Comandado por Belgrano, que desobedeció al gobierno central para imposibilitar el avance de las tropas realistas, fue la primera manifestación de guerra popular que en estas tierras tuvo la lucha por la liberación del yugo español.
viernes 21 de agosto de 2015 | 11:49 AM |Por Hernán Brienza*.
Domingo 23 de agosto de 1812. A las cinco y media de la tarde, Manuel Belgrano, envuelto en su poncho de vicuña, da la orden de que el pueblo comience el vaciamiento de la ciudad de Jujuy e inicie la retirada hacia Córdoba. La orden del Triunvirato era concreta: retroceder con el Ejército patriota hasta Córdoba y no presentar batalla a los realistas en ningún punto de la huida. Y allí estaba él, un general improvisado preguntándose cómo hubiera hecho para dejar a esos pueblos a merced de los enemigos, a su sed de venganza, de saqueo, de muerte, de sexo, como habían hecho en las provincias altoperuanas.
Estaba allí preguntándose cómo hubiera hecho para abandonar a esos hombres, mujeres y niños humildes que en carretas, a pie, a caballos, sobre mulas, emprendían con silencioso heroísmo el abandono de lo poco que tenían: los ranchos y la tierra que había visto nacer, crecer y morir a sus antepasados desde los tiempos de los tiempos. Recorría las calles de San Salvador, apenas un caserío de miles de personas, enmarcadas entre los ríos Grande y Chico y rodeadas por los cerros, y miraba esos rostros humildes que con estoicismo vaciaban sus casas, quemaban sus campos, arreaban su ganado rumbo a un destino desconocido y sin fecha de regreso posible. Por la ancestral Quebrada de Humahuaca descendían los realistas con ganas de escarmentar a los insurgentes que habían osado desafiar al rey; formaban un ejército profesional, entrenado en el hábito de la estrategia y la crueldad. En cambio, Belgrano tenía bajo sus órdenes a un pueblo indefenso y una tropa que todavía no había decidido convertirse en una milicia.
Mientras caía la noche, Belgrano realizaba sus últimos preparativos. Sabía que los realistas jujeños –como las familias Marquiegui y Olañeta, entre otras– se habían retirado a sus fincas a esperar que llegara su ejército, que los comerciantes y hombres ricos de la ciudad se habían ido antes para salvaguardar su integridad y sus bienes más preciados, sabía que allí quedaba el pueblo humilde quemando todo lo que encontraba a su paso. Sabía, también, que muchos monárquicos se habían negado a abandonar sus casas y esperaban ansiosos a las huestes de Goyeneche. Quizá por eso, cuando llegaron los godos pudieron formar un Cabildo adicto con los nombres y apellidos de Martín
Otero, Alejandro Torres, Miguel de la Bárcena, Antonio Rodrigo, Joaquín de Echeverría, Andrés Ramos, José Diego Ramos, Rafael Eguren, Ignacio Noble Carrillo,
Saturnino de Eguía, Ventura Marquiegui, Tomás Gámez y Mariano de Gordaliza, entre otros.
Con la oscuridad, algunas fogatas –la leyenda asegura que ardió todo Jujuy pero es sólo una simbología construida culturalmente con posterioridad– ofrecían a los ojos del general cierta tristeza por lo que significaba el sacrificio realizado por el pueblo jujeño. San Salvador semejaba un pequeño holocausto criollo en función de la libertad.
Terminado el día, pocos minutos después de la medianoche, Belgrano montó en su caballo. Tuvo la heroica delicadeza de ser el último en abandonar Jujuy. Él, que no era el más brillante estratega ni el más inteligente político; él, que no tenía los conocimientos suficientes para ser general ni la astucia del zorro para gobernar y mandar a los hombres, que era ingenuo, a veces, y otras un tanto inocente, el jefe del que muchos se burlaban, el abogado que a fuerza de coraje cívico se había convertido en militar y aceptaba con humilde convicción el mandato de luchar por la patria; él, Manuel Belgrano, sabía que a un pueblo no se lo abandona y que si una misión tiene el Ejército no es dejar a su gente a la buena de Dios sino acompañarla, protegerla, defenderla. Por eso, Manuel iba allí detrás, último, cubriendo la retirada de los jujeños, como un valeroso guardián del pueblo. La Argentina habría sido otra, sin duda, si a lo largo de la historia, las fuerzas armadas hubieran tenido más Belgranos y menos Mitres.
