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La Revista

Entrevista a Enrique Pinti

El regreso de la democracia encontró en él un símbolo de la crítica sardónica de la realidad. El mítico monólogo Salsa criolla se convirtió en el espectáculo más visto del teatro argentino y Pinti nunca se detuvo.

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Por Virginia Poblet. Enrique Pinti es, hace rato, un clásico del humor nacional. Sus voraces monólogos han viviseccionado durante décadas las miserias de los políticos argentinos y, sobre todo, las de la sociedad que los engendra. Inspirado en otros clásicos, de Aristófanes a Molière, Pinti reivindica esa tarea para el artista satírico: la agudeza para señalar las mezquindades y las taras del cuerpo social, que al cabo son las que nutren el mal ejercicio del poder y lo justifican. Costumbrismo, en una palabra, como la herramienta más eficaz para hacer humor político. “Desde mis inicios en el año 57, en el teatro independiente, yo tenía una predisposición natural al humor, más que político, satírico, de costumbres, que de alguna manera también es político, porque las costumbres son producto de las líneas políticas que rigen una sociedad, entonces uno se ríe o critica o satiriza cosas que contienen realidad política aunque no sean temas políticos en sí. Eso empecé a hacerlo en el 73, cuando estaba de moda el café concert. Pertenezco a la misma generación de Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, Edda Díaz, cada uno con su impronta. La mía era reírme de personajes de la historia universal, satirizar escenas de la antigua Roma, de Grecia. Mi primer espectáculo fue Historias recogidas. Yo era un profesor que daba una conferencia sobre la tragedia, y que se daba cuenta de que la tragedia es inmovilizadora, que presenta al hombre como un esclavo de su destino. El oráculo le dijo a Edipo que se iba a coger a su vieja, y él dijo ‘no voy a ser tan pelotudo de cogerme a mi vieja’. Y se la cogió. Del otro lado estaba la comedia, el género que los griegos habían dejado para presentar los problemas del pueblo, el dueño de la taberna, la prostituta, el ladrón, toda esa gente que se reía de los dioses. La comedia era además una sátira violenta contra las tiranías, en Grecia, en Shakespeare y en Molière. Entonces este profesor entendía que cuando la gente leía o veía tragedias, quedaba conmovida, paralizada por el llanto, y en cambio cuando veía comedias, salía muerta de risa y al mismo tiempo con ganas de derribar tiranos. La comedia moviliza. Puede ser una comedia burguesa que hable de cuernos y adulterios, de puertas y de vodevil, pero por definición, la comedia es siempre política.”

En los estertores de la dictadura, 1982, Pinti cerraba Pan y circo, dirigido por Gasalla, con el monólogo de un ángel que resucitaba en el año 3000 y hablaba de una Argentina donde la gente podía votar. Ese fue su camino de ida hacia la crítica política. Y enseguida vino Vote Pinti. “Evidentemente, estuve deseando toda la vida, desde joven hasta el 83, que se instalara de una vez una democracia estable. No era ingenuo, y ahora menos que antes, ya veía que la democracia no era la solución de todos los problemas, pero sin eso no se podía empezar a hablar. La democracia es una puerta que se abre que te enfrenta con un montón de problemas, dilemas, qué elegimos o qué nos dejan elegir, pero esa era la puerta de entrada, poder hablar, expresarse sin miedo y sin censura, poder ver y hacer la película que a uno se le da la gana”. En aquella coyuntura histórica, Vote Pinti otorgaba a la democracia un valor fundacional. Más de treinta años después, en los que Salsa criolla se convirtió en el espectáculo más visto del teatro nacional, el título de su último show, Otra vez sopa, da cuenta de una profunda desilusión. Pinti está enojado: con el fracaso de la socialdemocracia alfonsinista, con el peronismo neoliberal menemista “que dejó el país hecho mierda”, con la Alianza que terminó “rajándose en helicóptero y dejando a la gente culo para arriba” y con el kirchnerismo, “mezcla extraña de parte neoliberal con social y popular, que implementó una serie de cosas importantes pero con un país hecho mierda, que sostenía el modelo económico con inflación”. “De las dos maneras, al laburante le depredan el dinero, a mí me importan tres carajos quién lo hace, pero lo hacen, y por eso otra vez sopa y los huevos me llegan al piso. Igual, el desencanto que tengo es creativo, porque, si no, no haría más nada directamente. El que grita y protesta es porque todavía tiene una esperanza.” Pinti se considera “un sobreviviente”. “No soy la Madre Teresa de Calcuta, que hablo por los desposeídos del mundo; me imagino qué hubiera sido de mí si yo no hubiera tenido la suerte enorme de vivir gracias a lo que el público dejó en la boletería. Por lo tanto, mi visión no parte de la amargura personal, sino de un escepticismo que me crece porque veo cómo está el resto, y me modifica, porque el resto vive conmigo. Yo no puedo encerrarme en un coche de vidrios polarizados y no ver la realidad. Mucha gente, equivocadamente, me dice: ¿usted de qué se queja si le va bien, si toma taxi, si no tiene que subir al bondi? Me imagino yo con mis 78 años, diabetes, las piernas que no me responden y un ojo medio jodido por la diabetes también, ¿qué sería de mí si tuviera que viajar en esos transportes de mierda de Macri, Cristina, Menem, Alfonsín y la concha de su madre? Hablamos de derechos humanos, de un montón de cosas, pero no tenemos transporte público como la gente. Me parece muy bien que juzguen a Astiz, Etchecolatz y les den mil años de perpetua, está muy bien, pero este es un país que no ha logrado que la gente viaje normalmente para ir a su laburo, si es que lo tienen, ¡y viajan como ganado hace 35 años!” Salsa criolla desentrañaba cómo las miserias del pasado preanunciaban las del presente. Entre los fundamentos del humor de Pinti está la memoria. “Es terrible lo que está pasando, porque se está queriendo olvidar lo que no se puede olvidar. Se dice ‘terminemos con ese asunto de la dictadura’, que los países adelantados han olvidado, ¡y es mentira! La gente que tiene la oportunidad de viajar, ¿no lo ve, va directamente al shopping? Cualquiera que haya visitado Berlín ve que no se olvidaron del nazismo, tampoco del Muro. Los campos de Auschwitz permanecen como museos del terror. Eso de ‘terminémosla con la ESMA’ es algo que no puedo creer. Pretenden que los que hablan de NN son nostálgicos, es un poco como lo pintó María Elena, el país de no me acuerdo.”

