La pluralidad de la central comandada por Ongaro se expresa en la figura de este radical, abogado y militante de la CGT de los Argentinos.
lunes 30 de abril de 2018 | 12:02 PM |Por Damián Fresolone. Hipólito Solari Yrigoyen fue durante 14 años senador nacional por la UCR, pero antes participó de la conformación de la CGT de los Argentinos y ejerció como abogado de esta central obrera. Amigo de Agustín Tosco y Raimundo Ongaro, fue perseguido en la dictadura de Onganía y víctima de la Triple A.
–¿Cómo llega usted a la CGT de los Argentinos?
–Comencé en el sindicato de los trabajadores gráficos y allí conocí a Raimundo Ongaro, en ese momento secretario general del gremio y posteriormente de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos (CGT de los Argentinos). Yo estuve en el Congreso Amado Olmos y de hecho participé desde el inicio en la central colaborando en la elaboración de documentos fundacionales y luego activamente en la defensa de los presos políticos, todas estas defensas las hice absolutamente ad honorem, para no lucrar con mi profesión.
–¿Estuvo en la Unión Ferroviaria también?
–Sí, fui abogado. En ese momento era el gremio más importante del país por su cantidad de afiliados. La dictadura lo intervino en 1967, precisamente el coronel Miranda Naón. Recuerdo que con Antonio Scipione, el secretario general, queríamos lanzar una huelga y antes de hacerlo estuvimos durante cinco días bajando y subiendo en todas las estaciones de cada uno de los trenes que representábamos. Allí, como fue luego en la CGT de los Argentinos, la organización era muy plural: radicales, comunistas, socialistas.
–¿Cuáles eran las bases de esta nueva Confederación y qué motivos la llevaron a romper con la CGT oficial?
–La CGT de los Argentinos reconoció que la masa de trabajadores provenía de ideologías y creencias políticas diversas y aspiraba a representar a todos. Criticamos la disolución de los partidos políticos de la época, la censura sobre los medios de comunicación, los arrestos sin orden judicial, la violación de domicilios y correspondencia, la tortura, la llamada Ley Anticomunista y los edictos sobre reuniones públicas que afectaban a sectores políticos y trabajadores. Este espacio fue para muchos la manera activa de enfrentar a la dictadura. Obviamente, no fue reconocida por el gobierno de facto. Juan Carlos Onganía sólo reconocía la CGT de la calle Azopardo. Nosotros actuábamos desde la Federación Gráfica Bonaerense, en Paseo Colón 731.
–Tenían dos frentes: por un lado oponerse a la dictadura y por otro lidiar con la burocracia sindical.
–Sí, era muy difícil. Onganía tenía una inteligencia muy limitada, pero detrás de él había grandes intereses y potencias que fueron los que dieron el golpe de Estado contra Arturo Illia. Nunca le perdonaron su política petrolera, la anulación de los contratos por decreto sin pasar por el Congreso. Y, por otro lado, estaban los dirigentes de la CGT Azopardo, con los cuales no teníamos ningún tipo de relación. Ellos estuvieron en el juramento del dictador Onganía. Puedo decir que la CGT Azopardo estuvo al servicio de la dictadura y fue colaboracionista de Levingston y Lanusse. Obviamente, además, se quedaron con el edificio principal de la central de trabajadores.
–Formó parte de la CGTA desde su inicio hasta su fin.
–Sí, también colaboré en el periódico de la CGT de los Argentinos, que lanzó su primer número el 1º de mayo de 1968. Lo dirigía el gran periodista e intelectual Rodolfo Walsh, luego asesinado por la dictadura. Tuve mucha suerte, porque era profesor de un grupo de obreros y les daba clase durante la noche. Un día, terminó la clase y me fui en taxi hacia la sede de Paseo Colón. Cuando estaba llegando vi que se encontraba rodeada de policías porque la estaban allanando; le dije al taxista que siguiera hasta Retiro, donde tenía un familiar que podía ocultarme largo tiempo. Por el azar no fui detenido; al menos en esa oportunidad, porque después he sufrido largas prisiones por parte de los militares sin haber sido nunca acusado ni juzgado por nada.
–¿Qué dirigentes recuerda con orgullo?
–Varios. Antonio Scipione, Lorenzo Pepe, Agustín Tosco y, sin duda, Raimundo Ongaro. Él fue un dirigente muy claro, peronista, pero con una comprensión incomparable y siempre plantado en que los partidos políticos debían oponerse explícitamente a cualquier régimen militar. Fue muy amplio, tuvo muy buena relación con sectores del radicalismo, especialmente con Arturo Illia. Cuando falleció, el único aviso fúnebre que salió en el diario fue el mío.
–¿Cómo era su relación con Tosco?
–Lo conocí gracias a la CGT de los Argentinos. Además de ser su abogado, fuimos grandes amigos. Ejercí su defensa cuando él estaba preso en la cárcel de Rawson. No le permitían visitas, sólo la de sus abogados, por ende, estábamos juntos mucho tiempo. Le permitían, además, un encuentro semanal con un procurador, y nombramos en ese cargo al militante radical Mario Abel Amaya (desaparecido en el golpe de Estado de 1976) ya que vivía en Trelew y podía visitarlo seguido. Cuando estaba preso, Tosco me pidió que escribiera el prólogo de su último libro, antes de morir, titulado La lucha debe continuar (1975). Fue un honor para mí hacerlo. No tengo dudas de que Agustín fue el más grande dirigente sindical del siglo pasado y hasta el día de hoy. Así lo he definido en mis memorias, que las tengo escritas pero no publicadas.
–¿Qué dejó como huella la CGT de los Argentinos?
–Algo importante de recordar es que, sobre el final, la CGT de los
Argentinos, aunque no fue reconocido, estuvo en la práctica intervenida, porque tenía su sede en el edificio del gremio gráfico que sí estaba intervenido. Por lo tanto, nos quedamos sin local físico. La huella principal que dejó fue el pluralismo partidario; formaban parte radicales, peronistas, comunistas y socialistas. Dejó marcas más allá de la actividad sindical, ejercimos la defensa de muchos presos políticos. Se transformó en un espacio de lucha. Cuando se prohibió la actividad política entré en la CGT de los Argentinos para tener donde actuar. La democracia y su consolidación no llegaron por casualidad. Llegaron porque hubo una generación que luchó, que yo integré, para derrocar a los sistemas dictatoriales. La CGT de los Argentinos fue parte de eso.