Debutó en la tele a los seis años y no paró nunca. Después de una seguidilla de exitazos tuvo un par de pasos en falso que le hicieron replantear carrera y vida. Hoy está politizada, tomó partido y se manifiesta a favor del Gobierno con total convicción.
viernes 12 de julio de 2013 | 12:50 PM |Tras su precoz debut, Florencia Peña no cesó de demostrar sus talentos, haciendo de todo para no encasillarse. A lo largo de ese camino ascendente al estrellato tejió una relación irrompible con el público, que le agradece su humor desopilante, pero también la audacia al incursionar con éxito en otros géneros. Bastó ver su performance protagónica en el musical Sweet Charity para medir su altura como comediante, y hoy sigue cosechando laureles en cada función de Un dios salvaje, la tragicomedia de Yasmina Reza que representa en el Paseo La Plaza.
La ex “pechocha” nos recibe en su casa de Palermo, mientras el sol otoñal se pone sobre el jardín: si las paredes hablaran, dirían que aquí vive una familia feliz, un hecho que queda confirmado no bien se inicia esta conversación. “Tengo una vida que no puede ser más plena”. Y tampoco hace falta ser adivino para darse cuenta de que es esa clase de mujer que va poniéndole el pecho a cada desafío que el azar le imponga.
–Siempre dijiste que eras una muchacha insegura, acomplejada. Hoy cuesta creerlo.
–Mi vida cambió. Siempre sentí que tenía dos miradas del mundo: una, esa burbuja donde viví mucho tiempo, yendo a colegio privado, con una familia muy exigente. Y por otro lado, la vida, la gente hermosa y diferente que fui conociendo a través del trabajo. Todo me fue sembrando, como mi marido, que viene de una familia muy militante. Su padre es el rector de la Escuela de Música de Avellaneda, y Mariano trabajó en el Dock, enseñando a leer y música a chicos bajo la línea de pobreza. Y desde luego el arte, que me ayudó a sentirme más segura.
–Todo un aprendizaje.
–Hice camino al andar, levantándome y cayéndome mucho. Cuando me empezó a ir muy bien, me confundí un poco; el éxito me puso en otro lugar, ganaba plata, me podía comprar el auto que quisiera y darles todos los gustos a mis hijos.
–Los ricos suelen ser muy individualistas.
–Y yo lo era, aunque siempre tuve una mirada piadosa frente a la realidad. Pero me empezó a ir mal en la tele, dejé de ser exitosa, mi rating no medía. Eso me enojó con el universo, hasta que entendí después de tres fracasos que en este momento se me estaba pidiendo otra cosa, cumplir con otra misión, además de hacer reír, que es un don con el que se nace. Todo esto ocurrió durante el embarazo de mi segundo hijo. Estaba muy triste en ese momento: me había quedado sin trabajo, y me paralicé. De repente me quedé sin plata, con deudas. Pusimos en venta los autos, pensamos en vender la casa, y empezamos a vivir de otra forma. Empecé a entender que lo material no venía a cuenta de nada, sólo son cosas que están ahí para aliviarnos un poco la vida. Mi marido, que es un hermoso, me decía: “Nosotros podemos vivir con dos pesos o con diez pesos, es una decisión que tenemos que tomar”. Y decidí estar más cerca de la gente, para entender mejor el mundo en que vivimos y poder aportar algo: empecé a sentir la responsabilidad de dar un mensaje claro.
–Para empezar, te fuiste de Botineras.
–Fue la última ficha que me quedaba como tintineando, cayó, miré a mi alrededor y dije: “No, yo renuncio, no hay dinero que pague mi satisfacción”, y renuncié. Ganaba mucha plata, pero no era feliz. Se generó mucho revuelo: supongo que la libertad genera miedo, y para mí lo más importante es poder ser libre en las elecciones. Entonces me banqué estoica lo que vino, porque sentí que ya estaba en otro plano. Y ahí se me corrió un velo, empecé a ver la realidad y dejé de tener miedo.
–No falta quien dice que sos una suicida.
–Quizá la lectura del aquí y ahora sea esa. Siempre hubo repudiados en la historia: yo creo en la soledad del distinto. Lo que intento que entiendan es que no defiendo un gobierno, sino un modelo que lleve a un país con mejor igualdad, y son los Kirchner quienes lo están llevando a cabo. Molesta tanto porque tengo atrás una vida que me avala, tengo una familia, no soy una escandalosa, nunca he sido una tira bomba, tampoco estoy defendiendo la matanza de los judíos ni a Videla: estoy reclamando que los genocidas estén en prisión. Defiendo cosas en las que tendríamos que estar todos de acuerdo, y lamento que no sea así con la Ley de Medios. Deberíamos estar muy felices con lo que se votó. Estoy contenta de tener una posición tomada, de que se sepa lo que pienso, de estar trabajando con algunas ONG, de conectarme con la gente humilde, de dar charlas cuando puedo. Quiero tener una fundación, tengo muchos proyectos sociales en la cabeza. Y no creo estar incendiando mi carrera, sino al contrario. Voy a ser una mejor artista.
–Dijiste que el multimedios Clarín te había puesto en la lista negra.
