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La Revista

LA MEDIDA IDEAL

Frente a las crisis inflacionarias, cada gobierno implementó su propio método para regular la relación peso-dólar. Quiénes se benefician y cómo lograr un modelo que dinamice la economía y afecte positivamente las condiciones de vida de la población.

 

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Kestelboin

Por Mariano Kestelboim. Los distintos esquemas de administración del mercado cambiario, aplicados a lo largo de la historia reciente en nuestro país, como la “tablita”, los desdoblamientos cambiarios, la convertibilidad, el “cepo” o la más reciente flotación han sucumbido frente a las tensiones distributivas generadas por la falta de definición de un perfil productivo.

Detrás de los bruscos movimientos del tipo de cambio real, tanto por devaluaciones como por atrasos cambiarios derivados de procesos inflacionarios, lo que se modifica es la estructura de precios relativos que determina qué sectores captan una porción mayor del excedente y cuáles menos.

Ante una devaluación, la estructura de precios relativos tiende a favorecer la acumulación de los sectores de bienes y servicios transables (son los comercializables internacionalmente) y, en los períodos de atraso cambiario, los beneficiados suelen ser los sectores que ofrecen bienes y servicios no transables. Entre los primeros, además de los bienes agrícolas, se destacan los productos industriales, cuyo crecimiento depende en gran parte del dinamismo del mercado interno que es mayor a medida que paradójicamente se reposicionan los no transables. Por lo tanto, incluso hacia el interior de la industria tampoco está definida la conveniencia o no de un tipo de cambio alto o bajo.

También es importante tener en claro que el servicio no transable más difundido en toda cadena de valor es el de la fuerza de trabajo. La

fuerte organización de los trabajadores que permite mantener niveles salariales por encima del promedio de Latinoamérica (donde no hay tanta organización laboral), representa un factor sustancial de tensión sobre el tipo de cambio.

Los cambios tecnológicos de las últimas décadas han provocado que los sectores no transables sean los mayores generadores de mano de obra. La dificultad para satisfacer el interés de los sectores más mano de obra intensivos radica en que terminan deteriorando el nivel de competitividad cambiaria. Por lo tanto, el sostenimiento de estructuras de precios relativos que favorecen su interés, a través de los distintos modelos de regulación del mercado cambiario, suelen requerir del financiamiento externo. Y, en la medida en que no se brindan los estímulos necesarios para el desarrollo del sector transable, se agudiza el desequilibrio externo que no puede ser contenido por ninguno de los esquemas de administración del valor de la moneda nacional.

Además, la tendencia hacia cadenas de valor más dependientes de insumos y bienes de capital importados hace que las devaluaciones, como mecanismo para ganar competitividad y generar equilibrios externos, tengan que ser más bruscas.

EL PERFIL EN CUESTIÓN

En definitiva, si bien es relevante qué modelo de administración cambiaria es el mejor para evitar movimientos fuertes del tipo de cambio y absorber shocks externos que desencadenen procesos de alta inflación, lo central pasa por definir el perfil productivo deseado para nuestro país y, con base en lo elegido, analizar cuál debería ser la estructura de precios relativos más conveniente para alcanzarlo.

Mientras que esa discusión no esté saldada y la tensión distributiva entre sectores transables y no transables, expresada en los continuos y bruscos cambios de precios relativos, siga generando inestabilidad, ningún esquema de regulación del mercado cambiario podrá ser sustentable en el tiempo.

Lamentablemente, en nuestro país, el predominio hegemónico de la escuela neoclásica, a partir de la teoría monetarista, no permite ni siquiera que muchos estudiantes y profesionales sean capaces de observar este dilema distributivo, dado que lo que han estudiado no explica nada sobre las distintas velocidades y magnitudes de los cambios de los precios relativos y del conflicto de intereses.

Los modelos liberales son más fáciles de implementar, descansan en que el mercado podrá resolver todos los problemas distributivos. Desafortunadamente, la economía no es tan simple, existen relaciones de poder y abusos y regulaciones en todo el mundo que moldean el perfil productivo deseado en cada país. La anarquía que prevalece en nuestro país ha agravado las tensiones distributivas y sólo por breves períodos de tiempo y con grandes dificultades han podido implementarse esquemas de regulación que implicaron una distribución más equitativa de los recursos, combinada con un impulso a la actividad productiva sin hacer detonar la tensión distributiva.

El tipo de cambio y el sistema que lo regule no puede actuar aislado para conseguir una estructura de precios relativos estable que genere los estímulos suficientes para dinamizar la actividad y la mejora de las condiciones de vida generales de la población. Tiene que ser acompañado por un paquete de políticas vigoroso que contemple medidas tributarias, de subsidios, de orientación del crédito, de compras públicas, de administración del comercio exterior, de regulación de las tarifas, de atracción a la inversión extranjera directa bajo ciertas condiciones y de inversión prioritaria en educación, ciencia y tecnología, entre otras políticas relevantes. El rol del tipo de cambio en un esquema de estas características es relevante porque impacta en mayor o menor medida en todos los precios, pero sin más instrumentos de políticas que lo acompañen para obtener un perfil productivo que estimule el desarrollo y la inclusión social será, como hasta ahora fueron todos los modelos de regulación, poco sustentable.

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