Por María Seoane – Directora de Contenidos Editoriales
jueves 14 de enero de 2016 | 3:18 PM |El día que un científico pueda contestar que el deseo, el espíritu, se aloja en una o varias, grandes o pequeñas porciones de nuestro cerebro, habrá comenzado a dilucidarse la existencia de Dios. ¿Qué es el cerebro sino la fábrica donde se procesa nuestra cultura y la respuesta central de la humanidad sobre la eternidad o la finitud? La neurociencia es la ciencia que más se parece a los principios de la filosofía. Porque más allá de los conocimientos específicos y parciales sobre enfermedades, tratamientos y mejoras en la vida, en verdad se busca en las conexiones en nuestro pequeño universo neuronal responder qué es el alma, cuánto tenemos de dioses y de humanos. Porque es la única ciencia que intenta definir un mapa de nuestra cabeza que determine el origen del ser y los vaivenes en la condición humana regida por distintos comportamientos, órdenes, deseos, malatías, creatividades, fantasías heroicas y temperamentos aleatorios que nos acercan o nos alejan de la vida y de la muerte. Y sobre todo, nos alejan de la angustia de la muerte. Los humanos somos los únicos seres conscientes de nuestra finitud, de que tenemos un reloj biológico que marca el final. Diego Golombek, en su libro Las neuronas de Dios, explica que la construcción de Dios en la cabeza de la gente tiene que ver con el miedo a la muerte y que la religión es como un ansiolítico espiritual y de cohesión social para neutralizar la agresión que provoca ese miedo. Golombek también dice que la religión es como un seguro espiritual contra el incendio evolutivo.
A nivel individual se constata esa genial apreciación. La guerra lanzada por algunas religiones parece desnaturalizarla. Ahora bien, ¿el conocimiento de cada una de las conexiones originarias y secundarias de nuestro cerebro son el verdadero genoma del predominio humano sobre el universo? La búsqueda de esta respuesta es indetenible, lo sabemos. Como lo es en todo caso la certeza de que la neurociencia es otra construcción extraordinaria de la humanidad para acercarse a batir, en las enfermedades del cuerpo y del alma, a su único enemigo: la muerte.