ESPÍRITU JACOBINO
Todo había comenzado en julio cuando, tras la represión de Cochabamba, Goyeneche había decidido enviar a Tristán al mando de tres mil hombres para destrozar definitivamente al ejército patriota. Alertado Belgrano de esos movimientos, decidió poner en marcha el operativo de retirada ordenado por el Triunvirato en febrero. Y como las circunstancias apremiaban, el 29 de julio se sentó en su tienda de campaña en el Cuartel General de Jujuy y escribió uno de los bandos públicos más bellos y férreos de la historia de la independencia americana:
“Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha, y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud.
”Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres, trayéndoos las armas de chispas, blancas y municiones que tengáis o podáis adquirir y dando parte a la justicia de los que las tuvieren y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que os amenaza de perder no sólo vuestros derechos sino las propiedades que tenéis.
“Hacendados: apresuraos a sacar vuestros ganados vacunos, caballares, mulares y lanares que hallen vuestras estancias y al mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome providencias que os sean dolorosas declarándoos además si no lo hicieses por traidores a la patria.
“Labradores: asegurad vuestras cosechas extrayéndolas para dicho punto, en la inteligencia de que no haciéndolo incurriréis en igual desgracia que aquellos.
“Comerciantes: no perdáis un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos e igualmente cuanto hubiere en vuestro poder de ajena pertenencia, pues no ejecutándolo sufriréis las penas de aquellos y además serán quemados los efectos que se hallaren sea en poder de quien fueren y a quien pertenezcan.
“Entended todos que al que se encontrare fuera de las guardias avanzadas del ejército en todos los puntos en las que las hay o que intenten pasar sin mi pasaporte será pasado por las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso. Que igual pena sufrirá aquel que por sus conversaciones o por sus hechos atentasen contra la sagrada libertad de la patria, sea de la clase, estado o condición que fuese. Que los que inspirasen desaliento estén revestidos del carácter que tuviesen serán igualmente pasados por las armas con sólo la deposición de dos testigos.
“Que serán tenidos por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieren prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuese.
“No espero que haya uno solo que me dé lugar para poner en ejecución las referidas penas, con los verdaderos hijos de la patria, me prometo que se empeñarán a ayudarme como amantes de tan digna madre, y los desnaturalizados obedecerán ciegamente y ocultaran sus inicuas intenciones. Mas si así no lo fuese, sabed que se acabaron las consideraciones de cualquier especie que sea y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto”.
El bando causó estupor entre aquellos que no participaban de la enorme aventura de la libertad. El propio Goyeneche lo calificó de “bando impío” y los realistas de las ciudades de Jujuy, Salta y Tucumán sintieron correr por sus espaldas el frío sudor del miedo. Belgrano había abandonado su tradicional moderación para mostrar su espíritu jacobino. La situación lo ameritaba: la táctica militar conocida como “tierra quemada” o
“tierra arrasada” depende justamente, para ser efectiva, de que el éxodo sea masivo y que a espaldas de quienes se retiren de sus lugares sólo quede un desierto que en nada pueda ser de utilidad al enemigo. El nombre de “Éxodo Jujeño” no es el que los protagonistas le dieron al movimiento cívico militar sino que fue bautizado así un siglo después cuando el escritor Ricardo Rojas, el autor de El santo de la espada, La restauración nacionalista y El blasón de plata, se dedicó a organizar el Archivo Capitular de Jujuy durante el Centenario de Mayo, en 1910. El nombre que tanto Belgrano como el Triunvirato le pusieron fue el de “La Retirada”. La acción de la retirada es el último recurso de un pueblo en situación de debilidad porque no requiere de grandes adelantos técnicos ni recursos económicos: al retirarse, los combatientes tienen como objetivo retrasar o detener el avance enemigo al dejarlo sin alimento, sin agua, sin recursos que le permitan moverse con facilidad. Se trata de una acción de último recurso, pero ha sido muy eficaz a lo largo de la historia y permitió a aquellos grupos reducidos vencer a ejércitos más nutridos y mejor preparados.
