Con una historia de pioneros, la radio surgió en el país y en el mundo casi al mismo tiempo. Hoy, celebramos 95 años de sonidos parecidos a los sueños.
jueves 27 de agosto de 2015 | 11:22 AM |Por Carlos Ulanovsky.*
Desde aquella noche mágica del 27 de agosto de 1920 ya pasaron 90 años de radio en la Argentina. En aquel momento, un puñadito de audaces, con un transmisor de 5 vatios de potencia, con un micrófono para sordos ubicado en el paraíso del teatro Coliseo y con una antena ubicada en la cúpula de la casa de remates ubicada en Cerrito y Charcas, transmitieron la ópera Parsifal, de Richard Wagner, y dejaron para los tiempos la constancia de la transmisión inaugural.
Los cuatro principales autores de la proeza eran amigos, chicos bien del Barrio Norte, radioaficionados todos, melómanos de condición. Enrique Telémaco Susini ya era médico especializado en otorrinolaringología, vinculado a la Armada y en tal condición, al final de la Primera Guerra Mundial, viajó a Francia enviado a estudiar los efectos sobre las vías respiratorias de los gases asfixiantes y paralizantes utilizados durante la contienda. Desde Europa regresó con equipos de radiocomunicaciones de rezago, que resultaron la base de los equipos. Lo secundaban sus amigos Miguel Mujica (además sobrino, de 18 años), Luis Romero Carranza y César Guerrico. Pero hay otros nombres que contribuyeron a la hazaña inicial: los radioaficionados Bellocq y Ricaldone, Ernesto Pita Romero e Ignacio Gómez Aguirre, entre otros. Por sus manías y genialidades en relación a materias por entonces tan desconocidas y, especialmente, por su costumbre de andar tendiendo cables por las alturas, recibieron el mote de “los locos de la azotea”.
Se calcula que la irradiación de la ópera desde el Coliseo llegó a apenas cincuenta radios a galena, existentes en Buenos Aires y ubicadas a no más de diez kilómetros del lugar. Aunque no fue la primera transmisión en el mundo –el norteamericano David Sarnoff y el italiano Guillermo Marconi ya lo habían experimentado 71 días antes del 27 de agosto–, se considera que la de los locos de la azotea, llamada LOR Radio Argentina, fue la primera emisora pensada en términos de difusión permanente y con propósitos de continuidad artística. Porque volvió a salir el 28 de agosto y en días sucesivos, conformando algo parecido a una programación.
Cada miembro del cuarteto de pioneros se destacó en lo suyo. Romero Carranza, también médico, fundó en los años 30 la primera fábrica de celuloide virgen para cine y patentó antes que la RCA Victor de los Estados Unidos un sistema de grabación de sonido para películas. Sobre la casa de remates Guerrico y Williams, propiedad del padre de César Guerrico, se sostuvo, a partir de 1922, la primera antena de madera de Radio Argentina.
Miguel Mujica fue ministro de Comunicaciones del presidente Frondizi y a él se le debe en 1961 la instalación del primer sistema de coaxiles. Todos eran cultos e inquietos, pero Susini fue, por sus amplios conocimientos y variados intereses, un renacentista de su tiempo. Pianista desde chico, conocedor profundo de la música clásica y la ópera, compartió el ejercicio de la medicina con la dirección de teatro, ópera y zarzuela, fundó también la primera empresa de telefonía de larga distancia que luego vendió a la transnacional ITT. En 1930 impulsó la creación de Lumiton, uno de los primeros estudios de cine en la Argentina, del que a partir de 1933 salieron algunas de las primeras películas sonoras del cine nacional, como Los tres berretines (tango, fútbol, radio). Años después, en 1951, aparece manejando cámaras en Plaza de Mayo en lo que fue la transmisión inaugural de la televisión argentina.
Tipos completos como Susini y sus muchachos amigos, con algo de aventureros, notable sentido estético y mucha imaginación que suplía la natural y eterna falta de recursos, establecieron los pasos iniciales de la radiofonía.
TIEMPOS DE ORO
A la par de Susini y sus amigos merecen destacarse otros pioneros como Delledicque, dueños de Radio Splendid, o Jaime Yankelevich, propietario de Radio Belgrano, o directores artísticos como Pablo Osvaldo Valle. A partir de finales de la década del 20, ellos y muchos otros vinculados con el negocio de la radiofonía y la electricidad despertaron el interés por el nuevo medio y lo ampliaron desde lo artístico con los géneros más variados: la música, el canto y, en especial, el radioteatro que en 1930, con la saga Chispazos de tradición, alcanzó altísima repercusión popular. También se consideraba al tango música masiva por excelencia, ya que se escuchaba, se cantaba y se bailaba como si fueran pequeños radioteatros, historias cantadas de tres minutos con un principio, un desarrollo y un fin.