–Sí. No lo hice para victimizarme, nunca me sentí víctima porque soy una absoluta creadora de mi destino. Pero no me doy cuenta de que lo que digo genera mucho barullo porque tengo una gran llegada a la gente, cosa que tampoco me pasó por decisión: llegar a diferentes sectores con un mensaje es algo que sucede o no. Hay mucha ética en mi vida, todo lo que hago lo hago por convicción. No conozco a los Kirchner: los he visto cuando fui a leer un poema a la Esma, y nos dimos un abrazo. Encontré a Cristina en actos, por la nueva ley de educación secundaria, en la que participé en un spot, y también cuando fui la cara de la lucha contra el cáncer de mama, que auspiciaba el Ministerio de Salud. Cuando dije lo de la censura en Clarín, hasta Kirchner salió a pedir un aplauso para mí. Y me pasan cosas que me divierten, como sentarme a hablar con gente que no piensa como yo: así hay que militar hoy, admitiendo el disenso, aceptando que no todo es rosa, pero tampoco todo negro. Pero son momentos de blanco o negro, y le temo a eso. Uno de los fantasmas que se ha instalado es el miedo a la confrontación. El ser humano confronta y es bueno que así sea, quedarse a medias no está bueno. Con los milicos no hubo intermedios, con la Ley de Medios no hay grises, ni con los que dicen “aquí hubo una guerra”. No se puede comparar a las organizaciones armadas con el terrorismo de Estado: los militares tenían que defender nuestras vidas y de una manera u otra terminaron matándonos. Yo tenía 2 años cuando ocurrió el golpe. No hay nadie en mi entorno familiar que haya sido afectado por la dictadura, ni mis padres tuvieron amigos que hayan sido chupados. Sin embargo, como ciudadana tengo una posición tomada, y no me callo. Por eso lo de Clarín generó tanto odio y tanto amor.
–¿Te lo hacen sentir?
–Nunca nadie me ha puteado por la calle. Lejos de eso, la gente se acerca a agradecerme, y a mí me mata que me pase eso porque ahora no es “sos una gran actriz”, sino “antes me gustabas, pero ahora te banco a muerte”. Vienen al teatro con pancartas: “Sos nuestra voz, te necesitamos, no tengas miedo”.
–Los medios no fueron magnánimos.
–Voy siempre que me llaman a debatir. Hablé con Tenenbaum, con Majul, y si Mirtha me invitara, iría. Siempre es enriquecedor trasmitirle a alguien que no está de acuerdo por qué una piensa lo que piensa, y eso genere respeto. Lo que está pasando ahora es que hay una falta de respeto total. Con respecto a la dictadura no hay consenso posible, fue una masacre, y los asesinos tienen que estar en la cárcel. No hay nada que discutir acerca de que los hijos de Ernestina Herrera de Noble se tienen que hacer el ADN. Se trata de un crimen que sigue perpetuándose, y hay que saber quiénes son sus padres. No hay discusión sobre la necesidad de una ley nueva de comunicación. Es casi una obligación moral quitar una ley que viene de la dictadura, y que justamente se creó para dirigir a la opinión pública, para que los milicos hicieran ver que nada pasaba.
–¿Por qué pensás que la Presidenta es tan atacada?
–Es una cuestión de género. Yo la sigo desde que era senadora, y no se perfilaba siquiera que su marido fuera presidente, y menos ella: escuchaba lo que decía, y las leyes que apoyaba, y pensaba “qué inteligente es esta mina”. Para mí es un orgullo tenerla de presidenta a Cristina, es un orgullo lo que está pasando en Latinoamérica, y que ella sea parte de eso. También cuando me encontré por primera vez con las Madres, no podía parar de llorar: ellas son las protagonistas absolutas de que hoy se hayan recuperado tantos nietos, y de todo lo que pasó a partir de su lucha. Y una de las madres decía: “Nosotras reivindicamos el espíritu revolucionario de nuestros hijos”. Ellas perdieron a sus hijos pero valoran mucho su lucha. Como sociedad no podemos olvidar que la gran mayoría de esos chicos murió por un ideal.
–¿Te peleás mucho?
–Sí, me peleo. Estoy tratando de tener un discurso que no sea oficialista, no porque no lo sea. Un discurso en el que yo pueda decidir y explicar por qué banco determinadas leyes. Porque me doy cuenta de que hay gente a la que mediáticamente se le ha incrustado el tema de que los Kirchner son una mierda, el odio y la yegua. Cosas que se repiten y se repiten, como “estamos viviendo una dictadura, casi una anarquía, por la inseguridad, no se puede salir a la calle”. Pero si vamos a los hechos, estamos en un momento en que se niega la evidencia. Venimos de encantadores de serpientes que nos terminaron hundiendo. Digo, discutamos profundamente sobre lo que pasa en el país hoy, y lo que estamos empezando a entender es que lo que sucede aquí no le pasa a ese presidente, sino a todos. Cuando Lilita dice “la gente dice que los maten”, no es a ellos, es a nosotros. Si se van ellos, los que nos jodemos somos nosotros. Mirá De la Rúa yendo al Colón, estoico como si no hubiera pasado nada. No creo que haya que recibirlo a De la Rúa con una sonrisa: debería estar preso por ponernos al borde del colapso.
–Lo cierto es que no tenés miedo de perjudicar tu profesión.
–Es un enorme cambio para mí. Perdí el miedo cuando decidí que no me iba a importar lo que pasara. No fue una decisión a priori. Estoy feliz porque hago lo que quiero, en un momento muy pleno, por más que mucha gente piense que me estoy cavando una fosa.