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La Revista

EN NOMBRE PROPIO

Los testimonios de Rodolfo Walsh y Analía Argento

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Walsh

RODOLFO WALSH

Periodista y escritor

La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.

El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades. El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron. Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese “ser nacional” que ustedes invocan tan a menudo.

Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.

Carta abierta a la Junta Militar

Buenos Aires, 24 de marzo de 1977

 

 

ArgentoANALÍA ARGENTO

Periodista

Descargó su furia sobre el timbal primero y sobre el pandeiro después. De a poco sintió cómo se relajaba su cuerpo y se dejó atrapar por los ritmos del carnaval. Por sus venas corría sangre uruguaya, no le cabían dudas. Lo que no sabía era si por sus venas corría también la sangre de Sara Méndez. Se negaba rotundamente a pensar que esa mujer fuera su madre. Ella estaba convencida de lo contrario. Y no era la única. Alguien se tomaba el trabajo de llamar a su casa y asustar a su familia. Era lo que recordaba de cuando era niño. El teléfono que sonaba, su mamá que atendía y después, cuando cortaba, cómo lloraba sin parar porque, decía, “me lo van a quitar”.

Castigaba sin piedad los tambores cuando recordaba esos momentos. La música lo narcotizaba y de a poco, otra vez, sentía cómo se aflojaban todas sus tensiones. Cuando tocaba se sentía poderoso, intocable. Así se sintió el día en que decidió presentarse por su propia voluntad ante la Justicia. En Uruguay se había rebajado el límite de la mayoría de edad de veintiuno a dieciocho años y Gerardo, que por entonces tenía veinte, encaró su propia defensa y, sin intermediarios, enfrentó a esa mujer.

Quien reclamaba su maternidad era una activa militante de izquierda y defensora de los derechos humanos que en 1981 había recobrado su libertad. Era Sara Méndez y ese nombre, en Uruguay, era y sigue siendo un símbolo en sí mismo. Al chico no lo cohibía el prestigio de la mujer. Se mantuvo empeñado en su postura y continuó resistiéndose al examen de ADN, como lo hicieron primero sus padres adoptivos, cuando él era sólo un “gurí”: “No soy hijo, no soy hijo”, gritó en medio de los Tribunales para que todos lo oyeran.

Después sí, de grande, conoció forzado la historia a través de los diarios, la televisión y por las cartas que Sara y quien se decía su papá, Mauricio Gatti, le enviaban a él y a sus padres adoptivos.

 

De vuelta a casa. Historias de hijos y nietos restituidos

Marea Editorial, Buenos Aires, 2008. Capítulo dedicado a la historia de Simón Gatti Méndez

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