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La Revista

LUCÍA TOPOLANSKY, UNA HISTORIA DE MILITANCIA

Es vicepresidenta de Uruguay. Antes fue senadora y diputada. Y primera dama. Desde 1972 camina junto al Pepe Mujica la senda del amor compañero y la política.

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Por Roxana Sandá. Estuve trece años en prisión y no le deseo a nadie la cárcel. La pérdida de la libertad es una cosa dura para el ser humano. Tuve la suerte de estar presa en celdas colectivas, pero el presidente estuvo muchísimos años solo, en aislamiento.” A los 73 años recién cumplidos, Lucía Topolansky, “la Tronca”, “Ana”, nombres de guerra que la definieron y endulzaron para el querer popular, habla de sí misma a bocanadas de resistencia, y sin embargo el espejo le desdobla la imagen: frente a sí está el Pepe, su compañero (jamás marido ni esposo), José Mujica. El único –según ella– héroe de esta historia. Originaria de la alta cuna montevideana, culta y deseosa de saber siempre más, aunque ahora la avidez se estreche en la biblioteca opaca de los expedientes sobre su escritorio de vicepresidenta, la referente política más célebre de su país no quiere la gloria. Sólo cumplir con su pueblo. “La política no es para mí una carrera, sino un compromiso militante. Por una serie de circunstancias hoy estoy aquí, y para mí es un puesto de militancia como cualquier otro.”

La renuncia del ex vicepresidente Raúl Sendic por acusaciones de corrupción fue uno de los golpes más duros para el Frente Amplio que lidera el presidente Tabaré Vázquez, pero sobre todo para el Movimiento de Participación Popular que construyeron Pepe y Lucía en modo de sueño aguerrido. El otro anhelo, Puebla, la chacra que buscaron juntos y habitan en Rincón del Cerro, ya lo había documentado Mujica en cuadernos y papeles durante los años de su aislamiento en prisión. Ella, en cambio, estudiaba según el libro que consiguiera. Ese recurso tan esquivo como caprichoso –podían ser textos de historia, mecánica o biología, mientras el servicio penitenciario no se los arrancara de las manos para reprimirla con aislamientos compulsivos– dice que “le abrió la cabeza”.

Con sus compañeras de la cárcel de Cabildo –a algunas las sigue viendo “para ponernos al día”– llegaron a hacer pintura, teatro y música. “Lo que podíamos, porque lo más importante era llenar el tiempo y no pensar.”

–¿Valió la pena luchar? –le preguntó hace poco un periodista.

–La lucha siempre vale la pena.

A LA VUELTA DE LA ESQUINA

Lucía y María Elia Topolansky nacieron el 25 de septiembre de 1944. Mellizas de una familia tradicional, conservadora y católica formada por el ingeniero civil y empresario de la construcción Luis Topolansky Müller y María Elia Saavedra Rodríguez, las menores de seis hermanos recién conocieron los apremios económicos tras la muerte del padre. Antes se criaron y vivieron entre el Prado, Pocitos y Punta del Este. Mientras los varones asistían al colegio privado San Juan Bautista, ellas cursaban primaria y secundaria en el Sacré Coeur de las hermanas dominicas. Buenas compañeras, mejores alumnas. Y les clavaron un paro a las monjas. Enrique, uno de los hermanos, le reveló al periodista Guillermo Pellegrino la génesis de esa insumisión. “Un día llego a casa y la veo a mi madre yéndose muy preocupada para el Sacré Coeur porque las monjas la citaron de urgencia. Lucía y María Elia habían organizado una especie de huelga para resistir ciertos reglamentos muy estrictos que tenían en el colegio. Mi madre tranquilizó a las monjas y luego habló con mis hermanas, que eran excelentes alumnas, para calmar las aguas.” Esa calma nunca ocurrió. Comenzaron a hacer trabajo social con los curas obreros en barrios populares. María Elia fue la primera en entrar en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) en 1966, impactada por la Revolución Cubana y la Teología de la Liberación, los obispos brasileños y Juan XXIII. La siguió Lucía en 1967. Todavía cursaba en la Facultad de Arquitectura, que abandonó dos años después. “Uruguay decaía económicamente”, recordó. “El atajo para la solución fue el camino corto de la vía armada que se discutía en toda Latinoamérica. Estábamos convencidos de que la victoria estaba a la vuelta de la esquina.” Su operativo iniciático fue el golpe a la financiera Monty, donde trabajaba. “Allí descubrí la parte clandestina del Banco de Crédito uruguayo. Se había producido la quiebra del Banco Transatlántico y había todo un pueblo en la calle.” En febrero de 1969, el Poder Ejecutivo ordenó su búsqueda. Era considerada “figura importante” dentro de la organización. La atraparon en enero de 1971 en una ratonera policial junto con cuatro militantes. Estuvo presa en la cárcel de Cabildo hasta el 30 de julio, cuando escapó con otras 37 presas por un túnel que cavaron hasta las cloacas del desagüe, en lo que se llamó “Operación Estrella”. Para entonces ya tenía profundas divergencias políticas con María Elia, que se extienden a la actualidad y a ninguna le interesa salvar.

