Los argentinos tenemos una triste historia de crisis y estampidas inflacionarias que ayudaron a forjar una relación casi obsesiva con la divisa estadounidense. De Celestino Rodrigo a Domingo Cavallo, todo está guardado en la memoria, pero las élites económicas siempre ganan.
lunes 29 de octubre de 2018 | 1:41 PM |
Por Ana Castellani. El vínculo entre los argentinos y el dólar es absolutamente particular y distintivo: mercado inmobiliario dolarizado, preferencia por el dólar como moneda de reserva de valor, conocimiento de la cotización diaria de la divisa, listas de precios de insumos clave dolarizadas, deudas entre particulares pactadas en esa moneda, entre muchas otras, son pruebas claras de este fenómeno social. Insistimos en el carácter social de este rasgo estructural y estructurante de las prácticas que atraviesan a diversos sectores de la sociedad argentina y que cada tanto nos angustian para despojarlo de cualquier naturalización del fenómeno. También para alertar sobre su dimensión sociológica: la cuestión cambiaria no es sólo un tema macroeconómico. Entonces, ¿cuáles son las razones que explican esta creciente y persistente “pasión” por el billete verde? ¿Hay alguna característica particular de nuestra cultura que nos hace estar pendientes de su cotización? ¿Siempre fue así?
Como todo fenómeno social tiene un proceso de gestación y desarrollo que vale la pena reconstruir para entenderlo. De esa reconstrucción, que ahora detallaremos, se desprende una primera hipótesis explicativa: cada una de las grandes crisis económicas que se produjeron entre 1975 y 2002 fueron consolidando diversas prácticas que llevaron a configurar el particular modo de vinculación de los argentinos con la moneda estadounidense. Hagamos un poco de historia.
En junio de 1975, el ministro de Economía de ese momento, Celestino Rodrigo, implementó un programa de estabilización monetaria por shock que implicó un combo lesivo para los ingresos reales de la mayoría de la población, que se conoció popularmente como “Rodrigazo”. Devaluación y fuertes aumentos en las tarifas de los servicios públicos e incremento de los combustibles, sumados
a una espiralización de los precios, dejaron una primera marca indeleble en las prácticas de ahorro de los argentinos: el valor de los ahorros en pesos se puede licuar de un día para el otro. Para protegerse, nada mejor, entonces, que invertir en ladrillos. Ergo, los precios de las propiedades ubicadas en las zonas más pobladas del país se dolarizaron para preservar su valor. El proceso de dolarización del mercado inmobiliario data de 1975, con la publicación en los diarios de los primeros avisos de venta de inmuebles en dólares.
La reforma financiera de 1977 llevada adelante por el equipo económico de José Alfredo Martínez de Hoz, con la anuencia y beneplácito de las entidades corporativas del sector bancario, generalizó prácticas de especulación financiera con altas tasas y pases a dólares para grandes y medianos ahorristas que más temprano que tarde se extendieron a los pequeños. Esta bicicleta financiera que estalló en la crisis cambiaria y bancaria de 1981 llevó a las pantallas de cada televisor las pizarras con la cotización del dólar y las filas de personas agolpadas en la city porteña para seguir la evolución de la divisa. Desde entonces, la cotización del dólar se ganó un lugar destacado en los medios de comunicación no especializados en cuestiones económicas. Segundo hito del proceso de dolarización de las prácticas económicas de los argentinos.
LA HIPERINFLACIÓN
El tercero es de los más traumáticos y se vincula con la crisis hiperinflacionaria de mayo a julio de 1989, con coletazos en diciembre de ese año y diciembre de 1990, que terminaron con el canje compulsivo de una parte de los plazos fijos en pesos colocados a corto plazo. La virtual disolución de la moneda nacional que dejó la experiencia hiperinflacionaria, el feroz deterioro de los ingresos y ahorros en pesos y la necesidad imperiosa de estabilizar a como dé lugar el sistema de precios dejaron una marca indeleble en la memoria colectiva en donde el billete verde se convalidó como única moneda de reserva de valor y a la vez como única referencia válida a la hora de fijar la mayoría de los precios.
Finalmente, el Plan de Convertibilidad implementado por Domingo Cavallo, vigente entre 1991 y 2001, consolidó la dolarización de las prácticas económicas de todos los actores. La economía se hizo bimonetaria por ley (se podían constituir depósitos, inversiones y créditos en las dos monedas, las tarifas de servicios públicos se dolarizaron), la emisión monetaria quedó sujeta a la disponibilidad de divisas, se estableció una paridad nominal entre ambas monedas (el famoso 1 peso = 1 dólar) que facilitó las cuentas cotidianas y la asimilación entre las dos monedas, al igual que lo hizo la adopción del sistema de numeración estadounidense para los billetes de los nuevos pesos. Durante esos diez años, los argentinos asimilamos en lo más profundo de nuestra cotidianidad económica la dolarización. El feroz estallido del modelo entre diciembre de 2001 y marzo de 2002 terminó de coronar el proceso: los depósitos en dólares se pesificaron y los ahorristas entendieron de la peor manera que los dólares que colocaron en los bancos ya no estaban. Ahora bien, si aceptamos este carácter histórico del proceso y entendemos la dolarización como una práctica defensiva de los argentinos ante las crisis económicas cabe preguntarse sobre las causas de esas crisis y sobre el rol que jugaron los diversos actores en ellas. Y entonces emerge el gran problema detrás de cada una de estas megacrisis: el comportamiento de las élites económicas argentinas, que recurrentemente desde hace al menos 50 años dolarizan sus activos financieros y los colocan fuera del país en una estimación que de mínima se ubica en 300 mil millones de dólares. La explicación de esta conducta sistemática de nuestras élites queda para otra oportunidad, pero nos alerta sobre el carácter histórico-social de los procesos económicos y de los diversos grados de responsabilidad a la hora de explicarlos.