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La Revista

SAN MARTÍN, LA GUERRA Y LA POLÍTICA

Felipe Pigna nos cuenta una versión del general San Martín que no esquiva su compromiso político, ético y moral con las causas nobles, con los desposeídos, con los oprimidos del sistema y con un modelo de país moderno, democrático e inclusivo.

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Nota de tapa2

Por Felipe Pigna. A los amantes de la historia basada en “fechas y batallas”, a los que siguen queriendo ver un San Martín exclusivamente militar, hay que recomendarles que analicen al San Martín político, aquel que se opuso tenazmente a la política centralista del Directorio y gobernó durante poco más de dos años con gran eficiencia, equidad y honestidad las provincias cuyanas y durante un año el Perú. Tras una larga permanencia en España en la que alcanzó honras y altos grados militares, San Martín regresó a su país a comienzos de 1812. A poco de llegar se puso en contacto con los sectores opositores al centralista y antipopular Triunvirato, que se nucleaban bajo la conducción de Bernardo de Monteagudo en la Sociedad Patriótica de clara tendencia morenista.

Fundó la Logia Lautaro que tenía como lema “Constitución e Independencia”, y se le asignó la creación de un cuerpo de caballería. Si el bautismo de fuego de los granaderos fue el combate de San Lorenzo, se suele hablar menos de la primera acción de esa unidad militar: el derrocamiento del primer Triunvirato. La creación del Regimiento de Granaderos tenía por finalidad inmediata dotar a la revolución de una fuerza de caballería eficiente, capaz de defender las costas del río Paraná, que sufrían los ataques realistas provenientes de Montevideo. Dedicado a formar esta nueva unidad en todos sus detalles, San Martín no dejaba de asistir a las reuniones clandestinas de la Logia y de inquietarse ante el panorama político porteño.

En el Triunvirato, la voz cantante era llevada por Rivadavia (que tras actuar como secretario había terminado reemplazando a Juan José Paso), en compañía de Juan Martín de Pueyrredón (sustituto provisorio de Manuel de Sarratea, enviado a la Banda Oriental para “disciplinar” a José Artigas) y Feliciano Chiclana (el único integrante original del gobierno que seguía en funciones). La política centralista de Rivadavia, en provecho de los intereses porteños ligados al libre comercio y el manejo de la aduana, estaba perjudicando a las economías regionales del interior, donde se levantaban reclamos desoídos por el gobierno central. Pero lo que más inquietaba a los miembros de la Logia era la renuencia del Triunvirato a dar nuevo impulso a la lucha emancipadora. La “estrategia” oficial consistía en ceder terreno ante el embate de las fuerzas realistas.

En octubre de 1812, la Logia decidió participar en las elecciones que debían definir un reemplazante definitivo de Sarratea. El candidato de los “hermanos” no podía ser más irritativo para el gobierno: Monteagudo, que para colmo llevaba las de ganar. El Triunvirato anuló la elección y pretendió poner “a dedo” a su propio candidato.

Para completar el clima antigubernamental, por esos días llegó a Buenos Aires la noticia de que Belgrano, en contra de las órdenes recibidas, había decidido presentar batalla a los realistas en Tucumán y había logrado la mayor victoria militar obtenida por los patriotas hasta ese momento.

(sigue en la edición impresa)

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