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La Revista

Huellas de una Época en la ciencia y la cultura

En una entrevista exclusiva, el ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, y el secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, reflexionan sobre las políticas cultural y científica de la Argentina.

Por Demián Verduga
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La pregunta puede despertar cierta angustia porque recuerda la finitud de la condición humana: ¿qué trascenderá de lo que hemos hecho? Este fue el interrogante central de la entrevista que Caras y Caretas les hizo al ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, y al secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia. Los funcionarios dejaron de lado por un rato los avatares de la gestión y se avocaron a pensar las huellas que dejarán las políticas de este tiempo para las próximas décadas.
Según ellos, algunos de los hechos que perdurarán son la jerarquización del lugar de la ciencia en el Estado, los festejos del Bicentenario y sus efectos, la repatriación de 768 científicos argentinos que estaban en el exterior, la construcción del centro cultural más importante de América latina y la ley de medios. “Son cosas que recordarán los argentinos del Tricentenario”, dijeron.
–¿Qué políticas que se impulsaron en ciencia y cultura son irreversibles?
L. B.: –En el caso de la ciencia, me parece que hubo un cambio cuantitativo y cualitativo central que fue la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. A partir de allí, en casi todas las provincias, más allá del signo político que las gobierne, se crearon secretarías o ministerios homólogos. Fue una jerarquización del lugar de la ciencia en el Estado; es un cambio político y cultural muy importante. Cada provincia empezó a realizar su demanda específica en materia tecnológica. Quizá me equivoque, pero no me imagino a ningún político argentino tomando la decisión de cerrar el ministerio. El costo político sería muy alto.
J. C.: –Para mí, como secretario de Cultura, un hecho histórico es que hayamos participado de los festejos del Bicentenario. Creo que podemos irnos tranquilos a casa porque fuimos parte de uno de los sucesos más importantes de la historia argentina. No sólo por la magnitud y la calidad artística del evento sino por el relato que se puso en juego. Desde la Secretaría trabajamos en los contenidos políticos de la celebración. Pusimos en el centro lo que hoy se está discutiendo que es el modelo de país. Los argentinos del futuro podrán ver cómo se debatió de modo democrático, popular y artístico la encrucijada que vivimos en la llegada de nuestros 200 años.
–Más allá de estos grandes hitos, ¿qué otros proyectos palpables tienen esta característica de perdurar en el tiempo?
J. C.: –La construcción del Palacio del Bicentenario (en el ex edificio del Correo Central) creo que es una de las obras que nadie podrá negar ni borrar. Es el más grande de América latina. Mide 88 mil metros cuadrados. Va a tener salas de teatro, danza, folklore, espacio para conciertos sinfónicos. Ya estamos construyendo en todo el país cien de las doscientas casas del Bicentenario. Y en esto hay algo que quiero destacar porque tiene que ver con la mirada que nosotros tenemos de la cultura. Una de esas casas está en la Villa 21. Tendrá dos mil metros cuadrados. Es un mensaje claro: la cultura no tiene que estar sólo en las zonas pudientes de la ciudad sino en los barrios donde hay que luchar contra la exclusión y la pobreza.
L. B.: –El polo tecnológico en las ex bodegas Giol también es algo que quedará. Lo importante allí no será sólo la dimensión edilicia sino el concepto de convivencia interdisciplinaria. Es algo novedoso para la ciencia argentina, ya que siempre funcionó en compartimentos estancos. En el polo tecnológico, un biólogo molecular se encontrará en el bar con un economista y un analista de sistemas. Apostamos a que eso termine generando ideas.
–La repatriación de científicos, como política reparatoria, y la mirada latinoamericanista de la cultura, ¿no están entre los hechos trascendentes de estos años?
L. B.: –Es cierto. El programa (Raíces) da vuelta una página de la historia. Pasamos lentamente de ser un país que expulsaba investigadores y científicos a uno que los atrae. Desde que comenzamos en 2003 retornaron 768. Todavía tenemos mucho por hacer. Contactamos y tenemos contabilizados a 4.500 que siguen afuera. Ahora vamos a iniciar la segunda etapa para que vuelvan algunos que ya están fijos en universidades norteamericanas o europeas. El retorno de esos 768 científicos muestra que hemos recreado, de a poco, un ambiente de investigación en la Argentina. Nadie vuelve sólo porque extraña. Necesita poder seguir creciendo profesionalmente.
J. C.: –Yo recorrí hasta ahora casi todos los países de Sudamérica. Me falta sólo Bolivia. Firmamos convenios de cooperación en todos los viajes. Hace pocos días inauguramos la Galería de Crónicas de la Nación Latinoamericana en la terminal de Retiro. Pero si algo se aprende en estos viajes, charlando con colegas, es que uno de los núcleos centrales de la política cultural es la comunicación.
–¿A qué se refiere?
J. C.: –La concentración de medios atenta contra las políticas que difunden la diversidad cultural. Sólo hace visibles los productos importados porque ellos mismos son importadores. Y si no se juegan sólo por sus propias producciones. No es posible pensar la política cultural sin pensar en los medios necesarios para difundir las obras de arte. Por eso creo que una de las revoluciones culturales de esta época que sin duda será trascendente se producirá cuando se aplique efectivamente la nueva ley de medios.
–A futuro, ¿la Argentina debería especializarse en algunas áreas de la ciencia y la producción cultural?
L. B.: –No estaría mal. Pero todo es complementario. La biotecnología es un área que tiene fuerza en la Argentina. No es posible pensarla sin físicos, químicos, ingenieros metalúrgicos y economistas. Las ciencias sociales son necesarias también en esto para que ayuden a determinados sectores de la población a incorporar los nuevos avances tecnológicos.
J. C.: –El Estado debe intentar poner agua allí donde una semilla puede germinar. En ese sentido, en la Argentina todas las ramas del arte pueden florecer. Claro que hay ciertas disciplinas, como el cine, que necesitan sí o sí al Estado porque no podrían existir sin ese apoyo.
–¿Debería crearse un ministerio de cultura?
J. C.: –No estaría mal. Países como Chile, Brasil, España o Francia tienen ministerios de cultura. Equiparar el rango institucional al de esos países sería bueno. Además la Argentina tiene una política cultural potente y la creación del ministerio le daría una visibilidad institucional acorde. Sin embargo, hay que pensarlo con tiempo y responsabilidad. No puede pensarse por separado de otras necesidades del país.
–En el caso de la ciencia y la técnica se suele hacer hincapié en el presupuesto asignado. Hoy está en 0,43 por ciento del PBI. ¿A cuánto debería llegar?
L. B.: –La ciencia es un área directamente relacionada con los recursos humanos. Tiene sentido que crezca el presupuesto a medida que crecen los científicos y los investigadores. Los recursos del Ministerio crecieron entre un 5 y un 8 por ciento cada año, igual que la economía del país. Cuando yo empecé en 2003 teníamos 30 millones de pesos para todos los proyectos de investigación. Hoy llegamos a más de 300 millones. Tiene que seguir creciendo a medida que haya más recursos humanos.

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