LA VIDA DE A DOS

La relación con Mujica comenzó en 1972, y a los pocos meses cayeron presos por separado. Ella pasó trece años en Punta de Rieles y él once en Punta Carretas, sometidos a torturas y aislamiento, hasta 1985, con el retorno de la democracia y la amnistía. Se sabían de memoria las cartas que se escribieron durante los años de encierro. El reencuentro volvió a sellar aquel amor urgente, como lo definían, y la única opción concebible era de a dos. Fundaron el MPP con otros ex miembros de Tupamaros y en 1989 se sumaron al Frente Amplio, la coalición que sigue gobernando el país. En 2004 ganaron las elecciones y Lucía resultó electa diputada. El año 2005 pintó más caótico: Mujica asumió como ministro de Ganadería, Lucía ocupó su banca en el Senado y se casaron en la cocina de la chacra, con los vecinos de testigos. No tuvieron hijos. “Me quedé a cambiar el mundo y se me fue el tiempo”, dijo él. Las seis heridas de bala en el cuerpo y los diez años que le lleva se lo recuerdan cada día. “Lucía vive tapando esos agujeros organizando. Hay una cara femenina del acontecer que si no existe estamos perdidos.” Menos carismática, sin embargo, es la que por estos días le salva las papas a Tabaré, pese a que sus detractores propalen que sólo se trata de una política más. “Error”, advirtió Mujica. “Es sistemática. Como las abejas, como una gota de agua. Una laburanta de esas infernales. No de esas que hacen un hecho histórico, sino de las que levantan paredes.”

Lucía Topolansky asegura que le quita el sueño estar a la altura de las circunstancias con la población que la respalda, aunque sus ex compañeras de militancia digan que no es la que era precisamente por estar donde está y su hermana desde Paysandú siga enviándole mensajes públicos de decepción. No les convence la toma del poder, la austeridad de la pareja ni los hitos legislativos que apuntó con el matrimonio igualitario, la legalización de la marihuana y la despenalización del aborto. A ella poco le importa. Es pragmática. “La peor gestión es la que no se hace.”

–¿Prefiere que la llamen “vicepresidente” o “vicepresidenta”?

–Me da lo mismo cómo me llaman porque creo que la inclusión no pasa por ahí. En septiembre de 2017, Tabaré Vázquez viajó a los Estados Unidos. Topolansky asumió la presidencia por cuatro días, y la senadora Patricia Ayala, del mismo espacio, presidió la Cámara alta. Entonces se produjo un hecho histórico: por primera vez en Uruguay dos mujeres presidían los destinos del país. “Son preámbulos de cosas que tienen que suceder y que está bueno que sucedan. Y por mi parte soy una veterana a la que le tocó esta tarea y voy a tratar de hacerla lo mejor posible”, guiñó con picardía. “Pero igual le dije a Tabaré: ‘Sos un inconsciente. ¿Y si ahora te cerramos las fronteras y no te dejamos volver?’”

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