Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales.
“Por cada golpe de un gendarme a un indigente yo gritaba gol”, satirizó una actriz en el papel de apasionada macrista, parodiando el discurso brutal de un conductor radial también fanático macrista. Y ese humor, que todo lo revela, define la marca de la barbarie constitutiva de la historia nacional: el odio al opositor o al diferente, al pobre de toda pobreza. Esa estigmatización es el lenguaje del odio que fue clave en la campaña electoral y el ascenso del macrismo al gobierno: impone la eliminación simbólica del adversario. Un lenguaje que se repitió a lo largo de la historia nacional, antes de devenir barbarie contra los cuerpos cuando, por ejemplo, las bombas de la aviación naval asesinaron en Plaza de Mayo a 300 argentinos en vísperas del derrocamiento de Perón en 1955. Primero fue “el aluvión zoológico” para definir al pueblo que el 17 de octubre de 1945 dio nacimiento al peronismo; el “viva el cáncer” festejando la enfermedad de Evita; el desprecio por “los cabecitas negras” o “los negros de mierda”. Más tarde, las terribles sentencias del Estado terrorista en 1976: “el virus”, “los subversivos” y “el algo habrán hecho”. Hoy, los “ñoquis”, los “choriplaneros”, la “grasa militante”, “los kakas”, los seguidores de “la yegua”. Nombres que revelan un malestar en la cultura, en la estructura de clases y en la economía y la política cuando se debate qué país tener: el de los agroexportadores asociados al capital transnacional y financiero, que endeuda y fuga las riquezas, o el país integrado, industrializado, con un potente mercado interno y salarios adecuados que incluye a todos. Esa antinomia es la base material del odio condensado en el lenguaje. Es un larvado enfrentamiento civil que da cuenta de una grieta no saldada entre dos modelos de país, y estigmatizador cuando se pronuncia desde el gobierno y sus reproductores mediáticos y que tiene en la defensa del poder económico su más oscuro objeto del deseo. Una expresión explícita de esa batalla fue la polémica que sostuvieron en el siglo XIX Alberdi y Sarmiento, grandes intelectuales y patriotas fundadores de la Argentina. Alberdi, padre de la Constitución Nacional, y Sarmiento, padre de la educación pública, compartieron la lucha unitaria de la “civilización” e ilustración liberal contra el despotismo “bárbaro” y federal de los caudillos hasta 1852, cuando Urquiza derrotó a Rosas, pero sus caminos se separaron antes de la construcción del nuevo país que emergió después de la batalla de Pavón en 1861, cuando Sarmiento y Mitre, representantes del puerto de Buenos Aires, se alzaron con la suma del poder. Sarmiento y Alberdi tenían ideas distintas sobre quién representaba la barbarie en la nueva nación. El 20 de septiembre de 1861 Sarmiento le escribió a Mitre: “Se nos habla de gauchos… la lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esa chusma criolla incivil, bárbara y ruda es lo único que tienen de seres humanos”. Sarmiento usó su pluma y su espada para exterminar “bárbaros”, esos caudillos que representaban la rebelión de las provincias contra el poder de Buenos Aires y su burguesía offshore en ascenso. En 1874, desde sus escritos póstumos –El Faustino: Facundo y su biógrafo–, Alberdi le contestó a Sarmiento: “Es precisamente el carácter unitario del poder la barbarie, la del puerto de Buenos Aires, que concentra todo el poder político, de aduanas, puertos, capital y dinero, el poder real, el que le da el carácter de barbarie. La civilización está en manos de miles de trabajadores del campo (entendido como el país federal) donde se produce la riqueza de Buenos Aires”. Alberdi murió en 1884. Pero en sus últimos años señaló la antinomia sarmientina al definir a un liberal como quien “no mata con el cuchillo, pero destroza y devasta con su sofisma, que es su cuchillo. No es el caudillo de chiripá, pero es el caudillo de frac; es siempre un bárbaro, pero bárbaro civilizado”. ¿Es esa barbarie la que regresa con el lenguaje de odio macrista regado por las corporaciones mediáticas en esta etapa superior del neoliberalismo argentino? Los maestros y los trabajadores que protestan contra la pérdida de empleo o de derechos adquiridos o el populismo kirchnerista, ¿son “el enemigo, y su disidencia de opinión es guerra, hostilidad”, como dijo Alberdi? La respuesta anida en los Robocop represivos de Macri, portadores del miedo.