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La Revista

ENTREVISTA A EMMANUEL ÁLVAREZ AGIS

Fue viceministro de la cartera económica en la última etapa de Cristina Fernández y tiene una visión muy crítica de las políticas de Cambiemos. Asegura que la flotación libre del dólar y el flujo de capitales especulativos generaron una recesión sólo superada por la de 2001.

 

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Alvarez Agis

Por Ana Vainman. El ex viceministro de Economía de la Nación durante los últimos años del gobierno de Cristina Fernández, Emmanuel Álvarez Agis, cuestionó la política de libre flotación del dólar, defendió la implementación de algún tipo de control de cambios y reconoció que desde la vuelta de la democracia hasta hoy ningún gobierno encontró una fórmula exitosa para manejar el tipo de cambio. Álvarez Agis, quien además es coordinador de la Licenciatura en Economía de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, sostuvo que una política “tan aperturista” como la de Cambiemos –tanto desde el punto de vista de la balanza comercial como con la cuestión financiera– convirtió a la Argentina en una economía que está en el “top tres de vulnerabilidad externa en el mundo”.

–¿Por qué cree que a los argentinos nos afecta tanto la volatilidad cambiaria?

–Es por una historia de fracasos económicos. Porque cada diez años o incluso cada un poco menos la Argentina entra en una crisis externa que termina generando una gran devaluación y todo el que apuesta al peso termina perdiendo. No tiene que ver con la cultura sino con la economía. La Argentina tiene un problema de restricción externa que arrastra desde mediados de los 40 en adelante y que se manifiesta en que cada tantos años –a veces diez, a veces siete– el dólar tiene estas variaciones que hacen que cualquiera que esté con pesos pierda parte de su patrimonio. Es una obsesión absolutamente racional.

–¿Por qué pensamos en dólares y, a pesar de los intentos que se hicieron en distintos momentos, nunca pudimos pensar en pesos, por ejemplo para las propiedades?

–Hay dos cuestiones: la más estructural, que te decía recién. La segunda, mucho más palpable. Y es que la Argentina, además, tiene la característica de que exporta lo mismo que come: entonces en nuestro país el valor del dólar determina el precio de los alimentos. Cuando el dólar sube, suben la carne, el pan, el arroz, los fideos, la leche. Entonces vemos que es un proceso que se autorrefuerza. No sólo tiene que ver con una propiedad sino con un tipo que trabaja en una pyme, que por más que no tenga ahorros, todo lo que tiene dentro de la heladera va a subir de precio.

–¿Cuáles son los abordajes posibles para la política cambiaria de un país?

–Lo fundamental es que la política cambiaria la conduzca el Banco Central y que no la maneje el mercado. Cuando el mercado genera las correcciones cambiarias, que se producen por las inconsistencias de la economía argentina, esas correcciones siempre son disruptivas, siempre son traumáticas. Si tuviéramos que tener una política económica que fuera transversal a todos los partidos políticos, sería no atrasar el dólar. Eso no significa devaluar con la ilusión de que eso nos haga generar un salto exportador, porque esa es una dinámica que la economía productiva argentina no puede lograr. Pero sí no atrasarlo, porque cada vez que lo atrasamos terminamos sufriendo esos procesos de corrección que hace el mercado, y la verdad es que para prevenir esas correcciones lo mejor es que el Banco Central esté encargado de no retrasar el dólar. Eso no significa generar devaluaciones abruptas, sino moverlo en línea con la inflación, teniendo en cuenta también lo que hacen nuestros principales socios comerciales, para que no vivamos procesos como los que vivimos estos últimos seis meses.

–¿Qué puede decir de las distintas políticas cambiarias que adoptaron los gobiernos desde 1983?

–Hubo de todo, y evidentemente, si estamos en esta situación, es que no le hemos encontrado el agujero al mate. Sin duda, la peor ha sido la convertibilidad, porque fue un atraso sistemático, por ley, con muchos costos de salida, que generó un proceso de desindustrialización, suba del desempleo, endeudamiento, alta vulnerabilidad coyuntural y estructural. La segunda peor, sin duda, es la de Cambiemos, porque pensar que la Argentina puede tener un dólar que flote libremente es poner el pie en un grupo de países muy extraños y muy minoritarios, que son menos del 20 por ciento, que eligen un sistema de flotación libre. La inmensa mayoría de los países lo que hace es administrar su tipo de cambio con diferentes metodologías, pero ninguno deja un elemento tan importante como su moneda librado al mercado. Entonces tenemos un Gobierno que no sólo dejó que el dólar flote libremente, sino que además lo mantuvo bajo artificialmente con un endeudamiento de 110 mil millones de dólares en dos años. La verdad es que ha sido una política totalmente errática y también irresponsable porque nos generó un proceso devaluatorio que es el más largo de la historia. La Argentina ya lleva seis meses de corrida contra el peso. Además, en ese proceso, un poco la creencia de los funcionarios ante la libre flotación es que es el mejor sistema cambiario que podemos tener. Hay mucha impericia para parar una corrida.