–¿Por qué no hay más humor político en la tele?

–Porque hay mil programas políticos y la gente está cansada. El humor político en realidad está por ahí en Bendita, en los programas de chimentos que se ponen a hablar de la actualidad; en Intrusos se habla del submarino, de Boudou, de De Vido, y se supone que son programas que se dedican al espectáculo, entonces se banaliza, se hace algún chiste, pero programas de humor políticos no hay más.

–Hay humor en los programas periodísticos, pero sesgado, con trazos gruesos, en el programa de Lanata, donde siempre se denigra al gobierno anterior, o en el de Navarro –que ahora se emite por internet–, donde el personaje del Cadete criticaba a este gobierno.

–Sí, son muy sectarios, de una sola nota, muy monocordes. No es el verdadero humor.

–¿Qué pasó con el humor político, el de Tato, el suyo?

–Pasó de moda. Ahora se usa denostar o chupar las medias. Tato era liberal, de centroderecha, no era un revolucionario de izquierda, sin embargo escuchás un monólogo de Tato sobre la reforma laboral de Menem y es exactamente lo que pensamos sobre la reforma laboral de Macri: se refería a los jubilados, a los trabajadores que la reforma los jodía, los reventaba, y eran los 90. Ahora no existe más eso, es chupada de medias directamente: “Todo está bien, todo es divino, aguante el G-20, estamos en el mundo” o “nos están robando, se están llevando todo, al submarino lo mató un misil norteamericano”.

–La grieta, sea lo que sea que eso signifique, ¿empioja la posibilidad de hacer humor político?

–Totalmente. Yo, la verdad, a mi edad no tengo ninguna gana de estar en el centro de ninguna polémica y que me utilicen a mí para sus quilombos partidarios. De la política estoy un poco decepcionado, aunque sé que es la única salida. Si yo tuviera 40 años, correría el riesgo, pero a esta edad, después de ver todas las barbaridades que se han hecho… Uno tiene derecho a cambiar, el que no evoluciona es un tarado, pero yo estuve con Elisa Carrió, los dos juntos gritando contra la privatización de Aerolíneas en Aeroparque, y ahora no sé en qué se ha convertido. Yo iba al programa de Lanata cuando era un tipo absolutamente progresista, inteligente, y ahora es otra cosa. Por eso tomé la decisión de no ir a un programa político, ¡ni en pedo! Si va un político a un programa, yo no voy.

–¿Quién es Pinti para los argentinos?

–La gente que me saluda por la calle, los taxistas, los mozos, los que recolectan la basura, y también las señoras que me encuentro en el Patio Bullrich cuando voy al cine, todos me dicen lo mismo: “Usted nos hace reír, usted nos hace pensar”. No sé si es un elogio real, pero iguala a gente de distinta clase social, yo creo que me ven de esa manera.

–¿Cómo se vuelve al humor político?

–A mí me gustan los que hacen humor satírico, que como dije antes también es político. Tato fue un hito por la cosa televisiva y masiva. Capusotto o Gasalla, en sus personajes, hacen una crítica muy grande a la sociedad, ellos también de alguna manera hacen un humor que, sin ser partidista, es político también. Niní Marshall era una crítica de costumbres espectacular. Hoy necesitaríamos volver al “humor de tipos”, porque si vos hacés un personaje de alguien que se opera todos los días, se pone culo, nariz, estás haciendo crítica social, o cuando hacés el nazi de Capusotto, Micky Vainilla, estás haciendo un análisis político y una crítica social total y absoluta.

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