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La Revista

Tomada: “Necesitamos otro período de gobierno para consolidar el modelo”

Ministro récord, Carlos Tomada reivindica políticas por las que siente orgullo, como el Consejo del Salario Mínimo y la Asignación Universal, y tiene presentes los desafíos de gestión. Entre ellos, el trabajo en negro y la personería de la CTA.

Por Demián Verduga
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Carlos Tomada es el ministro de Trabajo que más duró en el cargo en toda la historia argentina. Lleva siete años seguidos al frente de la cartera. Esto lo vuelve –en términos periodísticos– una fuente excepcional. Recibió a Caras y Caretas en su despacho cerca de las nueve de la noche –cuando le fue posible distenderse unos minutos– y habló de todo. Señaló que lo más importante de su gestión fue haber creado instituciones, como el Consejo del Salario Mínimo. Cuestionó la idea instalada que sostiene que los sindicatos no son representativos. “La mayoría de los 70 mil dirigentes gremiales que tiene la Argentina se ocupa de los trabajadores.” Le dedicó un párrafo al empresariado: “Hay una gran diferencia entre los que apuntan al mercado interno y los que no”. Se refirió al empleo en negro y también a las próximas elecciones: “Necesitamos un período más para consolidar el cambio cultural”.

–¿A qué cambio cultural se refiere?
–Antes del ciclo que comenzó en 2003 predominaron las ideas neoliberales en la Argentina. Fueron hegemónicas durante treinta años y supuestamente proponían un modelo económico y productivo. Hubo algunos matices, como el gobierno de Raúl Alfonsín, que intentó modificar ciertas cosas, pero la estructura era tan fuerte que no pudo. Luego, en los 90, esas ideas se cristalizaron. Se instaló en el sentido común que el Estado no servía, que había que privatizar los servicios públicos. Lo que quiero decir es que no eran catorce tipos los que decían estas cosas sino que las repetía la gente en la calle. Para lograr eso hubo entre quince y veinte años de construcción.

–¿Y ahora se está constituyendo un nuevo sentido común?
–Hasta cierto punto sí. Este gobierno creó y revivió instituciones. Sólo por nombrar algunas podemos señalar el Consejo del Empleo y el Salario Mínimo, los consejos sectoriales de formación y la negociación colectiva. Son decisiones que marcan un punto de inflexión, ya que las políticas neoliberales partían de la base de que todo debía quedar librado al mercado de trabajo. Ahora bien, para cristalizar este cambio es importante que este proceso continúe por lo menos un período más.

–Usted está en contacto permanente con sindicalistas y empleadores. ¿Este cambio cultural se ve en el empresariado?
–Después de siete años al frente del ministerio, creo que no es posible hablar de los empresarios como un todo. Hay muchas diferencias entre los que tienen su producción volcada a las exportaciones y los que la apuntan al mercado interno. Los que producen para vender en el país tienen una mirada distinta sobre el empleo y el salario. Por supuesto que son empresarios y quieren ganar, pero tienen una visión clara: saben que si al país le va mal a ellos también les irá mal. De todos modos, hace falta un proceso de reforma de las representaciones empresariales en la Argentina. Siempre que se habla de cambiar las instituciones del mundo del trabajo se hace referencia a los sindicatos y se omite a las entidades empresariales.

–¿Qué otro aspecto de la gestión del Gobierno ilustra este punto de inflexión cultural?
–La forma en que la presidenta Cristina Fernández decidió enfrentar la crisis internacional. Si hubiéramos dejado que el cimbronazo desencadenara todos los efectos que el mercado creyera necesarios, otra habría sido la historia. La decisión de subsidiar el empleo y no el desempleo, sosteniendo los puestos de trabajo, fue otra prueba del punto de inflexión que se está produciendo.

–Volviendo a las instituciones que nombró antes, como el Consejo del Salario Mínimo, ¿su existencia es irreversible aunque cambie el gobierno?
–Es la pregunta del millón. Reconozco que se me confunde el deseo con el análisis. Creo que deberían permanecer en el tiempo porque son instituciones propias de una Argentina democrática, popular y abierta. Pero no están despegadas del modelo económico que se impulse. Si se reinstalara un modelo agroexportador o rentístico financiero, estas instituciones no serían necesarias. La Presidenta estuvo en la OIT, invitada para hablar del diálogo social. Allí dijo que el diálogo social sólo existe en un modelo que estimule la industria, que en la Argentina de los 90 no era necesario. Es decir, sólo cuando se recupera la industria y el mercado interno es posible ese diálogo porque se consolidan los actores que lo protagonizan.

–Dentro de ese debate aparece la democratización sindical y el otorgamiento de la personería para la CTA, ¿cómo se resolverá ese tema?
–La discusión sobre la libertad y la representación sindical no puede reducirse al otorgamiento de la personería para la CTA. Es un punto importante pero no el único. Este gobierno reconoció a la CTA como legítima. La cuestión de la personería está pendiente. Es un tema gremial y político. Es necesario remarcar que hay cierto lugar común que habla de una supuesta falta de representatividad de los dirigentes gremiales. En la Argentina hay 70 mil dirigentes sindicales. La mayoría se levanta todos los días y hace cosas por los trabajadores. No sé en cuántos países del mundo hay tantos referentes sindicales. Por supuesto que es necesario revisar ciertos procedimientos y aumentar la representación en las pymes. Son cuestiones del debate que viene.

–El nivel de empleo en negro es alto, está alrededor del 35 por ciento, ¿sería otra de las tareas que faltan? ¿Por qué es tan difícil bajarlo?
–Volvemos a la cultura. Ese tema tan político. Es una práctica contra la que tenemos que luchar porque durante muchos años se instaló la creencia de que el empleo en negro estaba bien, que era lo que se podía. Otra razón que lo explica es cierta vocación de renta desmedida por parte de algunos sectores de nuestro empresariado, que maximiza ganancias de cualquier forma. Y en tercer lugar están las políticas que hubo durante muchos años y desembocaron en un desmantelamiento de las áreas de inspección del trabajo. El Gobierno tiene la convicción de combatir el empleo en negro porque genera muchas diferencias en el acceso a los sistemas de salud, seguridad social y jubilatoria. Nos planteamos cambiar esta cultura y aumentar los controles. Hay que decirlo: si tener trabajadores en negro no implica un riesgo para los empresarios la ley no se cumple. Esa batería de acciones logró la reducción más importante de los últimos 25 años. De todos modos, debemos seguir por este camino y regular ciertas prácticas del mundo del trabajo que tienden a la informalidad.

–Usted tiene el récord de permanencia como ministro de Trabajo. ¿Cómo vive haber participado tantos años de este proceso político?
–Me siento orgulloso. No satisfecho, porque uno siempre siente que falta algo, que hubo cosas que hizo mejor y otras peor, que hay cuestiones para corregir. Pero me siento afortunado de haber podido participar de un proceso que retomó las mejores banderas del peronismo y que actualizó muchas de ellas. El mejor homenaje a la frase de Evita, “los únicos privilegiados son los niños”, es haber impulsado la Asignación Universal por Hijo. Así que, como peronista y militante, creo que no me podría haber pasado algo mejor en la vida que formar parte de este proyecto.

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