Por Felipe Pigna. Director General
La historia oficial, redundantemente machista, se solaza en declamar que no hubo mujeres destacadas ni en la Revolución de Mayo ni en la declaración de nuestra independencia. Es un argumento tan falaz como trillado que intenta instalar la idea de que la mujer no lo hizo por alguna “incapacidad” o falta de voluntad, omitiendo maliciosamente que estaban formalmente y de hecho excluidas de toda chance de participación política y hasta de emitir sus ideas por la prensa. La mujer deseosa de participar del Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 no lo hubiera podido hacer ya que la invitación y admisión era exclusivamente para los varones propietarios, y lo mismo ocurrió con los congresales constituyentes de 1813 y 1816. Sin embargo, la mujer nunca dejó de manifestar su voluntad de participación, y esto viene ocurriendo por lo menos desde el mundo griego del siglo V antes de Cristo. En la democracia ateniense, los esclavos y las mujeres estaban impedidos de ejercer su ciudadanía. Pero la voluntad de participación y la potencia de aquellas mujeres se deja ver claramente en obras cumbre de la literatura helénica, como Antígona, la hija de Edipo y Yocasta, que reclama al rey Creonte de Tebas el digno entierro de su hermano Polinices. O Lisístrata, que en la comedia de Aristófanes, estrenada en 411 antes de Cristo, impulsa la huelga sexual para reclamar los derechos de las mujeres y frenar los atropellos de los varones.Era la reivindicación femenina después de aquella Pandora, mujer enviada por los dioses como castigo a los hombres que instaló algo tan sano como la curiosidad, abriendo la caja o el ánfora que contenía la enfermedad y la muerte, condiciones humanas al fin y al cabo, pero dejó en el fondo del recipiente la esperanza. Hay condimentos similares en el mito de Eva, otra mujer inquieta que llevó “por el mal camino” de la curiosidad y la desobediencia a su compañero Adán provocando también la ira divina. Poco se recuerda dentro de la tradición mítica hebrea a Lilith, la primera mujer de Adán, que, a diferencia de Eva, también nació del polvo y le reclamó al “primer hombre” una convivencia con iguales derechos y obligaciones, incluso llegando a cuestionarle la supremacía en las relaciones sexuales. Lilith terminó expulsada y convertida en un demonio come niños a orillas del mar Rojo. A pesar de estar icónicamente muy presente en la propaganda revolucionaria, la mujer no mejoró su condición con la Revolución francesa de 1789. Así lo entendió Olympe de Gouges, que al no ver incluidas a las mujeres en la proclamación de los Derechos del Hombre, presentó ante la Asamblea de París un pliego con 17 puntos que conformaban una Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, que no fue bien recibida por las autoridades “revolucionarias”: la enviaron a la guillotina. Herederas de esta tradición, las mujeres argentinas se metieron en la historia, como diría Roberto Arlt, por prepotencia de trabajo. A ellas, a todas, está dedicado este número especial de Caras y Caretas.