Darío Sztajnszrajber tiene más preguntas que respuestas. Sin embargo, en esta entrevista cuenta todo sobre su nuevo libro.
martes 17 de diciembre de 2013 | 3:51 PM |Descontracturado, va por la vida en jeans y remera, y con un bolso en el que lleva la notebook, su oficina portátil. A Darío Sztajnszrajber no le gusta la rutina, prefiere vagar por diferentes ámbitos y no para de observar y generar preguntas. Su peregrinaje lo llevó a ser docente de Filosofía en todos los niveles educativos, desde la primaria hasta la universidad. Allí, en su clase de posgrado de Flacso, lo descubrió una directora de contenidos del canal Encuentro y le propuso hacer televisión. Nació así, en 2011, Mentira la verdad. Hoy, Darío S. también conduce El innombrable por Radio Madre, difunde la filosofía en medios gráficos y en teatro con el espectáculo Desencajados: filosofía + música, y acaba de publicar su primer libro, ¿Para qué sirve la filosofía? (Pequeño tratado sobre la demolición), cuyo personaje principal se pierde o, mejor dicho, decide perderse durante un viaje en colectivo, se baja en un paradero desconocido, busca ubicarse, busca a secas, se extravía tanto con su cuerpo como con su mente, indaga en el mundo cotidiano mientras recorre la historia de la filosofía desmenuzando ideas, resquebrajando conceptos, al punto que un paquete de papas fritas lo lleva a pensar sobre la inutilidad de la filosofía, sobre el amor, la muerte, la palabra.
–El personaje del libro se pierde como Cortázar, que dijo que se inspiraba en la distracción. –
Cortázar es una influencia importante en el libro, su Horacio Oliveira de Rayuela, casi un flâneur, es un paseante distraído y, en esa distracción, encuentra a su Maga, a su amor, o busca más que encontrar a su amor. La distracción es una interrupción del criterio de utilidad. Eso que se llama ser distraído puede ser visto como un escape a la locura pasional de la utilidad, donde todo tiene que servir para algo. Al final del libro hay un relato sobre Tales de Mileto, el primer filósofo. Cuando descubre la filosofía, Tales se la pasaba mirando para arriba y se caía en todos los pozos, entonces plantea el debate sobre la utilidad de la filosofía: ¿de qué sirve estar todo el tiempo extasiado, cuestionándolo todo mirando para arriba, si no podés resolver las cuestiones cotidianas? Lo que pasa es que la cotidianeidad es una dimensión de la existencia que, si uno la deja avanzar, copa todo.
–La filosofía está de moda. ¿Será porque la cotidianeidad, ir a trabajar, hacer las compras, fagocita tanto que se busca una salida metafísica? –
Hay mucho de eso. Uno busca la grieta. El tema es no creer que uno se escapa para llegar a un lugar más auténtico. Esa forma de pensar la filosofía fue muy habitual, y no me cierra: creo que si uno sale de la caverna de Platón se encuentra con una caverna más amplia, algo de la libertad se juega desencavernándose, saliendo de distintas cavernas. Descreo de aquellos lugares que se ofrecen como alternativos. El problema son los encorsetamientos que de algún modo minan las diferentes potencialidades. Cuando se las encorsetan en nombre de Dios o de la naturaleza o del orden, está siendo enajenado algo de la libertad.
–Por otro lado, ese corsé parece dar seguridad. –
El corsé da seguridad y oprime. Las teorías inmunológicas dicen que donde se aplican demasiadas defensas se termina generando lo contrario de lo que se espera. La sociedad armada para tener mayor seguridad es la que genera mayor inseguridad. En este sentido, todas las prácticas filosóficas o religiosas que buscan generar seguridad terminan a la inversa.
–¿No es intrínseco al ser humano buscar tanto la seguridad como la libertad? –
Hay una tensión, pero existe el “entre”. Nietzsche trabaja mucho esa idea: entre la seguridad y la libertad, ¿qué elijo? El “entre”, un lugar de oscilación. Cuando te sentís demasiado libre, necesitás aferrarte a algo; cuando te sentís demasiado aferrado, buscás libertad. El problema es que estamos habituados a pensar la existencia en término de soluciones y la existencia es más parecida a un viaje, está en permanente movimiento y por eso está siempre encaminándose. Está bueno separar la lógica existencial de la lógica de la propiedad: uno no puede pretender alcanzar el mismo tipo de respuesta ante la pregunta ¿qué hay más allá? que ante ¿por qué se inundó el baño? Con el baño se busca una respuesta concreta. Con la misma lógica se intenta resolver ¿por qué me voy a morir? Y ahí vienen los hijos de puta que lucran con eso, son los plomeros de la muerte. No somos un yo totalizante, somos seres fragmentados: hay una faceta que busca la libertad; otra, la seguridad. Somos ese horizonte de facetas.
–En su libro reflexiona sobre una cita de Platón: “La filosofía es la preparación para la muerte”. Filosofía y religión se toman como antagónicas, pero sin embargo sus fines no difieren aquí demasiado, aunque la religión ofrece respuestas y la filosofía formula preguntas. –
La ciencia también busca respuestas. El tema son los métodos, los criterios de ampliación. Creo que toda la cultura humana nace en función de la inquietud por el límite. La conciencia de la propia muerte es el límite principal; de ahí surge la pregunta por el más allá, por eso la religión, la filosofía, el arte, son formatos diferentes de encarar esta problemática. Después, al interior de estas disciplinas, hay corrientes muy distintas. Hay filosofías muy antirreligiosas, pero también muy protorreligiosas, y al interior de la religión también hay religiosidades muy filosóficas que plantean la religiosidad desde la pregunta y no desde el dogma. Luego están las religiones institucionales, que han transformado a la religión casi en una empresa mercantil. Hoy vivimos un retorno a lo religioso en la filosofía. Tanto la filosofía positivista como la marxista fueron antirreligiosas. Ahora, ante la ausencia de un fundamento único, en el pensamiento posmoderno todo vale, y el religioso retorna como un extracto más, tan válido como el resto. Lo interesante es que hay más pensadores que trabajan mucho el cruce entre la filosofía y la religión, no desde el dogma, sino desde la idea de creer. El verbo creer se puede contar desde la religión tradicional: creer en Dios es saber que Dios existe; pero en realidad el verbo creer tiene mucho de duda. Todos estamos atravesados por la pregunta existencial de si hay algo más.
