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La Revista

Ni tostado, ni torrado: amargo

El café, junto con el azúcar y el banano, son las tres patas sobre las que se asienta la economía guatemalteca. Su explotación, como suele suceder, está en manos de pocos y sus ganancias generan conflictos que voltean gobiernos. Álvaro Colom fue la última víctima tras el escandaloso Caso Rosenberg.

Por Sin Firma
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Por Néstor Restivo

En homenaje a Eduardo Galeano podemos recordar con él y su Memoria del fuego que ya para 1877 “el civilizador” Justo Rufino Barrios, presidente de Guatemala, “cierra los párpados y escucha estrépitos de ferrocarriles y máquinas de vapor violando el silencio de los conventos. No hay quien pare a los colorantes sintéticos en los mercados del mundo y no hay quien compre la grana, el añil y la cochinilla que Guatemala vende. Es la hora del café. Los mercados exigen café y el café exige tierras y brazos, trenes y puertos. Para modernizar el país, Barrios expulsa a los frailes parásitos, arrebata a la Iglesia sus tierras inmensas y las regala a sus amigos más íntimos. También expropia las tierras de las comunidades indígenas. Se decreta la abolición de la propiedad colectiva y se impone el peonaje obligatorio. Para integrar al indio a la nación, el gobierno liberal lo convierte en siervo de las nuevas plantaciones de café. Vuelve el sistema colonial del trabajo forzado. Los soldados recorren las fincas repartiendo indios”.

Y que para 1902, “en la ciudad de Quezaltenango, Manuel Estrada Cabrera había ejercido, durante muchos años, el augusto sacerdocio de la Ley en el majestuoso templo de la Justicia sobre la roca inconmovible de la Verdad. Cuando acabó de desplumar a la provincia, el doctor se vino a la capital, donde llevó a feliz culminación su carrera política asaltando, revólver en mano, la presidencia de Guatemala. Desde entonces, ha restablecido en todo el país el uso del cepo, del azote y de la horca. Así los indios recogen gratis el café en las plantaciones y los albañiles levantan gratis prisiones y cuarteles…”.

Como todos los países latinoamericanos, Guatemala tuvo en algunos productos primarios el eje de sus ciclos económicos para beneficio de las oligarquías y desgracias de su pueblo. Comenzado a producir a inicios del siglo XIX por los jesuitas, para 1880 el café era el principal producto de exportación guatemalteco: representaba 80 por ciento de sus ventas externas. A lo largo de las décadas ese recurso, junto con el azúcar o el banano, fue central para las arcas de los gobiernos que se sucedieron en el poder, y en 2002, con los precios mundiales desplomándose, el pequeño país centroamericano sufrió su más profunda crisis del café en 150 años: las exportaciones cayeron un 25 por ciento y por primera vez desde entonces el producto ya no lideró la generación de ingresos del exterior.

En un país con 15 millones de habitantes, más de 250 mil trabajadores perdieron su empleo con esa crisis. Aun así hoy Guatemala sigue siendo un jugador importante en el negocio planetario del café, el séptimo productor en importancia, y considerado de gran calidad.

Unos años después ocurrió el caso Rosenberg, su asesinato a manos de sicarios que nadie sabe quién contrató para matarlo, ni siquiera si fue él mismo, y sobre el cual en esta edición se publican un artículo en la página 44. Entre sus causas enmarañadas aparece el trasfondo de la lucha por las ganancias que produce el café, entre las cooperativas y los grandes grupos que disputan el negocio, con intereses financieros detrás.

Rodrigo Rosenberg era abogado de un empresario textil y cafetalero, Khalil Musa, que había sido asesinado un tiempo antes, y en la trama aparece la disputa por esos granos oscuros que por siglos han enamorado a millones de consumidores del mundo entero.

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