El más argentino de los belgas, el más porteño de los parisinos. El que convirtió un juego infantil en un desafío literario para todas las edades. El creador de las metáforas indelebles, ése que nunca pero nunca dejó de escribir, este 26 de agosto cumpliría 102.
viernes 26 de agosto de 2016 | 3:42 PM |Cortázar nació en Bruselas el 26 de agosto de 1914 porque su padre era funcionario de la embajada Argentina en Bélgica, pero cuatro años después ya comenzaba a definirse argentino, desde las calles de Banfield. Se recibió de maestro en la Escuela Mariano Acosta y luego de profesor normal en Letras.
«Me parece que en ese momento no pensaba en volver a casa ni en la cara de papá y mamá, porque si lo hubiera pensado no habría hecho esa pavada. Debe ser muy difícil abarcar todo al mismo tiempo como hacen los sabios y los historiadores, yo pensé solamente que lo podía abandonar ahí y andar solo por el centro con las manos en los bolsillos, y comprarme una revista o entrar a tomar un helado en alguna parte antes de volver a casa.»
1951 fue un año crucial en su vida, porque publicó su primer libro de cuentos, Bestiario, comenzó a trabajar como traductor para la UNESCO y ganó una beca del gobierno francés que le haría conocer al gran amor de su vida, París.
Una de sus pasiones fue el boxeo y le dedicó «Torito», un cross a la mandibula, al ex campeón Justo Suárez. «Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula.»
Siguió escribiendo toda la vida, hasta sus 69 años. «Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.»
Dejó novelas, cuentos, obras de teatro, críticas y poemas, algunos publicados con el seudónimo de Julio Denis.
«Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable.»
Historia de Cronopios y de famas; Rayuela; Todos los fuegos, el fuego; El perseguidor; La vuelta al día en ochenta mundos; Final del juego y Un tal Lucas, parte de la inmensa herencia que dejaría antes de partir. También fue un defensor de los Derechos Humanos y denunció a las dictadura cívico militares de Latinoamérica.
Fanático del jazz, sus textos tienen un swing muy particular, irrepetible.
«Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.»