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La Revista

ÉPOCA DE VACAS GORDAS

La última vez que la Argentina había recibido un préstamo del FMI fue en 2002 y, tres años después, Néstor Kirchner anunciaba que cancelaba la deuda con ese organismo.

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Nota Amato

Por Fernando Amato. El 15 de diciembre de 2005, el entonces presidente Néstor Kirchner anunciaba ante el país la cancelación total de la deuda con el FMI. Pero la historia había arrancado prácticamente desde el inicio del gobierno kirchnerista, dos años atrás.

Al asumir en mayo de 2003, Kirchner tenía que enfrentar uno de los más grandes desafíos de nuestra historia económica: la salida del default. Para ello necesitaba generar las condiciones políticas, económicas y sociales para lograrlo. Sus objetivos eran claros: acumular reservas del Banco Central (cuando asumió apenas contaba con 8.750 millones de dólares), sobre todo a través de retenciones a las exportaciones, generar un tipo de cambio competitivo y hacer crecer el PBI. El gobierno recién asumido tenía una deuda que su antecesor, Eduardo Duhalde, había contraído en 2002 y que tuvo que renegociar el 22 de septiembre de ese año, cuando se logró firmar una carta de intención de acuerdo entre el gobierno argentino y el FMI. Contenía la refinanciación a tres años de casi 12.500 millones de dólares en los que el gobierno se comprometía a sostener un superávit fiscal primario del tres por ciento del PBI y a renegociar en el futuro los superávit de 2005/2006. Para septiembre de 2003, desde Dubái, se anunciaba la intención de realizar un canje de deuda con los bonistas con una quita del 70% y un plazo de entre 30 y 40 años. El Fondo se oponía a este acuerdo. La situación se ponía cada vez más tensa. Tanto es así que el 18 de noviembre de 2004, Kirchner decía en Chaco: “El Fondo no puede hacerse el desentendido cuando con sus recomendaciones políticas la Argentina se llenó de pobres. (…) La responsabilidad de los organismos de crédito es muy grande en la crisis”.

EL FONDO, AL CARAJO

El entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna, recordaba así la situación: “La tercera revisión del acuerdo con el FMI se tenía que hacer en junio de 2004, pero ellos nos obligaban a ajustar el gasto para generar excedentes que permitieran mejorar la propuesta de quita en Dubái, y de ese modo contar con la aprobación de esa revisión y gatillar unos mil millones de dólares que había que pagar de inmediato”. El Fondo también exigía el aumento de tarifas para las privatizadas, el aumento de la rentabilidad de los bancos y la flexibilización laboral.

El 31 de agosto de 2004, el director del FMI, Rodrigo Rato, llegó a la Argentina para obligar al gobierno a firmar una prórroga del stand by por otro año más, pero imponiendo condiciones más rígidas que no eran aceptadas ni por Kirchner ni por Lavagna, que ya habían comenzado a madurar la idea de pagarle la deuda al FMI en efectivo.

El 17 de septiembre, Kirchner y Lavagna suspenden su relación con el FMI. Pero además deciden pedirle la renuncia al titular del Banco Central, Alfonso Prat-Gay, que era partidario de la renovación con el Fondo. El 3 de marzo de 2005 se completó el canje de bonos y, sumado a la victoria en las elecciones de octubre, el gobierno se envalentonó. En la asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA), en noviembre de 2005, Kirchner calificó como “perversa” la actitud del FMI para con la Argentina: “Lamentablemente, no contamos con la ayuda del FMI, que sí apoyó hasta semanas antes del colapso el sistema de la convertibilidad (…) En un gesto perverso, se le dieron fondos frescos a un gobierno que seguía gastando. Nosotros no hemos solicitado nuevos préstamos ni, obviamente, pensamos hacerlo”. El desprestigio del FMI era cada vez mayor y afectaba a su política en toda la región. Los mandatarios de la Argentina y Brasil coordinaron su salida del Fondo negociada con su par venezolano, Hugo Chávez. El 12 de diciembre de 2005, Lula anunciaba que cancelaba su deuda de 15 mil millones de dólares con el FMI. Con casi 30 mil millones de dólares de reservas en el BCRA, con el acuerdo con el 75 por ciento de los bonistas, con el poder político otorgado por el triunfo electoral y en concordancia con otros mandatarios de la región, Néstor Kirchner ya tenía el terreno preparado para su gran anuncio.