Fue a partir de noviembre de 1935, con la inauguración de Radio El Mundo que se inicia la época de oro de la radio nacional, una etapa en la que el medio creció junto con la modernización de los receptores y lo que de ellos salía. Por entonces la radio pasó a ocupar un lugar central en la casa y en la vida de los ciudadanos.
Sólo unas pocas emisoras en el mundo tenían instalaciones como las que la empresa de origen inglés Haynes había dispuesto en el edificio de Maipú 555, construido a imagen y semejanza de la BBC de Londres y con detalles arquitectónicos y técnicos de la CBS neoyorquina. El lugar resistió el paso del tiempo, los malos usos y excesos y hoy es la sede de LRA Radio Nacional, sus tres efeemes y el servicio al exterior RAE. El de El Mundo fue uno de los primeros multimedios (aunque en ese momento el término no se usara) porque antes de instalar la radio, Haynes ya era una poderosa editora de un diario matutino, también llamado El Mundo, y numerosas revistas.
A partir de esos años la radio –más que nada entregada al entretenimiento, a la diversión desde sus programas– fue, como menciona en un artículo el periodista Hugo Paredero, “la reina ordenadora de cada hogar, no sólo porque estaba en los lugares centrales de cada casa sino porque te decía con qué fijador debías peinarte o con qué pildoritas tenías que regularizar tu intestino”. Emisoras como Belgrano, Splendid y El Mundo ponían en sonido los intereses de la clase media en ascenso, mientras que ondas como Del Pueblo, Antártida y Porteña eran voceros de un estilo punzante y sonoro que alguien denominó la clase baja de las radios. Radio del Estado (hoy Nacional) y Radio Municipal, por su cercanía a la música clásica, y Excelsior y Mitre, por sus selectas grabaciones nacionales e internacionales, representaban a sectores de una elite.
Cercanas a la clase social que tuvieran, casi todas las radios contaban con elencos estables de radioteatros y orquestas permanentes de variados géneros. Casi toda la programación era en vivo, con programas que, habitualmente, no superaban los quince minutos de duración y el espectáculo de la radio era una realidad. El oyente concurría a ellos como si fuera al cine o al teatro, y atesoraba el recuerdo de haber estado cerca de quienes admiraba. Como estaba prohibido improvisar, todo era leído en libretos, hasta los buenos días y las buenas noches. Las tres radios líderes –El Mundo, Belgrano y Splendid– habían creado cadenas nacionales y sus programaciones llegaban a 45 radios de todo el país. Orquestas en vivo, radioteatros, cómicos, transmisiones deportivas desde el lugar de los hechos (fútbol, automovilismo, boxeo, etc.), programas de entretenimiento, shows en vivo, ciclos de preguntas y respuestas, bailables de sábados y domingos, programas de cine y espectáculos, comentaristas de elevado nivel intelectual: así, con poca opinión y con escasa información de actualidad y política, fue la radio de 1935 a 1960. Una radio representativa de un país que demostraba ganas de cantar, de bailar, de escuchar música, de pasarla bien, de soñar.
Había una hora diaria de Radio El Mundo –de 19.30 a 20.30– que simboliza los contenidos más celebrados de esos tiempos. A las siete y media de la noche arrancaba con un radioteatro de costumbres y humor algo delirante titulado Qué pareja, Rinsoberbia, auspiciado por un jabón en polvo llamado Rinso. A las 19.45 se abría un cuarto de hora musical que durante largo tiempo estuvo animado por la orquesta de jazz de Héctor, una afinada big band que interpretaba sucesos de esos tiempos.
A las 20 llegaba el Glostora Tango Club, auspiciado por un fijador para el cabello y cuyo eslogan era “La cita de la juventud triunfadora”, o sea, todos aquellos que alisaban sus cabellos con Glostora. Por allí pasaron muchas orquestas típicas, pero las más escuchadas fueron las de Alfredo de Angelis y Héctor Varela. Finalmente, a las 20.15, con un sonido de teléfono identificatorio se abría de lunes a viernes la casa de Los Pérez García, una familia radial que llenó toda una época. La muerte real del actor que protagonizaba al pater familiae Don Pedro originó en el programa un clima de velorio que duró más de un mes. Y ni hablar de cuando el niño Raúl (así lo llamaban en la ficción) se casó sorpresivamente con Mabel, la chica que había llegado a la casa de los Pérez García como doméstica. Los oyentes participaron con millares de cartas opinando si ambos personajes de distinta condición social debían casarse o no.