CAMINO AL ANDAR
Después de los primeros días de motivación y entusiasmo por el torrente de actividades que debían realizarse, la marcha comienza a ser anodina e insoportable. Niños, mujeres, ancianos, campesinos, soportan marchas de cincuenta kilómetros diarios para escapar del temible ejército realista. Las deserciones comienzan a ser una salida tentadora para muchos soldados sin convicciones. Y allí está Belgrano mandando a fusilar de inmediato a un par de desertores para ejemplificar a la tropa y a los parroquianos. Pero, al mismo tiempo, comprendía lo difícil de la situación y tomaba conciencia de que la retirada era insostenible y que si seguía huyendo la Revolución iba a caer por peso propio. José María Paz, en sus estupendas Memorias, ofrece el mejor homenaje que un oficial puede realizar sobre su jefe: “El mérito del general Belgrano, durante toda la Retirada, es eminente. Por más críticas que fuesen nuestras circunstancias, jamás se dejó sobrecoger de ese terror que suele dominar las almas vulgares, y por grande que fuese su responsabilidad la arrostró con una constancia heroica. En las situaciones más peligrosas se manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los débiles e imponiendo a los que suponía pusilánimes, aunque usando a veces una causticidad ofensiva. Jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada aversión a los que opinaban tristemente. Dije antes que estaba dotado de un gran valor moral porque efectivamente no poseía el valor brioso de un granadero, que lo hace muchas veces a un jefe ponerse al frente de una columna y precipitarse sobre el enemigo. En lo crítico del combate su actitud era concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus facultades; escuchaba lo que le decían, y seguía con facilidad las insinuaciones racionales que se le hacían; pero cuando hablaba era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo o, si él era el que avanzaba, de hacer algo y rechazarlo. Su valor era más bien (permítaseme la expresión) cívico que guerrero. Era como el de aquellos senadores romanos que perecían impávidos sentados en sus sillas curules. En los contrastes que sufrieron nuestras armas bajo las órdenes del general Belgrano, fue siempre de los últimos que se retiró del campo de batalla, dando ejemplo y haciendo menos graves nuestras pérdidas. En las retiradas que fueron la consecuencia de esos contrastes, desplegó siempre una energía y un espíritu de orden admirable; de modo que, a pesar de nuestros reveses, no se relajó la disciplina ni se cometieron desórdenes.
No fue así en otras retiradas, como la del Desaguadero y Sipe-Sipe, en donde hubo escándalos de todo tamaño, porque desbandada la tropa sólo se vino a rehacerse después de ochenta y aún más de cien leguas… ¡Honor al general Belgrano! Él supo conservar el orden tanto en las victorias como en los reveses… Después de lo que acabo de exponer será fácil explicarse cómo el ejército, después de una retirada de ciento treinta leguas, nada había sufrido en su moral; por el contrario, recibió con gusto el anuncio de que hacíamos alto en Tucumán, y que esperábamos al enemigo”.
El 3 de septiembre, el Ejército que se retiraba debió hacer frente a sus seguidores en el río Las Piedras. Después de dos enfrentamientos, los republicanos vencieron a los realistas y la moral de la tropa se fortaleció. El combate de Las Piedras no fue muy significativo desde el punto de vista militar, pero sí desde el punto anímico. Y produjo dos consecuencias importantes: demostró a los patriotas que podían ganarles a los realistas y logró que el enemigo aminorara su marcha. Pero tuvo un efecto fundamental en el ánimo de Belgrano. Por primera vez, el general tomó conciencia de que era posible hacerle frente al enemigo, y que era necesario contrariar las órdenes del Triunvirato.
