La investigadora es una de las más notables referentes de los estudios de género en la Argentina. Analiza el movimiento de mujeres en la historia, con sus particularidades y tropiezos, y se asombra con la potencia de este presente de marea verde.
lunes 30 de julio de 2018 | 12:10 PM |Por Pablo Taranto. Minuciosa, Dora Barrancos acomoda en su agenda el itinerario de las batallas a dar. Hoy diserta sobre el movimiento feminista latinoamericano, mañana acude al Senado para acreditar en el plenario de comisiones la imperiosa necesidad de legalizar el aborto, pasado vuelve a vadear las aguas cenagosas del Conicet. Socióloga, historiadora y una de las directoras del ajustado organismo científico nacional, no oculta su entusiasmo por el fabuloso derrame de consignas, evidencias y convicciones que han convertido al feminismo, esa obstinada construcción que ella ha estudiado desde los cimientos, en marea: verde hoy por el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos, violeta para decirle no a la violencia machista, multicolor cuando cobija en su seno asambleario el reclamo de los colectivos más diversos. Esta revolución, como todas, avizora jornadas gloriosas, inminentes, pero ha venido macerándose durante décadas, entre avances y retrocesos, con un puñado de conquistas inapelables en su haber y el mandato último de fagocitarse, de una vez y para siempre, todos los abusos del sistema patriarcal. Pero no ha sido sencillo ni lo es. La historia de poco más de cien años que traza Barrancos monta dos escenarios concurrentes del conflicto de género: la casa y la plaza, la cultura y las leyes. También en aquel primer instante del feminismo argentino, la lucha contra la opresión cotidiana fue la lucha contra el andamiaje jurídico que la perpetuaba.
–El feminismo emerge como movimiento en el orden internacional a mediados del siglo XIX, llega aquí a finales de ese siglo y ya a inicios del XX presenta sus primeros cauces. En 1901, por ejemplo, se edita en La Plata la primera revista feminista argentina, Nosotras, a cargo de una gran militante, María Abella de Ramírez, nacida en Uruguay. Esa primerísima fase del feminismo local está muy comprometida con posiciones del librepensamiento y con el ideario socialista, lo cual no es extraño siendo la socialdemocracia europea la principal fuerza propulsora en el mundo occidental del voto femenino, que por supuesto estaba incluido en el programa del Partido Socialista argentino. Ahora bien, uno de los combustibles centrales de aquella primera agenda feminista fue eliminar la inferioridad jurídica de las mujeres, consagrada en nuestro ominoso Código Civil, que subordinaba por completo la mujer al marido, al punto de que no podía estudiar, trabajar ni ir a los tribunales sin su consentimiento.
–Ese reclamo de emancipación fue el punto de partida. Y enseguida, ¿el voto?
–El voto y, en paralelo, el reclamo fundamental de abrir la educación a las mujeres. Quienes se destacaron en la lucha inicial por el voto femenino fueron Abella de Ramírez y Julieta Lanteri, que había nacido en Italia y se había formado como médica. Aquellas primeras voces se hicieron escuchar en el Primer Congreso Femenino Internacional, en 1910. Otro reclamo, también central entonces, era la obligación del Estado de reconocer el maternaje, es decir, lo que hoy llamamos asignaciones familiares, que al cabo fueron otorgadas pero no para las mujeres sino para los trabajadores varones. Quien se posiciona como un emblema del movimiento después de la guerra es Alicia Moreau de Justo. Son los años 20, que llamaríamos años de diseminación de las reivindicaciones feministas, sobre todo entre grupos de mujeres “letradas”, provenientes en general de sectores medios, pero también del mundo obrero, como Carolina Muzzilli, pero con las socialistas y las librepensadoras, entre ellas Elvira Rawson de Dellepiane, también médica, en un rol fundamental.
–¿Y las anarquistas?
–No eran feministas, porque las feministas luchan por derechos y las anarquistas jamás iban a acordar con un reconocimiento legal del Estado. Pero nuestras anarquistas hicieron grandes avances, precisamente, en un orden de derechos que sólo iban a instalar las mujeres de los 60 en adelante: fueron propagandistas de la anticoncepción, entroncada en las tesis eugénicas del anarquismo. Ellas son las primeras que se embanderan contra la maternidad forzosa.
–¿Cuándo se logra modificar el Código Civil?
–En 1926 se conquista la primera reforma, que extingue las formas más abusivas del sojuzgamiento. Quedaría una rémora: que los bienes propios de la cónyuge debían ser gerenciados por el marido. (Curiosamente o no, eso se resolverá mucho después, en 1968, durante la dictadura de Onganía, a favor de las mujeres de clase alta que pretendían administrar su patrimonio. Por lo tanto, no sería esta, en 2018, la primera vez que vayamos a conquistar un derecho en un contexto histórico aciago.) Poco después, en 1932, el Congreso abre el debate sobre el sufragio femenino, que se aprueba en Diputados. El Senado nunca lo trató. Y ahí se produce un gap en la historia del feminismo. Entre el auge del nazifascismo en Europa y la Década Infame aquí, el contexto autoritario global reconfigura el impulso feminista en el sentido más inmediato de la defensa de la democracia, que tendría su máxima expresión en la Junta de la Victoria, una organización de mujeres de muy diversos sectores con un fuerte mensaje antifascista.
