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La Revista

LA ENTREVISTA – Fontanarrosa por Rep

Compartieron profesión, noches, viajes y montones de anécdotas. Roberto Fontanarrosa y Rep fueron amigos que vivían en diferentes ciudades, pero sabían gambetear las distancias. “Influyó en mi trabajo, pero creo que todavía más como persona”, explica el creador de Lukas.

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La entrevista

Por Sebastián Feijoo. Miguel Rep ya no es un niño. Lejos está de ser una joven promesa o la flamante aparición de la historieta argentina. Sin embargo, a los 56 años, con más de treinta en Página/12, 37 libros editados y múltiples aventuras que van de murales a dibujos en vivo en asociaciones inusuales –con Raúl Zaffaroni, José Pablo Feinmann, Felipe Pigna o el Quinteto Negro La Boca, entre muchos otros–, mantiene su capacidad lúdica y su espíritu inclasificable. Su mirada obsesiva y cierto andar despreocupado marcan su obra, pero también su día a día.

Es una tarde muy fría de otoño y Rep recibe a Caras y Caretas en su estudio del barrio de Retiro. Sin mayores complejos, el dibujante desafía las demandas presidenciales y se juega casi de lleno sus ahorros: la calefacción al máximo posibilita que luzca una remera y pantalones cortos futboleros. Parece casi listo para escurrirse hacia una cancha cercana. Pero no. El partido de Rep se juega en el tablero y todos los días. “No puedo estar más de 24 horas sin dibujar. Ahora estaba preparando al Niño Azul que sale mañana en Página. Trabajo de domingo a domingo, a no ser que me vaya de viaje. No podría hacerlo de otra manera”, explica.

Rep sabe muy bien que esta vez el encuentro es para hablar de Fontanarrosa. Ese “tío jodón”, esa “persona admirable y muy generosa”, “un tipo que jamás ibas a encontrar en una traición”. Fontanarrosa y Rep fueron amigos, compartieron su amor por la profesión y unas cuantas cosas más.

–¿Cómo descubriste la obra de Fontanarrosa?

–Supongo que a los once años, a través de la revista Hortensia. En aquel tiempo era muy curioso con las historietas y trataba de no perderme nada. Me acuerdo de que yo seguía otro estilo de dibujo y de repente aparecieron Fontanarrosa y Crist. Fue una irrupción importante para los ojos, claro. Yo estaba al tanto del fenómeno un poco de forma lateral. Me acuerdo de que para el año 72 existía una revista muy finoli que se llamaba Argentina. Una especie de book muy cuidado, con muy linda fotografía. Creo que la bancaba algún ente gubernamental. Ahí me encontré con una nota que decía que el nuevo humor gráfico venía de las provincias y citaba a Fontanarrosa y Crist. La pertenencia del Negro a Rosario es fundamental en su vida y en su leyenda. Quino, por ejemplo, es mendocino. Pero en su historia resulta casi un dato anecdótico.

–¿Cómo analizarías el estilo de Fontanarrosa como dibujante?

–En su momento fue un dibujo muy novedoso. Con el tiempo empecé a entender mejor de dónde venía. Era una especie de cruce entre (Heinz) Edelmann, el ilustrador de Submarino amarillo, (Juan Carlos) Castagnino y Carlos Alonso. Con algunas esquirlas de Hugo Pratt. Se notaba que el Negro tenía cierta aspiración por el dibujo realista y no le dio del todo. Pero eso le permitió descubrir un camino propio sacándoles partido al humor y la ironía. Él empezó con un libro medio de poesía, después con unos cuentos jodones, algo de dibujo publicitario y ahí nomás encontró al grotesco. Creo que en su momento hizo el Curso de los Famosos Artistas, que impulsaba Pratt y era por correo. De joven leía todos los reportajes de Fontanarrosa, y el Negro hablaba mucho de Pratt. Eso le dio unos cuantos recursos que si observás bien su obra podés reconocer. Pero creo que el Negro hacía la gran diferencia con su inteligencia y humor. Ahí no había con qué darle. Era un tipo simple. No tuvo pretensiones plásticas ni literarias. Pero de una puntería y sensibilidad notables.

–¿Cuándo lo conociste personalmente?