–¿Es insoportable pensar que no hay nada más allá de la muerte? –
De un lado o del otro, todo es insoportable. Estoy cada vez más convencido de que una vez que nos morimos, no hay nada; que todo lo que el ser humano crea, como dijo Platón, es un ejercicio para la muerte. Es lo que llamamos cultura. La cultura es una creación propia del hombre que hace más tolerable lo intolerable. El problema es que vivimos en esa tensión. Somos conscientes de que nos vamos a morir y de que todas las formas que buscamos para resolver el problema de la muerte, en realidad, no sirven. Esta forma paradójica atraviesa nuestra existencia: sabemos que nos vamos a morir pero no queremos, entonces hacemos lo imposible para tratar de no morir, aunque sabe- mos que igual va a pasar. Una manera que el ser humano crea para hacer más soportable esa paradoja es, por ejemplo, enamorarse, tener hijos, trabajar, consumir. Lo que hacemos es huir, zafarle a esta conciencia cuanto podemos. Incluso la idea que tenemos de estar enamorado es “el otro me llena”, cuando vos podés entender al amor al revés, como prioridad al otro y como un vaciamiento: doy y al dar me estoy vaciando. El sentido común de hoy ve al amor como algo que llena, me engorda, y no es joda: si te engorda es porque te lo comés al otro, y este fagocitarse al otro es tremendo porque terminás aniquilándolo, convirtiéndolo en tu necesidad.
–¿Cómo definiría su modo de filosofar, su filosofía? –
La filosofía que me gusta es hacer preguntas, pelearme contra los que vienen a vender buzones, contra el optimismo barato, contra la respuesta rápida, contra quienes utilizan esta angustia existencial que a todos nos atraviesa para ejercer un poder, y esto molesta. Creo que la filosofía nace desde ese lugar. Sócrates se pelea contra el poder ateniense, contra los que dicen ser sabios. Es el tipo de filosofía que me gusta hacer en Mentira la verdad, a partir de las figuras idealizadas de los valores que existen en la vida real, y tratar de mostrar sus rizomas, sus relaciones ocultas. Por eso nuestro programa se llama Filosofía a martillazos.
–Martillazos, demolición, parece que va a romper todo. –
Yo lo veo más poético. Con una filosofía a martillazos se puede lograr que algo muy macizo se resquebraje y abra una fisura, pero no que demuela, tampoco es el propósito. En el libro decimos “aceptar o entender que todo puede ser de otra manera” es pelearte con quienes hablan de verdad única y definitiva, es más deconstrucción, lo contrario al conservadurismo, que dice que es así porque responde a un orden natural. Acá partimos de la base de que no hay un orden natural. Hay toda una tradición de pensadores que desnaturalizaron desde corrientes muy distintas: Freud, Marx, Nietzsche, Heidegger, pensadores muy diferentes que sin embargo confluyen en esto. Hoy el pensamiento deconstruccionista va por esa línea, entonces genera una conciencia de un existir, de un devenir permanente. Si uno se hace cargo de ese devenir infinito, la angustia no se resuelve sino que se sublima en otra cosa, en arte, en vínculos, en ideas.
–Esta necesidad de respuesta utilitaria ¿será propia del ser humano o de la cultura occidental capitalista? –
Creo que es muy propio de nuestra cultura occidental, que tiene un funcionamiento bastante particular. Nuestra historia nace en Atenas con una democracia directa que le da como ninguna lugar al otro, pero ni las mujeres, ni los extranjeros ni los ciudadanos comunes tenían derechos. En el capitalismo global, se habla de multiculturalismo y se busca exaltar las diversidades en una lógica que tiene sentido con una tarjeta de crédito. Hay una frase del subcomandante Marcos que cito mucho: “En el capitalismo global, sos cliente o delincuente”. El que no tiene documentos es un ilegal, no tiene derechos. Qué dureza considerarlo como a alguien que está fuera de la ley. Esa es la lógica de Occidente: construye la otredad por lo que él proyecta como otredad.
–Hablando de la otredad, ¿qué piensa sobre la Ley de Medios? –
Hay un combo de leyes que tienen como eje la otredad, son las que más me identifican con el proyecto kirchnerista: identidad de género, matrimonio igualitario, medios, son todas leyes que están pensadas como una manera de articular al Estado para que pueda crear esas fisuras en esa concepción conservadora de lo natural y empezar a abrir espacios para las voces de esas otredades, que en la historia argentina eran voces desposeídas, porque se suponía que merecían el lugar en el que estaban. En la misma lógica, esas voces que no alcanzan el rating anhelado parecen no merecer ser escuchadas. Si para merecer ser escuchado hay que tener buen rating, algo pasa en la lectura que hay de la democracia. La democracia no se mide con el control remoto. El control remoto está directamente ligado a un poder económico: el capitalismo mediático. En cambio, la democracia volcada a los medios tiene, en principio, que compensar esa desigualdad.
Por Virginia Poblet