–Hasta que alumbra el peronismo. Una pregunta insidiosa: ¿podemos decir que Evita era feminista?
–Digamos que fue una contrafeminista feminista. Sin lecturas sobre la problemática pero con una sensibilidad prodigiosa, lo que tenemos que ver es lo que Evita efectivamente hizo, pasando por encima de todo el montaje patriarcal que el propio general Perón imponía. Primero, su preocupación por que el voto femenino saliera, sabiendo además que sería decisivo en términos de peso electoral, movilizando a las mujeres, creando la Rama Femenina para disputar las oportunidades de representación parlamentaria del justicialismo, algo totalmente novedoso en América latina. Y después, la direccionalidad de su Fundación, dedicada claramente, como demostró la historiografía posterior, a mejorar la vida de las mujeres y de sus hijos.
–¿Qué pasó después? Los 60 muestran un feminismo distinto, acompañando profundas transformaciones pero desde un lugar subsidiario.
–Bueno, era muy difícil argumentar por las mujeres cuando la argumentación general era la revolución social. Yo misma, que era militante en esa época y no estaba para nada desprevenida respecto de mi soberanía en tanto mujer, no tenía un texto feminista.
–¿La revolución feminista la hacían los laboratorios, con la pastilla?
–Podría decirse que sí. Lo que no se puede pasar por alto es que las mujeres que luchábamos entonces por la transformación social del país estábamos en una posición, yo diría, esquizoide. Todas manifestábamos, obviamente, nuestra voluntad anticonceptiva, pero no la pensábamos del mismo modo para los sectores populares, donde la limitación de la natalidad se veía aún como un designio imperialista. Bueno, hay que avisarles a quienes hoy pretenden plantear que la legalización del aborto es una imposición del FMI, que esa es una mirada totalmente anacrónica. En fin, vinieron luego los años de plomo. El 30 por ciento de los desaparecidos son mujeres, las había en todas las organizaciones armadas. Claro, no eran feministas. Y a la salida de esa feroz dictadura, las que nos fuimos del país, volvimos feministas. Nos dimos cuenta de que nos faltaba una gran asignatura: nosotras mismas. Y el primer tópico del feminismo en la recuperación democrática fue la violencia, que no había aparecido hasta entonces.
–Volvamos a lo jurídico. ¿Qué importancia ha tenido el cupo femenino para impulsar las recientes conquistas de género en el ámbito legislativo?
–Analícemoslo. El 50 por ciento de los votos en contra de la legalización del aborto en Diputados fue de mujeres, surgidas del seno de sociedades muy conservadoras, preliberales. Pero sí, está claro que el proyecto no hubiera podido avanzar sin ese núcleo duro de legisladoras apuntalándolo. A ver: el cupo femenino no es una representación feminista, sino de género. Y, sin embargo, estamos asistiendo a tal derrame del feminismo que nuestras tatarabuelas estarían impactadas, y eso repercute en el recinto. Porque por primera vez estamos frente a un feminismo de masas.
–¿Es esa la especificidad del feminismo en esta coyuntura histórica, la masividad?
–Lo central es ese derrame hacia las nuevas generaciones, y el hecho de que no tenga una sistematicidad teórica, sino puramente experimental. Yo creo que el impacto entre las más jóvenes pasa por una mayor habilitación a una sexualidad más libre. Estoy convencida de que la mayoría de esas niñas no han leído una sola línea de teoría antipatriarcal. Porque lo que hay es una experiencia de hecho, una conquista de la libertad, en relación con todas las batallas que se perdieron antes. Eso, en combinación con el surgimiento de un movimiento como Ni Una Menos, que puso en estado de reflexión vertebral a varias generaciones de mujeres, que es básicamente a quienes interpela. Les sacudió la estantería interna, les cambió la subjetividad.
–Estamos ante una agenda feminista ampliada, que diversifica las luchas de otros colectivos y las aglutina y se manifiesta, por ejemplo, en un mismo programa, a favor del aborto y contra el ajuste. ¿Es un rasgo propio del feminismo argentino?
–Sí, ese estilo relacional es su marca en el orillo. Al paso que ganamos más soberanía, más equidad, nos vamos obligando a consolidar la equidad y la soberanía de las otredades, sobre todo en términos de diversidad sexual. Ya no funciona, como en los 80, el feministómetro: cuán feminista había que ser para estar en tal o cual círculo. La novedad es que estamos ante feminismos de diáspora, feminismos abiertos, inclusivos, populares. Y en esta nueva dinámica, la batalla por el aborto, cualquiera sea el resultado en el Senado, es una batalla ya ganada. Es irreversible. Se habrá conquistado con la presencia de las mujeres en la calle, un elemento nada contingente sino centralísimo, y será la única ventana de derechos que se abra en este ciclo aciago.