Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales
Su nombre es fantasmal. Aparece en las crónicas de momentos decisivos de la historia del siglo XX latinoamericano pero al mismo tiempo desaparece de la centralidad que tuvo, como si su vida fuera un rastro leve arrasado por el río de Heráclito. Esa mujer bellísima, independiente, poetisa, periodista, conspiradora en todos los movimientos rebeldes que parieron la modernidad cultural y política del siglo padece el destierro de la gran historia. Nacida en 1905 en Uruguay, y tal vez porque fue, sin solución de continuidad, amante de las vanguardias intelectuales, artísticas y políticas, y al mismo tiempo habitué de los salones de la burguesía, Blanca Luz Brum Elizalde es inasible y esencial, como las grandes divas de la historia: concita amores y odios irredentos. De casi todos los lugares debió huir: padeció cárceles y exilios. En Perú, se enamoró de José Carlos Mariátegui, publicó poesía y arengó a través de periódicos revolucionarios como Amauta –escribió en 16 de los 32 números de la revista– a los indios y campesinos. Y fundó el periódico Guerrilla. Huyó de Lima luego de que Mariátegui fuera encarcelado. Allí conoció a su amigo David Alfaro Siqueiros y, ya en México, formaron una pareja tormentosa; amó como todas a Diego Rivera y sufrió los celos de Frida Kahlo; frecuentó a Trotski y, como la gran fotógrafa italiana Tina Modotti, se afilió y sufrió el destierro y la sospecha de traición del Partido Comunista mexicano. Su separación tormentosa de Siqueiros por la cárcel marcó su “terror” al comunismo como una forma laica de inquisición. A partir de entonces, fue una feminista y anarquista existencial. Llegó a escribir: “Qué bleff que es México. Es una triste historia de traiciones. No existe el hombre sino el macho. No existe la mujer sino la hembra”.
En la década del 30, en Buenos Aires, frecuentó a Victoria Ocampo y fue amante de Natalio Botana, dueño del diario Crítica. Es más, fue la modelo del mural Ejercicio plástico (hoy en el Museo del Bicentenario) que pintaron Siqueiros y Eneas Spilimbergo en el sótano de la quinta de Don Torcuato que perteneció a Botana, en tiempos de la Década Infame. En 1938, su amigo el poeta Vicente Huidobro la invitó a Chile. Allí llegó con sus heridas vitales y se volcó a cierto disfrute del poder del dinero. Se casó y tuvo hijos –tres de ellos murieron– con empresarios exitosos. Pero la historia la llamó varias veces para protagonizar escándalos y revoluciones. Historiadores como Horacio Tarcus y Araceli Bellotta cuentan que Blanca Luz fue decisiva en el surgimiento del peronismo. Se dijo que participó en impulsar a los obreros y la CGT para converger en Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945. Como jefa de prensa de la campaña electoral de Perón en 1946, se le atribuyó la creación de la gran consigna “Braden o Perón”. Desterrada por Eva Perón, dicen que por celos, nunca fue olvidada por Perón. Ya derrocado, y desde su exilio en Panamá, le pidió que ayudara en 1957 a John W. Cooke, Héctor Cámpora, Patricio Kelly, Jorge Antonio y Pedro Gómiz, fugados hacia Chile desde el penal de Río Gallegos, donde los había recluido el golpe antiperonista de 1955. Terminó rescatando de la cárcel –hecho por el que ella deberá pagar con la prisión– a Kelly, ayudándolo a fugarse de la penitenciaría de Santiago vestido de mujer. Cuando Perón regresó a la Argentina en 1973, pidió que ella estuviera en la asunción de su tercera presidencia. Fue la última vez que se supo de ella en el país. Su rastro se perdió en Chile. Había sido una opositora ferviente del gobierno de Salvador Allende, derrocado en septiembre de 1973, por miedo a sufrir, como en México, al comunismo que la separó de sus seres queridos, lo que derivó en su simpatía inicial, aunque no militancia, en favor de la dictadura de Augusto Pinochet. Su final ocurrió en la soledad del archipiélago Juan Fernández, la isla de Robinson Crusoe en Chile, donde eligió exiliarse del mundo. Murió en 1985, apenas acompañada por un asistente gay que solía verla pasear desnuda bajo el sol insular. Tal vez porque su comienzo, su derrotero y su talento terminaron asociados a un gestor del mal, el desafío vital de esta mujer a la moralina del siglo XX fue borrado. Es tiempo, entonces, de luz, cámara y acción para iluminar su historia. La película No viajaré escondida, dirigida por Pablo Zubizarreta, con guión suyo y de Juan Pablo Young, logra con perfección estética y documental contar lo increíble de una vida devorada por el olvido.