Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales
Se puede estar verde de odio. Se puede estar verde de deudas. Se puede estar verde de dólares, la moneda estadounidense con la que trata de preservar sus ahorros una parte de los argentinos creyendo en la salvación aunque la historia indica que su vida deviene, más temprano que tarde, en un infierno de deudores irredentos condenados a ser parias de su propio destino cuando un gobierno de derecha, neoliberal rampante, les promete el paraíso de levantar el cepo hasta empacharse de dólares (que finalmente no podrán comprar por la devaluación de la moneda nacional), una moneda que el país no emite, y que toma millones de dólares pero para financiar fugas, déficits y beneficios impositivos a las corporaciones económicas y financieras, es decir, a los más ricos de la pirámide. Se puede estar destinado, en ese círculo vicioso, a ser ocupados por la potencia emergente, los EE.UU., y dueña de esa moneda que deja su marca no sólo en el territorio sino en la más definitiva virtualidad del dinero: ser un país colonizado no por tropas sino por la divisa en manos de las élites que gobiernan con el visto bueno, por ejemplo, del comité de fondos de inversión buitre que conforman el staff de delegados del FMI en 2018. Porque el verde dólar es el color de la deuda externa nacional odiosa. Porque es en esta moneda que está signado el sufrimiento a largo plazo de los argentinos que deben pagar y pagar los verdes en ajustes perpetuos y pérdida de derechos: menos educación, menos salud, menos salarios, menos cultura, menos vacunas, menos casas, menos hospitales. El verde dólar es el color de la desgracia y de la deuda impagable excepto con lonjas del cuerpo, como en el caso del avaro de Shakespeare: miles de vidas empobrecidas y trozos de territorio nacional expropiados. Y es el gobierno de Mauricio Macri y su alianza Cambiemos el que tomó la deuda más rápida y monumental de la historia argentina cercana ya a casi el 85 por ciento del PBI en apenas tres años por el capital y los intereses astronómicos; la monstruosidad de más de 300 mil millones de dólares a fines de 2018, y que se extenderá –en un tramo– más de un siglo. No importa mencionar las cifras. Apenas podemos recordar que el mecanismo voraz de endeudamiento se parece al de Rivadavia en 1827 con la inglesa Baring Brothers, que pagó una parte el populista y dizque tirano Rosas y terminó de pagar el populista y dizque tirano Perón en 1947. A la distancia, se puede entender que José de San Martín, nuestro héroe y padre de la patria, fue el primer gobernante en el mundo que declaró que la deuda contraída con España era odiosa al declarar la independencia de Perú en 1821. Y se puede entender, entonces, cómo perseguido por la oligarquía de Buenos Aires, San Martín partió al exilio cuando Rivadavia tomó el poder e inició el endeudamiento de la Argentina con Inglaterra, el más largo de la historia contemporánea del mundo: 120 años.
En nuestro caso, no se puede decir que la señora Christine Lagarde del FMI desconoce el menú de ajuste de la deuda tomada por Macri. Se puede comparar esta deuda odiosa de Rivadavia con la de la dictadura del 76, que no pudo pagar Alfonsín; o con la de Menem y De la Rúa, que sí pudieron pagar los populistas Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Y se puede comparar la tomada por Macri con todas ellas pero especialmente con la de Rivadavia y la de Martínez de Hoz. El primero la tomó en libras esterlinas para financiar la construcción del puerto de Buenos Aires, pero en realidad se usó para financiar la importación de manufacturas inglesas, el déficit fiscal y la infame guerra de la Triple Alianza. La de la era Macri es para la fuga sistemática y engorde del sistema financiero, como en el caso de la dictadura del 76; para eliminar un déficit fiscal proveniente de la eliminación de impuestos a los grandes agroexportadores y las compañías transnacionales de minería y energía y de los más ricos; del desarme de la estructura productiva y la importación aviesa, y poco más. Así, el camino del paraíso neoliberal está tapizado del deseo satisfecho de los adictos a los “verdes”, deseo que muta rápidamente en una caída social sin fondo, excepto para los acreedores de esa fiesta. Así, la Argentina devino otra vez en la pobre Cándida Eréndira de Gabriel García Márquez, sodomizada por su abuela desalmada y obligada a prostituirse para pagar una deuda impagable hasta que encontró otro camino. Ella lo sabía. Los gobiernos populares también lo supieron.