En las décadas del 40 y del 50 la radio estuvo muy cercana a la vida de Eva Duarte y de Juan Domingo Perón. Primero a ella se la conoció como actriz de radioteatros y luego, ya casada con quien se convertiría en presidente de la Nación a partir de 1946, transformada en relevante figura de la política y en eterna abanderada de los humildes. La ciudadanía conoció por radio la triste noticia de su muerte en 1952. Tras su derrocamiento en 1955, se descubrieron más de mil mensajes radiales de Perón, la prueba de su permanente contacto y adhesión al medio.
En todos estos años de gloria de la radio no faltaron censuras, como las que padecieron a mediados de los años 40 figuras como Niní Marshall y Tato Bores (a quienes se les cuestionaba que la forma de hablar de algunos de sus personajes deformaban el lenguaje popular). El ridículo celo de la censura ni siquiera dejó tranquilos a los tangos que debieron resignar algunas imprescindibles palabras en lunfardo. En no pocas ocasiones, la audiencia argentina deseosa de informaciones que las emisoras locales le escamoteaban debía desplazar su sintonía hacia la uruguaya Radio Colonia.
La radio reinó en soledad hasta que entre 1950 y 1960 (primero Canal 7, luego cuatro estaciones privadas instaladas entre 1960 y 1966), la llegada de la televisión le quitó de a poco géneros, figuras, entidad e identidad. Vacilante y en crisis profunda, casi terminal, la radio se distanció de su época de oro.
LOS MAGAZINES SALVADORES
Varios fueron los elementos distintivos de la radio entre 1960 y 1970, desde los avances tecnológicos, empezando por la llegada y difusión masiva de los aparatos portátiles a transistores, hasta la irrupción de las productoras privadas que pronto alcanzaron la dimensión de emisoras sin antenas. La confusión reinaba en la radio porque la televisión le vampirizó ideas y especialmente inversión publicitaria. Con el correr de la década del 60, la facturación radial se redujo del 17 por ciento a la mitad. En las emisoras en manos del Estado –la mayoría en ese momento– las productoras compraban espacios a precios irrisorios y los transformaban en programas con auspicios exclusivos.
Se produjo un achicamiento formidable. Las radios resignaron elencos estables de radioteatro y orquestas, desactivaron los auditorios y reemplazaron gran parte de la programación en vivo. Las radios pasaron a depender dramáticamente de la música grabada y, especialmente, de la información.
En este sentido hubo un programa clave que propició e impulsó la recuperación del medio. Era un show matutino, noticioso, resuelto con velocidad y frescura, con despliegue de producción inusual y cierto desparpajo poco común para la época. Jorge “Cacho” Fontana, un locutor surgido a fines de los 40 como presentador de orquestas de tango, con una voz clara y potente, le ofreció su apellido al ciclo. El Fontana show, con móviles por toda la ciudad, con enviados especiales por la Argentina y el mundo, con reiteradas menciones a la hora y la temperatura y con pequeños y eficaces sketchs de humor en los que se destacaban las locutoras Rina Morán y María Esther Vignola, estableció un género novedoso que alguien identificó más con la revista semanal que con el diario.
Se acusaba al programa de utilizar recursos con banalidad. “Llaman a Tokio sólo para preguntar qué hora es en ese momento”, alegaban los críticos. Pero esas comunicaciones encubrían una demostración: en tiempos de una telefonía muy deficiente era más sencillo comunicarse con Japón que con la provincia de Misiones. El género del Fontana show, rebautizado como magazine, más el aire de una radio en su máximo potencial, como era LS5 Radio Rivadavia, y otros conductores que completaban la jornada (Héctor Larrea con su Rapidísimo y Antonio Carrizo con La vida y el canto) posibilitaron más temprano que tarde que la radio comenzara a recuperar lo perdido. Rivadavia fue además una de las primeras en reforzar su espacio noticioso con una marca todavía duradera (El rotativo del aire), en permanecer las 24 horas en el aire y en valorizar la tira diaria de las 7 de la tarde (La oral deportiva) así como las transmisiones del fútbol de los domingos con José María Muñoz en los relatos.
Rivadavia y desde 1969 Continental (la ex radio Porteña) más las radios musicales, como Nacional y Municipal, en la difusión de lo clásico, y Excelsior (Escalera a la fama, Escala musical) y Mitre (Una ventana al éxito), los programas de los disc jockeys Rubén Machado, Rodríguez Luque y los hermanos Carlos y Jorge Beilliard, las locutoras-animadoras de voces arrulladoras e intimistas como Betty Elizalde, Nora Perlé, Graciela Mancuso o Nucha Amengual significaron pilares de una radio que procuraba huir de la terapia intensiva.