Al llegar a la ciudad de Tucumán, el gobernador Aráoz y su hermano sacerdote se presentaron ante Balcarce para rogarle que no dejara más espacio al enemigo, que hiciera pie en la ciudad y desde allí repeliera a los realistas. El oficial le dijo que eso era imposible porque así estaba mandado desde Buenos Aires, pero que haría lo imposible para entrevistarlo con Belgrano.
BISAGRA EN LA HISTORIA
La reunión se realiza el 12 de septiembre. Junto con el caudillo Aráoz viajan los vecinos más “importantes” de Tucumán. A Belgrano lo rodean Moldes, Balcarce, Díaz Vélez, y el intrépido Dorrego y los vecinos de Salta y Jujuy, entre los que se destacaban los apellidos Gorriti, Gurruchaga, Bustamante, Boedo, Figueroa. Formaban un nutrido grupo de ochenta personas en estado asambleario discutiendo el futuro de la patria. El general se salía de sí. Se frotaba las manos. Se encontraba en una disyuntiva complicada. O hacía caso al gobierno y seguía hasta Córdoba o respondía a su propia conciencia y a las exigencias de los pueblos norteños y se plantaba frente al invasor.
Si elegía lo primero, se enemistaba con el pueblo; si optaba por lo segundo y le salía mal, lo pagaría con su vida. Belgrano entró en la ciudad de los naranjos en flor y los mirtos el 21 de septiembre y fue recibido como un héroe. Mareados por la derrota de Las Piedras, los realistas perdieron un tiempo precioso en decidir atacar la ciudad. Durante ese lapso, el general patriota aprovechó para fortificar la ciudad esperando a los realistas. Y una de las principales modificaciones, que tendría consecuencias definitivas en la forma de guerrear en el Norte, fue que a falta de cantidad de fusiles, creó la lanza de mano para la caballería de gauchos. Se trataba de atar con cuero los cuchillos a las picas que usaban habitualmente y, de esa manera, podían herir de lejos con menor riesgo para los jinetes.
El 24 de septiembre por la mañana ambos ejércitos se encuentran frente a frente por primera vez desde Huaqui en el Campo de las Carretas, en las afueras de la ciudad de Tucumán. Belgrano contaba con 1.800 hombres y cuatro piezas de artillería. Tristán, con una fuerza superior de 3.200 soldados y trece piezas de artillería. Faltaban apenas unos minutos para que comenzara la batalla más importante de todas las que se libraron en el actual territorio argentino. Y fue ese combate el que determinó la suerte y el destino de una nación que comenzaba definitivamente a despertarse. A partir de allí, los pueblos norteños volvieron a reconquistar posiciones hasta recuperar, en marzo de 1813, otra vez su ciudad. Fueron siete meses de dolor y sacrificio.
El Éxodo Jujeño fue la primera manifestación de guerra popular que tuvo la independencia por estas tierras. Miles y miles de personas protagonizaron el sacrificio más brutal que un pueblo puede realizar: abandonar todo –casa, hacienda, ciudad– en busca de la libertad ofrecida por un líder como Belgrano.
Quizá por eso el escritor Ricardo Rojas dijo mientras escribía el prólogo para el Archivo Capitular de esa provincia: “Dramático fue el destino impuesto a Jujuy por su posición geográfica. Por allí necesariamente pasaron los heraldos de la libertad y del heroísmo, pero también los de la miseria y de la muerte. En ese sacrificio consiste la gloria de Jujuy”.
*Autor de Éxodo Jujeño. La gesta de Manuel Belgrano y un pueblo para construir una nación. Editorial Aguilar (2012)