleman, representante de la Unión de Bancos Suizos en la Argentina, fue ministro de Economía del dictador Leopoldo Galtieri. Mario Bustos Fernández era directivo de Perez Companc cuando asumió como presidente de YPF. El grupo, que nunca se había dedicado al petróleo, llegó a tener 53 empresas del rubro. Estos son sólo algunos ejemplos.
Después de superar un secuestro de diez días, de salvar su vida en 2010 (cuando casi muere atragantado con el bigote de plástico con el cual imitaba a Freddy Mercuri durante su propio casamiento), el gran desafío de estos tiempos para Mauricio Macri será disimular cuánto hay de retroceso (o ya vivido en otros tiempos) del cambio que propugna. Cómo lleva a la práctica el diálogo y el consenso que tanto propició como opositor imponiendo una política de ajuste como la que sostiene. Cómo hacer para que la “revolución de la alegría” no termine estrellándose entre las internas que ya empiezan a manifestarse con sus aliados radicales (temerosos por la poca participación en el reparto de cargos y en la toma de decisiones) y con Elisa Carrió, impredecible como pocas, que ya salió a denunciar la cooptación de la Justicia por parte Daniel Angelici, lugarteniente de Macri. Para las fuerzas populares derrotadas queda el desafío de ejercer una oposición tenaz pero con respeto por lo institucional. No volvieron los 90, se aggiornaron. Bienvenidos a otra etapa de la Argentina.
Investigación: Federico Luzzani