Las experiencias que conmovieron los cimientos del país siempre estuvieron ligadas a un vínculo entre los sectores populares y la clase media. Y siempre de esa unión surgieron planteos y dirigencias promotoras de la justicia y la igualdad, en contra de los poderes establecidos.
martes 31 de enero de 2017 | 2:22 PM |Por Ernesto Villanueva. Sociólogo. Rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Sudor frío sobre las espaldas del pueblo trabajador. Las consecuencias de la derrota electoral del 22 de noviembre de 2015, a poco más de un año de gobierno neoliberal, vienen siendo nefastas para el pueblo trabajador y los sectores medios. Grandes terratenientes y exportadores agrícolas acrecentaron sus ganancias a través de una fuerte devaluación del peso y la eliminación de retenciones. Empresas oligopólicas de servicios e importadoras de productos extranjeros obtuvieron la libertad para aumentar exponencialmente sus tarifas. El capital financiero internacional fue beneficiado tras el pago a los fondos buitre, la eliminación de los límites para la adquisición de dólares que consintió la fuga de divisas por 20.000 millones y un endeudamiento superior a los 45.000 millones de dólares. El PBI del país se redujo en más de un dos por ciento y la inflación fue la más alta de los últimos veinte años. El panorama resulta profundamente desolador: se han perdido 300 mil puestos de trabajo y existen más de un millón de nuevos pobres. La apertura económica, la caída de los salarios, el derrumbe del consumo, la suba de los servicios públicos y la recesión económica internacional están firmando el acta de defunción de la industria nacional. En este marco, las tantas lecciones que puede arrojar una batalla perdida, hurgar en nuestra conciencia histórica y visitar las experiencias de organización popular que en momentos cruciales de la historia del país garantizaron el freno al avance de políticas impopulares, como asimismo, el ejercicio y la permanencia de conquistas sociales, pueden ayudarnos a programar el impacto que deberá tener una oposición al neoliberalismo que no se circunscriba exclusivamente a la catarsis militante ni al activismo de vanguardias esclarecidas. Deberá ser, como lo fue siempre, la respuesta organizada de los trabajadores formales e informales, de los sectores medios y del conjunto de las organizaciones populares en defensa de su propia supervivencia y dignidad. Así es esta lucha prolongada para anestesiar las ansiedades de revancha oligárquica, desigual en los recursos empleados para desanimar a las nuevas generaciones que no vivieron otras épocas de rebelión popular desde el llano, pero absolutamente consciente de que sólo con la firme disposición de nuestras voluntades sentaremos las bases de una nueva estructuración del poder capaz de enfrentar a las corporaciones y a la propaganda imperial que promueve la destrucción de las endebles identidades políticas, la fragmentación social, la más honda orfandad cultural y hasta la dilución de nuestra soberanía.
HISTORIA, POLÍTICA
La historia es la política pasada y la política es la historia presente, sentenció Arturo Jauretche. Es innegable que no puede encararse una política emancipadora si se desconoce de dónde venimos, quiénes fuimos, cuáles son nuestras fortalezas, cuáles nuestras debilidades y por qué llegamos adonde llegamos. Sólo la comprensión de nuestra historia desde la perspectiva popular permite entender el presente para no repetir errores y, al mismo tiempo, para reconocernos en los aciertos de las generaciones de compatriotas que lucharon por lo mismo que nosotros. En tal sentido, existe en la Argentina una tensión permanente entre las tentativas de la oligarquía por circunscribir las decisiones fundamentales del país a sus intereses y las experiencias de protagonismo popular que han pugnado por impedirlo. Este antagonismo se ha tensado al máximo durante el siglo XX con la instauración de proyectos reaccionarios tras los golpes de Estado cívico-militares de 1930, 1955, 1966 y 1976, en un proceso gradual que no se interrumpió durante la retirada de las dictaduras del Cono Sur en los años 80, sino que fue profundizado en la década del 90. Con tal objeto, aniquilaron vanguardias políticas, destruyeron organizaciones sindicales y pretendieron imponer el neocolonialismo cultural y demoler todo atisbo de solidaridad social. La estructura de ese Estado antipopular persistió como una herencia gravosa que quiso ser superada durante los últimos doce años de gobierno que resultaron profundamente alentadores para nuestras descoloridas esperanzas de principios de siglo cuando, diezmados pero no vencidos, siquiera imaginábamos poder volver a soñar. El cambio de orientación del gobierno se tradujo en el impulso de políticas soberanas que permitieron romper lazos “carnales”, comenzar a industrializar la matriz productiva, recuperar parte del patrimonio nacional y generar políticas populares. No obstante, no se alcanzó a organizar un amplio y férreo frente nacional capaz de mantener lo conseguido como reaseguro para poder encarar a futuro la reversión de la dependencia que continúa obstaculizando el desarrollo soberano del país. En particular, se reiteró la maldición de los movimientos populares triunfantes: en cierto momento de la trayectoria, se desgajan sectores que han sido beneficiados por ese mismo proceso.
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