–¿Qué incidencia tuvieron y tendrán esas políticas en las decisiones soberanas de la Argentina?

–Esta última política de Cambiemos va a ser un caso de estudio porque se impone una política más de corte ortodoxo, donde se usa la tasa de interés para cortar de cuajo la inflación, pero al mismo tiempo se hace un ajuste fiscal. El ejemplo más claro de ese esquema económico en la región es Chile. Pero cuando Chile hizo eso perjuró poner control de capitales como para que la tasa de interés tan alta no generara que ingresaran dólares especulativos, de corto plazo, que después ante el primer cimbronazo se fueran y generaran una devaluación e interrumpieran el proceso de desinflación. Incluso como programa de corte ortodoxo, estuvo profundamente mal implementado porque si nosotros tuvimos un período de supertasas, como fue 2016 y 2017, deberíamos haberlas combinado con un control precautorio de ingreso de capitales de corto plazo porque de este modo lo que estábamos haciendo en vez de desinflar la economía era inflar la ganancia de los capitales de corto plazo, que, ante el primer cimbronazo, efectivamente se fueron y lo que hicieron fue impedir cualquier tipo de proceso de desinflación de la economía. En ese sentido, tomar una política tan aperturista como la de Cambiemos, tanto en la cuestión comercial, con las importaciones, como con la cuestión financiera, con la desregulación de la cuenta capital, hizo que tengamos una de las tres economías de mayor vulnerabilidad externa del mundo.

–¿Qué impacto tiene esta devaluación del peso de 2018 en la economía argentina?

–Nos lleva prácticamente a la peor recesión desde 2001. Cambiemos entró en 2018 diciendo que por primera vez se iba a superar la maldición de los años pares. Esta cuestión de que la economía se expande en los años impares, producto de un gasto público más fortalecido con objetivos obviamente electorales, y se contrae en los pares producto de ajustes fiscales. Y lo que terminó generando es que por primera vez desde 2001 la economía se contraiga dos años consecutivos. No va a ser una caída y una pronta y fuerte recuperación, como supone el Presupuesto oficial que explica que en 2019 tendríamos una caída de 0,9 por ciento, sino que yo creo que va a ser una ele, un caída y posterior estancamiento con una recesión más cercana al tres por ciento este año y por lo menos 1,5 por ciento el año que viene. Básicamente porque el ajuste fiscal que hay que hacer el año que viene es prácticamente el doble del ajuste fiscal que estamos haciendo este año. Me parece que las consecuencias en términos de actividad son muy claras: la tasa de desempleo va a superar holgadamente los dos dígitos y el salario va a perder diez puntos contra la inflación, por lo cual, si la economía no entra en una recesión más grave, incluso con una perspectiva relativamente buena, nos vamos a quedar con un producto per cápita seis puntos más bajo que el que heredó Cambiemos. Y con una inflación acumulada que va a estar cercana al 200 por ciento.

–¿Se puede calcular cuánto impacto real tiene el precio del dólar en determinados productos centrales para la economía argentina, como los combustibles, los servicios públicos y los alimentos?

–Hay productos en los que el impacto es económico y tiene que ver con la estructura productiva. Los alimentos son el caso prototípico porque, como los exportamos, el exportador siempre tiene la posibilidad de conseguir un precio pleno en el exterior, entonces lo que hace es trasladar la devaluación al mercado interno. Después hay precios que Cambiemos ha decidido dolarizar, erróneamente para mí, como los combustibles, fundamentalmente los hidrocarburos, lo cual le mete a la economía un pass-through estructuralmente más alto.

–¿Qué postulados de la teoría económica tradicional deberían deconstruirse en torno al dólar?

–Para mí lo central es entender que la devaluación en la Argentina no aumenta las exportaciones, sino que lo que hace es achicar las importaciones y generar que la economía se retraiga. Parece haber una suerte de consenso en que la devaluación es buena en el largo plazo pero mala en el corto, y la verdad es que la devaluación es mala en el corto y mala en el largo. El segundo consenso es que el dólar tiene que ser un precio absolutamente libre, pero me parece que el dólar tiene que tener un precio que esté administrado. La Argentina tiene que cuidar su mercado cambiario, tiene que tener una política cambiaria previsible que tenga como objetivo no atrasar el dólar pero tampoco adelantarlo cien por ciento en seis meses, como acabamos de ver. El otro punto es entender que tratar de frenar una devaluación con una tasa de interés es lo mismo que tratar de frenar un tren con un escarbadientes. La economía argentina no funciona de esa manera y si seguimos con estos experimentos monetaristas lo único que vamos a hacer es seguir en los próximos meses con esta incertidumbre cambiaria que paraliza toda la economía.

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