Por Telma Luzzani
El atentado contra una revista humorística francesa desató una nueva ola mundial de islamofobia, fogoneada por los Estados Unidos, que desde la caída de la Unión Soviética necesita encontrar nuevos enemigos para justificar su política militar y sostener su hegemonía.
miércoles 18 de febrero de 2015 | 12:44 PM |El asesinato de doce personas en la redacción del semanario francés Charlie Hebdo despertó –con la intensa ayuda de los medios de comunicación que convirtieron una noticia importante en una alerta roja de carácter global– dos demonios.
El primero fue local: muchos franceses liberaron sin pudor el odio hacia sus conciudadanos de piel oscura (en este caso fue contra los de origen árabe, pero el año pasado había sido contra los gitanos y los rumanos). Del 8 al 23 de enero hubo en Francia 128 ataques contra musulmanes, casi tantos como los 133 que se registraron a lo largo de todo el año 2014, según la cifras oficiales del Observatorio Nacional contra la Islamofobia. A pesar de que nunca se vieron las caras de los asesinos y de que nunca sabremos si los hermanos Kouachi eran los verdaderos culpables (ya que la policía francesa los mató sin darles oportunidad de ser juzgados), durante los quince días que siguieron a los asesinatos de Charlie Hebdo hubo 33 ataques a mezquitas y 95 agresiones –disparos con armas de fuego, insultos, persecuciones y golpes– a fieles musulmanes.
El segundo demonio que liberaron los acontecimientos en París fue el temor de que, en un futuro próximo, un choque de civilizaciones a nivel mundial sea inevitable. Pero ¿hay realmente un conflicto inevitable entre el llamado “mundo musulmán” y “Occidente”? ¿Existe alguna predestinación, determinismo o característica estructural que lleve a un necesario enfrentamiento?
Es fundamental recorrer la historia para comprobar que la respuesta es rotundamente no. En primer lugar, aunque “mundo musulmán” y “Occidente” son convenciones que aceptamos para los análisis políticos, es importante reflexionar brevemente sobre esos términos que no son en absoluto inocentes. Como explica claramente el artículo de Enrique Herszkowich (ver pág. 50), el islam no es homogéneo, al contrario, incluye pueblos muy diferentes unos de otros, por lo que hablar de “mundo” es una simplificación casi siempre peligrosa.
En cuanto al término “Occidente”, es claro que su uso político no alude a una exacta referencia geográfica. De la misma manera que cuando un estadounidense dice “América” no se refiere a todo el continente sino sólo a Estados Unidos, cuando el discurso central habla de “Occidente” alude a un concepto etnocéntrico y arbitrario, construido por las grandes potencias, instalado por sus medios hegemónicos y repetido por los sectores disciplinados de los países dependientes, que tiene como objetivo justificar la dominación. Occidente es un “nosotros” (integrado sólo por Estados Unidos, Canadá y Europa occidental) en oposición a un “otro” (el resto del mundo) vasallo o enemigo, que puede ir cambiando de encarnación según el momento de la historia.
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