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La Revista

EN DEFENSA DE LA EDUCACIÓN

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Por Felipe Pigna. Director General

La humilde intención de este número de Caras y Caretas es que no pase desapercibido en medio de la escasa y notoria falta de voluntad oficial para conmemorar hechos relevantes de nuestra historia, como pasó hace dos años, nada más y nada menos que con el bicentenario de nuestra Independencia, el centenario de uno de los hechos más relevantes de la trayectoria intelectual argentina, como fue la Reforma Universitaria de 1918. La renovación cultural aportada por las corrientes dominantes en el movimiento obrero como el anarquismo y el socialismo, que fundaron bibliotecas y teatros a lo largo y a lo ancho del país, editaron periódicos y difundieron las ideas de justicia y progreso, insuflaron a la juventud universitaria nuevas energías para encarar, en un contexto mundial marcado por las revoluciones mexicana y rusa, la necesaria lucha por la renovación de la anquilosada y elitista universidad argentina, centro privilegiado de la reproducción de cuadros del poder y de la producción de sentido justificatorio y laudatorio del orden injusto imperante. La chispa estalló en Córdoba a fines de marzo de 1918. Esta universidad ostentaba el “mérito” de ser la más clerical y por lo tanto, conservadora del país. Enfrentando a todos los poderes de turno, los estudiantes lanzaron el 21 de junio el llamado “Manifiesto liminar”, redactado por Deodoro Roca y dirigido a “los hombres libres de América del Sur”, en alusión al pasado emancipador de Bolívar y San Mar tín, y al presente de su tiempo, el de las luchas revolucionarias de Zapata, en México, y Lenin, en Rusia. El manifiesto decía en uno de sus párrafos: “Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más (…) Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa”.

El gobierno radical de Yrigoyen, tras algunas dudas iniciales, terminó por apoyar decididamente la Reforma e impulsó la creación de universidades como las de Tucumán y el Litoral, que nacieron con modernos estatutos. El movimiento universitario reformista renovó los programas de estudio, posibilitó la apertura de la universidad a un mayor número de estudiantes, promovió la participación de estos en la dirección de las universidades e impulsó un acercamiento de las casas de estudios a los problemas del país. Implantó el cogobierno de la universidad por graduados, docentes y alumnos, la libertad de cátedra y la autonomía.

Los efectos de la reforma se extendieron a toda Latinoamérica e influyeron en destacados dirigentes de la región, como el peruano Raúl Haya de la Torre, creador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (Apra). Cuando en 1968 los estudiantes de París lanzaron su movimiento, en varios de sus manifiestos recordaban las heroicas jornadas de aquella Córdoba de cincuenta años atrás. Sería deseable que este aniversario de un hecho tan glorioso para nuestra cultura nos impulse a defender los distintos niveles de la enseñanza amenazada claramente por medidas como el cierre de escuelas, institutos terciarios y recortes masivos a todo lo que huela a educación y cultura.

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