PATRIA SÍ, COLONIA NO

“Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, sabemos que esta es la oportunidad del cambio, de la transformación profunda. El cambio que puede consolidarse no depende de una persona ni de un grupo de elegidos o iluminados; es tarea colectiva, diversa, plural (…) Hemos tomado las decisiones institucionales que nos permitirán destinar nuestras reservas de libre disponibilidad al pago de la deuda total con el FMI. La Argentina abonará anticipadamente al FMI la suma total adeudada de 9.810 millones de dólares”, arrancó Kirchner, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno ante unas 700 personas que lo ovacionaron de pie.

En realidad no se trataba de un desendeudamiento (la deuda seguía siendo de unos 180 mil millones de dólares) sino de un cambio de acreedores. El Gobierno le pagaba su deuda al FMI con unos bonos del Tesoro que se tomaban de las reservas, que perdían un 30 por ciento de lo acumulado pero que, aun así, estaban por sobre la base monetaria necesaria y eran considerados fondos de “libre disponibilidad”. A cambio, el Banco Central recibía una “letra transferible”, a pagar dentro de diez años y con una tasa de interés en dólares de un dos por ciento, que era lo que el BCRA recibía por sus reservas en bancos internacionales. Era, claramente, una decisión de soberanía para poder llevar adelante un plan económico que se contraponía con los intereses del Fondo. Pero además, el gobierno ganaba 1.600 millones de dólares que estaban presupuestados para 2006 para el pago de deuda, más mil millones de dólares que se ahorraban del pago de intereses. La idea del gobierno fue la creación de un Fondo Anticíclico para utilizarse en tiempos de crisis, pero lo cierto es que la mayoría de esos fondos fue reasignada dentro del Presupuesto.

Por primera vez en dos años, el gobierno decidió enviar al Congreso un proyecto de ley para ratificar el decreto 1.599 que aprobaba el pago al FMI. El tratamiento fue exprés y ambas Cámaras lo trataron el 22 de diciembre. Cerca del mediodía sesionaron los senadores. Los kirchneristas y sus aliados lograron aprobarlo, a las 16 horas, por 43 votos a favor, 19 en contra (radicales) y tres abstenciones (duhaldistas). Ernesto Sanz y Rodolfo Terragno llevaron la voz opositora. “It’s too much”, les respondió Cristina Fernández recordándoles su pertenencia a la Alianza que provocó gran parte de la deuda externa.

A las dos de la mañana, la Cámara baja ratificó el decreto por 128 votos a favor, 67 negativos y 20 abstenciones. Hace unos días, en la presentación del jefe de Gabinete, Marcos Peña, ante la Cámara de Diputados, el titular de la bancada kirchnerista, Agustín Rossi, recordaba aquella posición: “Aguad, ministro de Defensa, votó en contra; Paula Bertol, embajadora ante la OEA, votó en contra; Esteban Bullrich, actual senador nacional, votó en contra; Eugenio Burzaco, mano derecha de Patricia Bullrich, votó en contra; Julio Martínez votó en contra; Adrián Pérez, en contra; Federico Pinedo, en contra… Y Mauricio Macri ¿cómo votó? A la 1, a las 2, a las 3… ¡estuvo ausente!”.

El 3 de enero de 2006, la Argentina dejó de tener deudas con el FMI concretando un pago anticipado de 9.810 millones de dólares, un pasivo contraído entre enero y septiembre de 2001, con vencimientos programados hasta 2009. Pasaron dieciséis años desde la última deuda contraída con el FMI y doce años en que no le permitimos tener injerencia en nuestra economía. Parece demasiado poco para volver a caer en viejos errores.

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