Por Felipe Pigna – Director General
jueves 10 de marzo de 2016 | 3:55 PM |Hasta 1976 el 24 de marzo remitía en las efemérides a dos hechos auspiciosos y democráticos: el 24 de marzo de 1816, del que se cumplen 200 años, se inauguraban las sesiones del Congreso de Tucumán que proclamaría nuestra independencia y, tres años antes, el 24 de marzo la Asamblea del año XIII terminaba para siempre con la nefasta Inquisición en todo el territorio del ex virreinato del Río de la Plata. Seguramente ni los congresales del XIII ni los del XVI estaban en condiciones de sospechar que la inquisición volvería corregida, actualizada y aumentada el 24 de marzo de 1976.
Los uniformados y sus socios civiles venían a imponer un nuevo modelo de sociedad, a terminar con todo conato de desarrollo nacional independiente y a disciplinar a una sociedad con una larga tradición de lucha y conciencia gremial. Así lo expresó claramente el general Videla en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, el 8 de julio de 1976: “La lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la política o en el gremialismo”. El decidido apoyo al golpe por parte de los factores de poder que veían amenazados sus privilegios por la creciente movilización de importantes sectores de la clase trabajadora y la producción intelectual de sectores medios partidarios de un proyecto de cambio social fueron decisivos. Dentro de este esquema de acuerdo represivo entre poder económico y poder militar se consideraría subversivo a todo aquel que postulase ideas contrarias al “ser nacional”, que comprendía valores como la aceptación acrítica de toda jerarquía sin lugar a la discusión. La sociedad argentina venía de un proceso de cambio que se había acelerado a partir de hechos clave como el Cordobazo y la recepción de la renovada producción ideológica e intelectual posterior al Mayo Francés del 68. Una clase media ilustrada e inquieta seguía con atención los procesos mundiales y comenzaba a adoptar el psicoanálisis y sus categorías. Como señala el historiador David Rock, “los grupos de poder, la Iglesia y los militares comenzaron a preocuparse cuando notaron, entre otras cosas, que el cura confesor estaba siendo reemplazado por el psicoanalista”. ¿Cuáles eran esos valores “occidentales y cristianos” que los genocidas militares y civiles decían defender? Históricamente, se ha vinculado a la tradición occidental con la democracia y la plena vigencia de los derechos elementales del hombre. Se oponía el modelo democrático occidental a las tiranías, teocracias y regímenes autoritarios ubicados por los propios occidentales en la tradición oriental. En cuanto a lo cristiano: la solidaridad, la misericordia, la comunión, el amor al prójimo hasta el sacrificio, la dignidad de la persona humana, a lo que habría que sumarles los diez mandamientos, de los cuales los terroristas de Estado no dejaron uno solo sin violar.
La contradicción entre los dichos y los hechos no es nueva en nuestra historia, ya que los conservadores argentinos, autodenominados liberales, que han detentado el poder durante la mayor par te de nuestra historia y lo hicieron durante la dictadura, han hecho del doble discurso su forma de hacer política.