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La Revista

ESA LUMINOSA REBELIÓN DE LA MEMORIA

Intelectual orgánico, periodista militante, desencriptador y gran lector de la realidad, el autor de Operación Masacre fue asesinado hace cuarenta años por ser quien era, por hacer lo que hacía. Consecuente con su idea, logró que sus denuncias trascendieran la muerte.

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CyC 2327 Marzo 2017 baja-13

Por Cecilia Fumagalli y Elena González. Madrid, 1982. Un café de la Gran Vía. Lluvia. Una cita para reconstruir la historia. La mujer busca información sobre su compañero, de quien sólo sabe que fue secuestrado hace cinco años. El hombre sobrevive al horror hace cuatro. Él, Martín Gras, le confirma lo que ella, Lilia Ferreyra, sabe por testimonios de otros sobrevivientes. Muchos se habían enterado estando en la Esma, habían escuchado, les habían contado. Pero ninguno había visto a Rodolfo Walsh en el mayor centro clandestino de la ciudad de Buenos Aires.

–Un día me dejaron en la oficina de Antonio Pernías, en el sótano de la Esma, para interrogarme. Él no estaba. Yo tenía puestos unos anteojos pero tenían vencido el elástico y podía ver un poco. Ese día se armó quilombo, todo indicaba que había habido un operativo. Entonces alguien ordena que a todos los detenidos los lleven a Capucha. En el sótano había un bañito y yo me metí y me quedé hasta no escuchar ningún ruido afuera. Salí levantándome el pantalón y poniendo cara de tipo que recién viene de cagar. De golpe empiezan los gritos: “¿¡Quién fue el pelotudo que dejó a este tipo acá!?”. Me agarran del pescuezo y me meten por la escalera. Ahí choco con un grupo que está bajando y golpeo físicamente con algo que me pega en las piernas. Espío por arriba de mis anteojitos y veo que es el cuerpo de Rodolfo en una especie de camilla con una sábana o un trapo blanco. El cuerpo de él tenía, claramente, una ráfaga de ametralladora a la altura del abdomen. Lo llevaron a la pequeña enfermería. No sé si estaba muerto y trataron de animarlo o si estaba vivo y murió.

La charla se prolonga, se sale de los cauces feroces de la descripción. Ella pregunta por los escritos de Walsh, sus recortes, los documentos. Evoca (como lo hará ante la Justicia el 21 de mayo de 1985) su llegada a la casa que compartía con él en San Vicente, el sábado 26 de marzo, cuando descubre que la vivienda había sido saqueada.

–Al llegar a la casa, yo bajé y entré transponiendo una tranquerita, me llamó la atención que estaba abierta. También comprobé que un Fiat 600, propiedad de mi padre, que normalmente estaba cubierto con un plástico, tampoco se lo veía. Aquí ya tuve la sensación de que algo había ocurrido y al acercarme a la casita comprobé que faltaban las ventanas, estaba todo abierto y en el interior no había nada. Me asusté, grité y volví corriendo al coche.

El saqueo había ocurrido en la madrugada. Lilia estima que la patota que participó del operativo estaba todavía en la zona cuando ellos llegaron. Por Gras se entera de que los escritos de Rodolfo habían ido a parar a la Esma.

–El material incautado lo depositaron todo, transitoriamente, en una piecita que Pernías tenía en una oficina muy pequeña dentro del sótano. Un día, a principios de abril de 1977 me bajan a interrogar y Pernías no estaba. El sótano estaba subdividido por unos paneles de telgopor que formaban una pequeña enfermería, tres salas de tortura, un laboratorio y una sala de inteligencia. Detrás de la oficina de Pernías, había una puertita de telgopor que daba un pequeño depósito. Descubrí ese espacio y me metí. Era lo más aislado que podía estar en la Esma. Ahí encuentro unas carpetas con una serie de notas con recortes de prensa pegados. Había muchas cosas de la Policía, temas que a Rodolfo lo apasionaban y de los que se ocupaba en el área de Inteligencia de Montoneros. Había varias carpetas, algunas tenían notas escritas a mano, dos informes que Rodolfo le hace a la conducción de Montoneros. En esos textos, él propone una política alternativa de llevar la conducción.

Ella suspira, siente que una fuerza poderosa la invade; los papeles no han sido destruidos. Se pregunta en voz alta qué habrá pasado con los otros escritos de Rodolfo. Como ese cuento, “Juan se iba por el río”. Y sin querer, comienza a evocar las primeras frases. Lo recuerda bien porque ella misma lo había mecanografiado: “Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido…”. “Su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa”, completa Gras. Entonces, la emoción y la magia.

–¿¡Cómo sabés!?

–Porque lo leí. Lo leí en la Esma. Había otros papeles más, entre ellos el cuento. “Juan se iba por el río”. Lo leí y me impresionó mucho.

“En ese cuento hay mucho de él –recuerda Gras 35 años después del encuentro con Lilia–. Rodolfo buscó poner en palabras la destrucción de la organización y una alternativa de repliegue. Creo que si no estabas al tanto de sus informes, el cuento era difícil de comprender.”

La historia se basa en la vida de un soldado de las guerras civiles argentinas que, cansado ante la imposibilidad de continuar la lucha, decide irse a la Banda Oriental. Una sudestada gigantesca había hecho retroceder al Río de la Plata y el soldado comienza a andar a caballo por el cauce vacío. En el camino se encuentra con barcos españoles hundidos, desanda por capas la historia argentina. En un momento, la sudestada vuelve y con ella, el cauce del río.

–El cuento termina sin que sepas si el soldado llega o no llega a la Banda Oriental –comenta Gras.

–Cuando lo transcribí le pregunté a Rodolfo qué pasa con ese soldado. Me contestó que lo importante no es si llegó o no, lo importante es que lo intentó.

Así se convirtieron, Lilia y Martín, Martín y Lilia, en lo que les gustaba llamar el club más exclusivo de lectores: los únicos dos, acaso, que habían tenido el privilegio de leer el cuento inédito de Walsh “Juan se iba por el río”, del que hasta ahora no se supo más. Al morir ella, en 2015, el club perdió la mitad de sus miembros.

 

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