–En el 75. Yo trabajaba en Ediciones Récord, que publicaba la revista Skorpio. Era muy chico y hacía cosas de diagramación. Por ahí pasaba gente como Pratt, Oesterheld y el propio Fontanarrosa. Un día apareció el Negro con toda su simplicidad, charlamos y pegamos onda enseguida. Él ya tenía un nombre, yo era casi un niño, pero trataba a todos por igual. Después nos hicimos amigos. Me acuerdo de que en aquel tiempo también coloreaba historietas con acuarela. Hice unas cuantas de Fontanarrosa y fue muy lindo porque era una manera de meterme en profundidad en su estilo.

 

LAS DIMENSIONES DE FONTANARROSA

Rep describe al dibujante rosarino como una persona simple. Atravesada por su pasión por el trabajo –“era muy metódico y trabajador, por eso generó tanta obra”– y por su calidez como persona –“todos lo querían, siempre estaba atento a las necesidades de los demás y era muy compinche”–. Esos ejes y su familia marcaron las coordenadas de su vida. Además de los bares y su obsesión por Rosario Central, claro.

–¿Cómo era su amistad?

–Nos reíamos muchísimo. Me acuerdo de una vez que nos encontramos en un bar, abrimos los brazos casi al mismo tiempo y nos empezamos a reír. De la nada. Como chicos. Nos reíamos por todo lo que iba a pasar después. El Negro decía que esa era la verdadera amistad: cagarte de risa sin un motivo directo. No éramos tanto de hablar del oficio. Pero sí de fútbol y de… temas varoniles, para decirlo de una forma más genérica y no ahondar en detalles. Compartimos varios viajes. Fuimos juntos al Mundial de 1994, en Estados Unidos. El del bajón por el doping de Diego. El Negro estaba mucho con la barra de Clarín. Una tarde lo acompañamos a comprar juguetes del Rey león para su hijo Franco y después a (Horacio) Pagani a un sex shop para comprar… otras cosas (risas). Su amistad tenía mucho de la cosa futbolera y atorranta. Siempre era un placer enorme tomarse unos vinos con él y charlar. Su trabajo me influyó, aunque de una forma no tan directa. Te diría que el mayor impacto del Negro en mi vida es como persona: me salvó de esa película del dibujante/humorista que se encierra y no habla con nadie. Me conectó con una parte más lúdica de la vida que me hizo bien a mí y creo que también a mi trabajo.

–¿Qué lo hizo único?

–Obviamente es muy reconocido por su gran trabajo en la historieta. Por su humor e inteligencia. Pero te diría que no es su obra que más me gusta. Quizá porque no soy tan amigo de la parodia. Yo creo que el verdadero mundo del Negro está en los cuentos. En ese universo de amistad, bares y fútbol. Pero tratados sin solemnidades. Con una sensibilidad, humor e inteligencia muy agudos. Algo absolutamente único. Manejaba como pocos el mundo varonil. Los personajes femeninos eran casi laterales en su obra. Aparecían circunstancialmente, casi como un objeto de caza. Otro de sus puntos fuertes es que nunca fue pretencioso: sabía lo que quería y no se desviaba en el camino.

–¿Cómo te enteraste de su enfermedad?

–Fue terrible. Empezó casi como un comentario a la pasada. Nos decía que sentía algo raro en la mano, que a veces no la podía dominar bien. Cuando le dieron el diagnóstico y era ELA (Esclerosis lateral amiotrófica), no sabíamos ni de qué se trataba. Nadie conocía esa enfermedad. Cuando fue lo de (Ricardo) Piglia desgraciadamente ya sabíamos qué era y cómo sería el final. Con el Negro queríamos que viajara a Cuba, que buscara un curandero: que probara todo. Es una enfermedad muy jodida porque primero se lleva tu profesión y después te lleva completo. Pero él no se quejaba nunca. Tenía una entereza increíble. Yo no podría llevar algo tan duro con tanta fortaleza. Uno siempre busca explicaciones para estas cosas y no las hay. Entre alguna gente cercana nos preocupaba que el Negro se comía los problemas. Le costaba exteriorizarlos. No era de demostrar esos sentimientos. Le costó mucho manejar su separación. Pero ese tipo de personalidades suelen desarrollar isquemias. Lo del Negro fue una enfermedad autoinmune. Quizá la tuvo toda la vida y estaba esperando el momento para dispararse. Lo que te queda en estos casos es que vivió una vida muy plena. Desarrolló todo su talento profesional, fue muy respetado, muy querido y fue muy generoso con todos los que se le acercaban. Ese recorrido es para unos pocos.

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