Con ciclos como La gallina verde, producido por Alberto Mata y con un atractivo elenco de columnistas-charlistas, con los espacios conducidos por Miguel Ángel Merellano, Carlos Rodari, Jorge Vaccari, Edgardo Suárez, Enrique Mancini y Hugo Guerrero Marthineitz se afianza el concepto de radio para escuchar. A partir de 1967 se produce una renovación generacional con el aporte de jóvenes como Maisabé, Jorge Batallé, Raúl Calviño, Leonor Ferrara, Juan Alberto Badía, Julio Lagos y Fernando Bravo y productores como Julio Moyano y Alberto Veiga.
Y así como la década había bendecido definitivamente el horario matutino, a mitad de los años 60 se concretó la recuperación de la madrugada, hasta ese momento considerado un momento desechable y escasamente prestigioso. Creado por Efraín Pérez Ibáñez y Miguel Ángel Merellano y con columnistas como José de Zer, Santo Biasatti, Enrique Walker y Fanny Mandelbaum el programa Generación espontánea tenía tanto de tertulia como de atractiva y provocadora conversación.
Con algunos de estos recursos artísticos y creativos la radio salvó la ropa y pasó a ocupar un lugar que todavía mantiene enarbolando los estandartes del ritmo, de la espontaneidad, del apunte cotidiano (el valor de lo que sucede en la esquina de casa), el humor y fundamentalmente la posibilidad de estar al día con lo que estuvo pasando en el mundo y sus alrededores.
LA RADIO DE HOY
Con su modelo de pensamiento único y por su fuerte control ideológico, la dictadura militar también influyó negativamente sobre la radio con sus secuelas de censuras, listas negras, prohibiciones y precarización laboral.
Fueron tiempos en que había que volver a apelar a la uruguaya Radio Colonia y a su informativista Ariel Delgado para saber un poco más de lo que aquí se escamoteaba. Sin embargo, como desafiando a la cerrazón o tal vez como consecuencia de ella, entre los años 70 y 80 surgieron nombres que impulsaron decisivamente la radiofonía. De Guinzburg y Abrevaya a Lalo Mir; de Adolfo Castelo a Mónica Gutiérrez; de Elizabeth Vernaci a Alejandro Dolina; de Bobby Flores a Víctor Hugo Morales; de Aliverti a Pergolini; de Paluch a Liliana Daunes y Jorge Lanata. Ellos son los “veteranos” y siguen en plena actividad pero en la última década hay otro nutrido grupo de profesionales de generaciones más recientes que alcanzaron posiciones notorias: Andy Kusnetzoff y Matías Martin, María O’Donnell y Ernestina Pais, Ernesto Tenenbaum y Marcelo Zlotogwiazda, Reynaldo Sietecase y Alfredo Zaiat, Jorge Halperín y Alfredo Leuco, entre muchos otros.
Y también, luego de la salida de la oscuridad, se iniciaron importantes fenómenos que modificaron las texturas sonoras, desde las radios abiertas, comunitarias, barriales o raras como La Colifata hasta las FM que llegaron para quedarse, para reinar y para convertir a las AM casi en objetos de colección.
También son memorables las experiencias de Radio Belgrano en los años iniciales de la recuperación democrática y de la Rock & Pop como emisora de vanguardia juvenil y de ruptura en los años recientes.
Luego, para gracia y virtud de quienes los utilizan, llegaron una serie de recursos facilitadores de la comunicación radial: internet (que propició la creación de centenares de radios temáticas), las computadoras en los estudios, monitores permanentemente conectados a señales de noticias perfilando la agenda cotidiana, los movileros con sus teléfonos celulares, mails, mensajes de texto, las nuevas redes sociales (Twitter, Facebook) sumando información. La radio de hoy es una casi totalmente entregada a lo noticioso, a la opinión, a la discusión de actualidad política y que incluso se convierte en fuente (casi nunca reconocida) de los medios gráficos. Una radio que, lamentablemente, resignó por cuestiones económicas géneros como la investigación periodística.
En medio de todo esto, permanece la radio, la única, la mágica, la de siempre, que mantiene una extraordinaria promesa básica. Alguien, a distancia, a quien no vemos pero al que podemos imaginar (claro, siempre y cuando no lo hayamos visto cien veces por televisión) frente a un micrófono, con el simple capital de su voz, es captado por uno, que se transforma en cientos o miles. A pesar de sus propósitos de masividad el mensaje radial parece concebido para llegar al oído de quien lo escucha de un modo exclusivo. Alguna vez Lalo Mir y el español Jesús Quintero coincidieron en un concepto: “Poné frente a un micrófono a alguien que tenga algo interesante para decir y que sepa cómo decirlo y te aseguro que esa persona podrá mantener despierta a media ciudad”.
*Periodista y escritor. Es autor de los libros Días de radio (1920-1995), de su continuación Siempre los escucho (1995-2006) y de una historia sobre LRA Radio Nacional (1937-2010) próxima a aparecer. Colaboró Demián Verduga.
Artículo publicado en Caras y Caretas en Agosto de 2010.
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