La pregunta por la composición de la “alta sociedad” puede ser tramposa. Entre la organización del Estado Nación y el ascenso del peronismo, ¿la oligarquía fue una clase política, una elite económica, un grupo social? ¿Las tres cosas a la vez? La respuesta es todo menos sencilla.
martes 29 de noviembre de 2016 | 2:15 PM |Por Leandro Losada (Doctor en Historia e investigador del Conicet). La existencia de una oligarquía que controló los destinos de la Argentina a lo largo de su historia es uno de los argumentos más transitados para explicar los problemas y los reveses de nuestro país. El período que va de 1880 a 1945 es un contexto ideal para evaluar la consistencia de este lugar común de la memoria colectiva. El primer año se asocia con el inicio del “régimen oligárquico” y el segundo con la inauguración de la etapa que habría sepultado la “Argentina oligárquica”. Para empezar, una pregunta elemental: ¿qué quiere decir “oligarquía”? Es un concepto descriptivo y valorativo. Tal como se lo acuñó desde la Grecia antigua, la oligarquía es la degeneración de la aristocracia. Es decir, un gobierno de pocos (ya no de los mejores) que gobierna para el interés de esos pocos, en lugar de hacerlo para el bien común. Esta connotación se encuentra en los juicios sobre la oligarquía argentina. Su principal atributo habría sido ser “antinacional”. Ahora bien, sobre este denominador común se ensayaron semblanzas muy diferentes. Para algunos, la oligarquía fue una clase política, en una amplia gama de versiones, que va desde el “régimen fraudulento” denunciado por el radicalismo yrigoyenista a inicios del siglo XX hasta la “oligarquía liberal” denostada por el revisionismo histórico en los años 30. Para otros, fue un grupo propietario, la “oligarquía vacuna”, rentista, parasitaria; o, aun peor, feudal. Para algunos más, un elenco social vinculado a Buenos Aires, más interesado en mirar a Europa que al interior del país, soberbio y corrupto. Así, Julio Argentino Roca, el artífice de la oligarquía política fustigada por el radicalismo (o del liberalismo condenado en los 30), en todo caso el cómplice, merced a la Conquista del Desierto, de la verdadera oligarquía, los latifundistas, ha sido en ocasiones retratado como un exponente de las austeras y patrióticas elites provincianas que derrotaron a la petulante oligarquía porteña en 1880. Estos retratos no han sido necesariamente excluyentes entre sí. A menudo se los ha conjugado. Pero para el lector es difícil edificar a partir de ellos una visión de conjunto. Es decir, ¿quiénes integraron la “oligarquía”? ¿Fue una clase política, una elite económica, un grupo social? ¿Las tres cosas a la vez? ¿En qué consistió su acción “antinacional”? ¿En el liberalismo? ¿En arraigar un capitalismo dependiente? ¿En prolongar, contra las fuerzas de la historia, el feudalismo? ¿En irradiar, acaso, una corrupción que atravesó por igual conductas e instituciones? En suma, el interrogante inicial, ¿qué fue la “oligarquía”?, queda sin respuesta. Así es por un aspecto evidente: “oligarquía” se convirtió en un concepto polisémico (o ambiguo), que tiene tantas definiciones como autores, porque se usó como instrumento de denuncia antes que de análisis. Ensayemos, entonces, una exploración más detenida.
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