Desde que fue creado en el marco de los acuerdos de Bretton Woods, el Fondo Monetario recorrió un derrotero pleno de controversias. En la Argentina nacía el peronismo, que lo resistió. Y fue un gobierno dictatorial el que, en 1956, ingresó al país en el sistema financiero internacional. Desde entonces, los argentinos viven y sufren el fantasma real de la deuda.
lunes 25 de junio de 2018 | 9:59 AM |Por Mario Rapoport (Economista e historiador. Profesor emérito-UBA). La historia del Fondo Monetario Internacional puede dar lugar a distintos tipos de libros o films, de los que gozarían los amantes de la novela negra y de espionaje. Las circunstancias de la depresión de los años 30, la Segunda Guerra Mundial, la disputa por el futuro económico del mundo entre los mismos aliados ya casi victoriosos en el conflicto bélico, los comienzos de la Guerra Fría y la expansión del capital estadounidense en la posguerra constituyeron, sin solución de continuidad, el gran telón de fondo sobre el que se fueron marcando, como con letras de fuego, los avatares de esa institución. Una historia rocambolesca que no comienza en Bretton Woods, el lugar donde se lleva a cabo la conferencia que legitima su creación, en julio de 1944, junto con la del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (hoy Banco Mundial). Decidida en apariencia por delegados de 44 países, una parte de los cuales no tenía una representación formal porque venía de territorios todavía ocupados por el enemigo, se puso de manifiesto en ella el absoluto predominio de sólo dos grandes potencias, Estados Unidos y Gran Bretaña, representadas por eminentes economistas. Pero nada era lo que parecía y nada fue lo que terminó siendo, como en las novelas de Graham Greene o John le Carré.
Bajo la fachada de Bretton Woods no hubo una verdadera conferencia sino la imposición de un proyecto previamente preparado que se develó allí, como los misterios de esas novelas. La más importante de sus contradicciones o irregularidades fue que muchos de los objetivos fijados en ella no se aplicaron o resultaron en gran medida opuestos a las políticas que el mismo organismo realizó luego en su funcionamiento concreto.
Ambas instituciones no fueron creadas de improviso ni porque la guerra se estaba terminando. El esquema de patrón oro vigente en el período de entreguerras (o, más específicamente, de patrón-cambio oro, porque aceptaba las divisas dominantes, la libra y el dólar) se había revelado insuficiente para controlar las finanzas internacionales. Entre las causas principales estaban la imposibilidad del pago de las deudas y reparaciones originadas por la Primera Guerra Mundial, sobre todo en el caso de Alemania, la potencia vencida, y el descontrol de movimientos de capitales especulativos que se produjo en la Bolsa de Valores de Nueva York a fines de los años 20. En un marco de desorden monetario, deflación, caída de la producción y de la demanda y millones de desocupados a nivel mundial, se produjo la peor crisis histórica del capitalismo, a la que siguió una gran depresión. Esta fue el trasfondo de los cambios políticos que dieron lugar a la aparición y consolidación del fascismo y el nazismo en Europa y del expansionismo militarista en Japón, y desataron un nuevo y devastador conflicto bélico. Por eso, además del combate en sí, desde los inicios de la guerra, en Washington se pensó en la creación de una institución financiera internacional que pudiera manejar lo que los mercados por sí solos no habían podido, como pregonaban los economistas liberales.
PROPÓSITOS INICIALES
Los primeros borradores que comenzaron a diseñar sus fundamentos fueron escritos durante el gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt, en 1941, poco antes del ataque japonés a Pearl Harbor, que decide la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Entonces, a pedido de su gobierno, el subsecretario del Tesoro, Harry Dexter White, comenzó a redactar en secreto un proyecto, en el que se involucró a Gran Bretaña, representada por su mayor economista, John Maynard Keynes. Este consistía en la creación de un organismo financiero supranacional con el fin de garantizar la estabilidad monetaria y del comercio a nivel mundial. Terminada la guerra, EE.UU. intentaba evitar los errores cometidos en el pasado al haber predominado en su seno tendencias aislacionistas, desatendiendo el curso de la economía y la política mundiales. En esos borradores de White, las funciones del nuevo organismo estaban dirigidas a otorgar financiamiento a los países que sufrían problemas de balanza de pagos a fin de evitar los clásicos ajustes ortodoxos, a los que agregaba el establecimiento de medidas para regular los flujos internacionales de capital. El control de esos capitales era uno de los pilares fundamentales en la búsqueda de la estabilidad monetaria mundial. “El supuesto de que el capital sirve mejor a un país emigrando a países que ofrezcan términos más atractivos sólo es válido en circunstancias que no siempre están presentes”, decía White, y señalaba que “el Fondo podría negar el uso de sus recursos a aquellas naciones que no quisieran reducir las salidas ‘ilegítimas de capitales’. Esa posibilidad –agregaba– fortalecería el poder de los gobiernos nacionales ayudando a mejorar su capacidad para controlar exportaciones de capital inconvenientes”. Estas afirmaciones, con las que estaba de acuerdo Keynes, se contradijeron luego con el apoyo del ya creado organismo a la fuga de capitales y a la más absoluta libertad de comercio de los países en desarrollo en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. Otro objetivo inicial era que se volviera al pleno empleo: el crédito internacional serviría para que se pudieran realizar políticas expansivas y de desarrollo productivo, lo que quedó reflejado en el artículo 1 de los acuerdos de Bretton Woods. Las ideas económicas que predominaban en el ambiente eran las de Keynes, que una década atrás había publicado su célebre libro Teoría general sobre la ocupación, el interés y el dinero, donde destacaba la importancia del Estado en la economía, desvirtuada en la época anterior a la guerra por el liberalismo económico que dominaba el mundo de las ideas, causante en gran medida de la crisis de 1930.
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