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La Revista

La clave es la inclusíon

Uno de cada cinco jóvenes no tiene trabajo, casi tres veces más que el desempleo total a nivel país. El desafío de la sociedad es incluirlos a través de una capacitación y formación adecuadas, frente a la nueva demanda laboral.

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e los suele llamar, despectivamente, “jóvenes ni ni”, son chicos y chicas de 16 a 24 años que no estudian ni trabajan. Algunos incluso le agregan un tercer “ni” para caracterizar a aquellos que no están empleados pero tampoco buscan activamente un trabajo. Estos jóvenes integran un colectivo que todos los años aporta –o al menos, en teoría, debería aportar– millones de brazos a la fuerza laboral pero que, por algún motivo, quedan excluidos y golpeando la puerta de entrada.
Visto de esta manera, la calificación “ni ni” sugiere que esta parte de la sociedad, que teniendo edad y fortaleza para sumarse al mercado laboral no lo hace, es por ello “una carga” para el conjunto de los argentinos. La cuestión, sin embargo, es bastante más compleja. Para el Estado y para todo el entramado institucional del país, el mayor desafío es invertir la palabrita y transformar el “ni” en un gigantesco “in” de inclusivo. No sólo por los jóvenes, sino también por la sociedad en su conjunto.
“Hablar de jóvenes ni ni es abiertamente discriminatorio”, sostiene Alberto José Robles, director de Investigaciones del Instituto del Mundo del Trabajo, para quien hay una responsabilidad empresarial en las condiciones básicas que hoy se ofrece a quienes ingresan en el mercado laboral. “El primer empleo marca al joven para toda la vida”, destaca.
Robles explica que en la Argentina hay dos posturas sobre el desempleo juvenil: una más conservadora, ligada a “darles a las empresas facilidades impositivas, en especial a las pymes, para favorecer la empleabilidad de los jóvenes”, y otra mirada más estructural, a la que adscribe Robles, que “tiene que ver más con la inclusión, las nuevas demandas de los jóvenes, que exigen mayores niveles de gratificación y atención a sus necesidades”.
Eduardo Donza, investigador del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, sostiene que “en el desempleo juvenil no incide tanto el nivel de instrucción o educación formal como sí las redes sociales y los contactos que los jóvenes de bajos recursos no tienen”. E incluso impacta el entorno en el que viven estos jóvenes. “En muchas familias no hay una costumbre de ver trabajar a los padres”, por lo que algunos programas de estímulo al empleo joven “actúan, en primer lugar, como un factor de integración para muchos jóvenes”.
Sobre el desempleo joven en el país, en torno al 20 por ciento en ese segmento de la sociedad, Donza reconoce que “no hay ningún indicador que diga que la situación va a cambiar en el corto plazo”. No obstante, apunta que “el tema es evitar la exclusión y para eso es importante cambiar la tendencia”, con programas de capacitación y ayuda a microemprendedores.

 

DISTORSIÓN
En rigor, la cuestión del desempleo juvenil es una problemática de difícil abordaje en todo el mundo y sin demasiados resultados positivos a la vista. A comienzos de mayo último la Organización Internacional del Trabajo (OIT) presentó el informe Tendencias mundiales del empleo juvenil 2013, que muestra un leve deterioro interanual de la tasa de desempleo juvenil a nivel mundial, de 12,4 por ciento a 12,6 por ciento, entre personas de 15 a 24 años. El informe estima que este año habrá unos 73,4 millones de jóvenes desempleados, 3,5 millones más que en 2007 y 800 mil más que en 2011, lo que muestra una caída paulatina de esta variable.
Estudios realizados por la OIT acerca de la transición de la escuela al trabajo en países en desarrollo indican que “los jóvenes tienen muchas más probabilidades de conseguir empleos de baja calidad en la economía informal que empleos con salarios decentes y otros beneficios”. El principal escollo –apunta el organismo– es el acceso (limitado) a la educación y la formación.
Al respecto, la OIT señala que en algunos países en desarrollo, dos terceras partes de los jóvenes en edad de trabajar o bien “están desocupados o trabajan en empleos irregulares, de baja calidad, mal remunerados y, con frecuencia, en la economía informal”. En este contexto, muchos “han quedado fuera de la fuerza laboral o no estudian ni están en formación”. Sara Elder, coautora del informe y especialista en investigación para el Programa de Empleo Juvenil de la OIT, subraya que “el potencial económico desperdiciado en los países en desarrollo es alarmante”. Y agrega: “Para un gran número de jóvenes, esto significa que un trabajo no necesariamente equivale a un medio de vida suficiente”.
Pero para la OIT la crisis del empleo en los jóvenes, en parte, es reflejo de un desajuste en las competencias que demanda y ofrece el mercado laboral. “La sobreeducación y el exceso de competencias coexisten con la subeducación y la escasez de competencias, y cada vez más con el desgaste de la formación adquirida por causa del desempleo de larga duración.” La distorsión supone entonces, por un lado, negarle un puesto de trabajo a un joven con escasa calificación pero, por otro, hay jóvenes con mayores competencias que las exigidas para el puesto que ocupan, con lo que “la sociedad está perdiendo la posibilidad de mejorar su productividad económica”, revela el informe de la OIT. 
En la Argentina, si bien no hay estadísticas precisas sobre la cantidad de jóvenes en situación de desempleo, se calcula que es una realidad que afecta a cientos de miles de personas en este segmento. Daniel Arroyo, ex viceministro de Desarrollo Social de la Nación y presidente de la Red de Prioridades Argentinas (Red PAR), eleva la cifra a nivel país a unos 900 mil chicos. Además, hay que considerar que cada año, decenas de miles de nuevos jóvenes se suman a este auténtico ejército de reserva, como diría Karl Marx, con lo que la coyuntura de este estrato de la población requiere de urgentes soluciones.
En este sentido, Arroyo propone la creación de un Fondo Federal de Desarrollo Joven que apunte a incluir a 450 mil nuevos trabajadores por año, a través de recursos provenientes del Tesoro Nacional (uno por ciento del Presupuesto) y aportes privados y de organismos regionales e internacionales. El objetivo es favorecer las condiciones para obtener el primer empleo, propiciar la finalización de la educación formal y apuntalar la capacitación para el mercado de trabajo, a través de un sistema de tutorías.
Desde 2008 se desarrolla en la órbita del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social el programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, cuyo eje es ayudarlos a terminar los estudios y encontrar un empleo de calidad. También están el programa Impulsores, que ejecuta el Fondo de Capital Social, destinado a microemprendedores y pequeños productores o comerciantes, y el Programa Jóvenes Rurales Emprendedores, orientado a que los chicos permanezcan en sus comunidades y desarrollen allí una actividad económica.
Por su parte, este año comenzó a funcionar la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (Umet), bajo el influjo del Suterh y con una propuesta académica orientada a abrir la formación de grado a sectores que hasta ahora estaban relativamente excluidos de ella. La universidad fue inaugurada oficialmente el pasado 16 de mayo por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el ex mandatario de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. En sus claustros todavía resuenan las palabras del líder brasileño, el primer presidente sin título universitario de su país: “Una nación es justa cuando las riquezas se distribuyen de manera justa, y la educación es una de ellas”.

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