El Mundial de Fútbol, que empezó a jugarse en 1930, tiene una historia plagada de anécdotas y muchas veces signada por la época, como ocurrió con el fascismo italiano, la Segunda Guerra y la última dictadura argentina. Siempre, en cualquier caso, la pelota marcó el ritmo.
lunes 28 de mayo de 2018 | 2:36 PM |Por Alejandro Fabbri. Los ingleses y los escoceses fueron los inventores del fútbol. Los que lo propagaron por todo el mundo, aprovechando los enormes tentáculos del Imperio británico. Fueron ellos también los que se adelantaron a las sociedades de aquellos tiempos al entender que los trabajadores explotados y al servicio de la creciente Revolución Industrial necesitaban algo con qué entretenerse. El fútbol traía en su semilla algo que lo fue distinguiendo cada vez más rápido de las otras actividades deportivas: ni el rugby, juzgado demasiado violento por mucha gente, ni las variantes individuales, como el tenis, el ciclismo, el remo, las carreras de caballos o el boxeo, eran lo suficientemente atractivos. Gustaron y crecieron, pero no alcanzaron jamás el brillo del fútbol, que por sus características podía producir resultados injustos, donde los menos poderosos les ganaran algunas veces a aquellos que eran mejores.
Sin embargo, tuvo que ser un francés, un hombre nacido en un almacén de ramos generales del interior profundo, Jules Rimet, el verdadero impulsor de esta historia. Nacido en 1873 y recibido de abogado en París, era bastante patadura para pretender ser futbolista en aquel final del siglo XIX, así que se interesó más por ser dirigente. Fundó Red Star, el club francés que todavía hoy subsiste en la tercera categoría, participó de la creación de la Federación Francesa de Fútbol, llegó a la FIFA (surgida en 1904) y desde 1920 empezó la campaña para hacer un Mundial de Fútbol, anticipándose largamente al resto.
URUGUAYOS CAMPEONES
El fútbol empezó por los Juegos Olímpicos en 1908 y su apogeo llegó cuando Uruguay ganó el torneo de 1924, repitiendo en 1928 cuando venció a la Argentina por 2-1. Ese año, el congreso de la FIFA resolvió hacer un Mundial cada cuatro años y se eligió como sede Uruguay, que había prometido construir un estadio enorme para la competencia y cubrir los gastos de estadía de los participantes. Los europeos se enojaron por la designación de Uruguay; los británicos vieron que era el momento para irse y no participar, aislándose y quedando siempre como los creadores del fútbol. El periodismo de ese continente tampoco quería ir hasta Uruguay. Que los barcos se hundirían como el Titanic porque había inmensos témpanos en los mares sudamericanos, que la inseguridad infestaba Montevideo, que todo estaría mal organizado. Nada de eso pasó, y el bueno de Rimet pudo desembarcar en la capital oriental, apenas acompañado por franceses, belgas, rumanos y yugoslavos. Cuatro países europeos solamente. Tampoco pudieron llegar los egipcios, porque perdieron el barco que los llevaría a Uruguay. Aquella final que Uruguay le ganó a la Argentina en 1930 tuvo sus bemoles. Se jugó el primer tiempo con “pelota argentina” y la segunda parte con el balón común del fútbol uruguayo. La etapa inicial fue 2-1 albiceleste y en el complemento hubo tres goles orientales, después de las amenazas que sufrió Luis Monti, el eje medio argentino, que se puso a llorar en el vestuario y les dijo a sus asombrados compañeros que no quería jugar la segunda parte. El plantel argentino fue hostigado casi todas las noches por una murga candombera que daba vueltas al hotel donde se alojaba, impidiéndole dormir plácidamente. Solamente se distendieron cuando Carlos Gardel pasó por la concentración y les cantó media docena de tangos con su guitarra.
Uruguay ganó la primera Copa del Mundo, inauguró el todavía magnífico Estadio Centenario, pero se quedó con la sangre en el ojo por el boicot que hicieron los europeos. Por esa razón, los campeones resolvieron no participar del segundo torneo, adjudicado a la Italia fascista para 1934.
(sigue en la edición impresa)