El sobreviviente del horror que vivió para dar testimonio
lunes 3 de octubre de 2016 | 3:47 PM |Un sobreviviente del infierno tiene suerte de haberse salvado, pero a la vez debe volver una y otra vez a ese infierno para recordar, para contarles a todos los demás que existe y que hay que mantenerlo en la memoria para procurar no volver a caer en él nunca más. Pablo Díaz es uno de los sobrevivientes de la Noche de los Lápices. El primero en atreverse a contar su historia y la de sus compañeros de calvario frente al tribunal del Juicio a las Juntas en 1985. El que se obsesionó con cumplir la promesa que le hizo a María Claudia Falcone de “hacer aparecer” a ella y a los otros adolescentes con los que sufrió torturas y vejaciones en el Pozo de Banfield. Fue quien bregó para que se conocieran sus caras, sus vidas, sus historias, quien permitió cristalizar esa memoria en el libro de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez y en la película de Héctor Olivera; el que siguió y sigue yendo a dar charlas, seminarios y conferencias sobre aquel hecho atroz. Es quien tiene la conciencia tranquila porque sabe que cumplió, que los chicos secuestrados por la dictadura militar el 16 de septiembre de 1976 no sólo son recordados sino también reivindicados por su militancia y porque, a punto de cumplirse 40 años de la tragedia, una importantísima marcha en La Plata logró que se reglamentara el boleto estudiantil bonaerense, el emblema que sintetizó la lucha que daban los diez chicos protagonistas de la Noche de los Lápices en pos de un mundo más justo.
–¿Qué conclusiones saca de la marcha de mayo pasado, que consiguió por fin la implementación del boleto estudiantil?
–Fui a la marcha con Marta Ungaro, la hermana de Horacio (uno de los estudiantes desaparecidos). Varios chicos tenían carteles con nuestras fotos. Cuando pasa una chica con mi foto, Marta le pregunta quién es y la chica le responde que es Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes de la Noche de los Lápices. “¿No me reconocés? Apenas pasaron 40 años”, le digo. Se quedó perpleja y emocionada a la vez; claro, ¡tenía adelante a un señor gordo, petiso y canoso! Los chicos se sacaron fotos con nosotros. Haber logrado el boleto estudiantil les hace entender a los pibes que la lucha es posible, y que el costo que pudo haber tenido es digno, porque aquellas fueron muertes dignas.
–Un costo muy elevado…
–No importa, yo sé que Claudia y todos mis compañeros fueron dignos ante la muerte, no por lo que les hicieron, sino por quiénes eran ellos. El boleto estudiantil no nace de un repollo, nace porque en 1975 había hiperinflación y tenías que pagar cuatro boletos en La Plata, porque ibas al colegio a la mañana y a la tarde a un estadio provincial a hacer gimnasia: eran cuatro boletos. Hace unos días, en Salta, un pibe de 22 años me dijo que tuvo que dejar la universidad porque no tenía plata para ir y volver. Ese es el boleto estudiantil, una responsabilidad gremial, una responsabilidad política, una responsabilidad social, esa es la madurez del adolescente. Yo tengo que hacer militantes. Siento que después de haber hecho la película, el libro y haber dado tantas charlas a las diferentes generaciones, no hay joda: el 16 de septiembre para los pibes es pasar la película y entender lo que pasó y conversar, complementar lo que ven hablando de política, de militancia. Yo doy la charla, llevo la película y digo: “Ahora todos pongamos más”.
–Esa es su militancia.
–Sí, siempre pienso cómo encontrar la fisura, cómo meterme entre los resquicios de la sociedad. Por eso a la película la hicimos comercial, para que la viera todo el mundo. Lo charlamos mucho con los familiares y entre todos decidimos que fuera comercial y que no cobráramos un peso. Después de estrenada La Noche de los Lápices, disolvimos el organismo de Familiares de La Plata para no convertirnos en un gueto, y yo me fui a la actividad privada. Alfonsín, Menem, De la Rúa, Néstor, todos querían que fuera diputado, pero nunca quise.
–¿Por qué no?
–Porque la Noche de los Lápices no soy yo, y a mí me buscan por eso. Ser diputado o senador me hubiera estigmatizado. Es muy difícil responder a la estigmatización mediática, es muy difícil responder sobre las bolsas de José López, ¿cómo respondo a eso siendo quien soy? Y me hubieran llevado a eso. Los pibes no tienen el pasado de Macri, sí tienen el pasado del boleto estudiantil y sí tienen presente la Noche de los Lápices. Yo no quiero, no puedo responder sobre las bolsas de López. Quiero responder por qué María Claudia Falcone era una líder, por qué iba a dar apoyo escolar, porque lo que aprendemos lo podemos enseñar, porque la sensibilidad social te lleva a ser alfabetizador, a dar testimonio de vida, dar testimonio de la sociedad que uno sueña vivir, en un plano de igualdad de oportunidades, que es por lo que hay que luchar.
–¿Los ve a los chicos siguiendo esa senda de la militancia?
–Durante años, muchísimos años, creí que la primera institución democrática o militante del adolescente era la composición del centro de estudiantes, una organización donde ejercés tus derechos y empezás a descubrir la justicia, la igualdad. ¿Por qué era clandestina nuestra militancia aun antes del golpe militar, en democracia? Porque nuestros padres eran totalmente autoritarios. Mi papá, decano de la Facultad de Humanidades, doctor en Historia y Geografía, me echó de mi casa en 1975 cuando me descubrió hablando con mi mamá del Che Guevara. Eso me llevaba a mí a la militancia clandestina. En ese contexto hoy les digo a los chicos que la primera militancia es defender la identidad en la sobremesa familiar. La primera discusión de la identidad ideológica, la identidad sexual, política, partidaria, social, la identidad de lo que sea, la planteás en la sobremesa familiar. Ese es el núcleo, con convicciones. Porque además yo tengo que hacer que los chicos hablen con nosotros, que no aprendimos a hacer eso con nuestros padres. Siempre les tiro responsabilidad a los adolescentes porque ellos también tienen que jugar su parte.
–¿Y los ve jugando su parte en la sociedad?
–Mucho. Con contextos históricos diferentes, pero sí los veo: siguen sabiendo lo que es blanco y negro. Los grises los vemos los adultos. Hace poco un chico de 17 años expuso su homosexualidad en la revista del centro de estudiantes del colegio Estudiantes de La Plata, el de Sebastián Verón. Los amigos lo tomaron con naturalidad, pero las autoridades, los adultos, armaron un quilombo de puta madre y se incautaron de la revista. Yo fui a hablar con Verón y la directora y volvieron a sacar la revista. Las convulsiones las hacen los adultos. Los besos públicos, por ejemplo, son espectaculares. Ves a los adolescentes besándose en la plaza, a los adultos no. Sin los besos públicos se rompe la sensibilidad social, se rompen el amor, la solidaridad y la libertad.
–Identidad sexual y amor como militancia.
–Sí, claro, es el combo de la militancia: derechos y política. Y los chicos lo saben mejor que nadie, saben lo que pasa en la cotidianeidad. Un día me llaman dos maestras de un colegio de Florencio Varela. En la escuela había un gran mural sobre la dignidad de la mujer. En el centro de estudiantes eran todas mujeres. “Formamos el centro por los golpes”, me explican, y yo como un pelotudo creía que era por los golpes de la vida. “No, lo formamos porque…”, me dice una chica y se levanta el buzo: era por los golpes que les daban los padres, los tíos, los novios, el entorno del barrio, y encima el director de la escuela había querido abusar de dos de ellas; el director de la institución que debía cuidarlas. “Quisimos hacer el centro de estudiantes para resistir, para educar, para que no nos pase más esto.” “Hagan lo que quieran, el centro de estudiantes siempre fue una excusa para organizarse, tienen todo mi apoyo.” De ahí salí quebrado. Tiempo después volví a Varela con los chicos del colegio de Verón para que se conocieran y vieran otras personas iguales a ellos pero con una realidad completamente distinta, en estado de vulnerabilidad. Que te dé vergüenza la pobreza te lleva a involucrarte para querer cambiar las cosas. La derecha trata de meternos en la economía formal y yo trato de sacar a los pibes del mercado para llevarlos a la desigualdad de los barrios.
–En 1985 dio su testimonio en el Juicio a las Juntas, luego se estrenó la película, ¿dio charlas en la década de 1990?
–Durante tres años estuve becado por el Servicio Universitario Mundial de la ONU para dar mi testimonio por el mundo, junto con sobrevivientes de otros holocaustos, y me llamaron muy poco para dar charlas. En los 90 hubo mucho individualismo, mucho. Lo que hizo el kirchnerismo fue propagar el concepto de “el otro”, mostrarlo, realmente hacer ver que la Patria es el otro. Ahora la pobreza está más expuesta. Los chicos que van de mochileros ahora pasan por un barrio humilde, así sea en Tilcara o en el sur, y lo ven, les queda la imagen. En otro momento no te quedaba la imagen del pobre, el individualismo hacía que no te importara.
–Se conquistaron derechos y se ganaron espacios.
–Sí, diferentes espacios y derechos. Durante muchísimos años, durante 39 años, lo que me dijo Claudia fue apenas una anécdota. Para mí, para los jueces y para la sociedad. Claudia me dijo que nunca iba a poder ser mujer porque la habían violado por adelante y por atrás. Me estaba diciendo que una de las decisiones más preciadas para una mujer era elegir con quién hacer el amor y que quedó vulnerada en todas las instancias que te puedas imaginar. Ese delito fue una anécdota para todos: para el periodismo, porque nunca lo describió, y para los jueces, porque nunca me detuvieron en ese punto del relato para preguntarme qué pasó.
–Recién ahora están saliendo a la luz los delitos de género del terrorismo de Estado.
–La mujer no estaba en el centro de la escena. Estaba el delito del horror del campo de concentración, pero el delito de la violencia de género no existió para nadie, ni para mí. Claudia me hablaba de eso.
–¿Cómo reacciona frente a la posibilidad de que a Miguel Etchecolatz le sea otorgada la prisión domiciliaria?
–Se van a echar atrás con eso porque no les conviene. No podés largarlo mientras Julio López siga sin aparecer. No quisieron llegar a los 40 años de la Noche de los Lápices sin el boleto estudiantil para que no se pongan adelante los partidos de izquierda. No van a largar a Etchecolatz para que el 16 de septiembre salgamos todos con la bandera “Etchecolatz, la concha de tu madre” y un montón de adolescentes reclamando justicia. No lo van hacer.
–¿Ve con preocupación el evidente retroceso en la política de derechos humanos del actual gobierno?
–Hace veinte días fui a Italia, porque pasaron la película cuarenta años después. En la sala había unas cinco mil personas. Yo explicaba lo que pasó y no podía hacerles entender que eso no sucedía hoy, ellos entendían que eso era el presente, me preguntaban sobre el gobierno de derecha de Macri. Yo creo que hay resistencia. En primera instancia, la veo en el campo de la angustia por lo que se está perdiendo, lo siento ahora que me llaman para dar charlas desde Chacabuco, Pergamino, Las Heras, Lobos, Moreno, Hurlingham… Ojalá esa angustia se traduzca en participación.
–¿La fuerza está en los chicos?
–Sí, lo puedo asegurar.