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La Revista

ELLAS HACEN HISTORIA

Felipe Pigna nos cuenta la historia de estas mujeres silenciadas y relegadas al ámbito de lo doméstico y de la sumisión desde siempre, pero que han sabido luchar por sus derechos y conquistarlos a fuerza de trabajo. Muchas veces les costó la vida, pero el camino emprendido marcó el rumbo de las nuevas generaciones, como las madres y abuelas lo hicieron con sus hijas y nietas, todas ellas hoy aunadas en la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito.

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Nota de tapa

Por Felipe Pigna. Las rebeliones indígenas, en las que las mujeres tuvieron un importante protagonismo, desde Anacaona, que se rebeló tempranamente contra las huestes de Colón a pocos meses del “descubrimiento”, hasta la invencible Gaitana, que mantuvo a raya a los conquistadores de la actual Colombia, y las “virreinas subversivas” –como las llamaban las actas judiciales de los usurpadores– Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru II, y Bartolina Sisa, conductora de la rebelión en el Alto Perú junto a su marido, Túpac Katari, dejaron su huella en las mujeres criollas.
Décadas después, sus descendientes y continuadores de su lucha crearon esta copla dedicada al rey Fernando VII: “Al amigo Don Fernando/ Vaya que lo llama un buey/ Porque los tupamaros/ No queremos tener rey”.
Mientras tanto, en plena Revolución Francesa, Olympe de Gouges –seudónimo literario de Marie Gouze– exigió sin más la equiparación jurídica y social y proclamó una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, que constaba de un preámbulo y 17 artículos en los que su autora establecía los derechos políticos de la mujer, el derecho a la anticoncepción y a la libertad sexual. Parafraseando la declaración aprobada por la Asamblea, decía: “La mujer nace libre y debe permanecer igual al hombre en derechos (…) La Ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las ciudadanas y los ciudadanos deben contribuir, personalmente o por medio de sus representantes, a su formación”.
Esa osadía de reclamar la igualdad jurídica y los derechos políticos, Olympe la terminó pagando en la guillotina.
Pero también hubo hombres dignos que defendieron e impulsaron los derechos de las mujeres, como Nicolas de Condorcet, que pagará con su vida la escritura de textos como el siguiente: “O bien ningún miembro de la raza humana posee verdaderos derechos, o bien todos tenemos los mismos; aquel que vota en contra de los derechos de otro, cualesquiera que sean su religión, su color o su sexo, está abjurando de ese modo de los suyos”.
Y en otro escrito señalaba: “Entre los progresos del género humano más importantes para la felicidad general debemos contar la entera destrucción de los prejuicios que han establecido entre los dos sexos una desigualdad de derechos, funesta aun a aquel mismo que la patrocina (…) Esta desigualdad no tiene más origen que el abuso de la fuerza, y es vano el empeño con que se ha tratado de excusarla con sofismas”.

SIN LIBERTAD NI IGUALDAD
Pero para finales de 1793, Condorcet, el gran propulsor de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, el autor de Sobre la admisión de las mujeres en el derecho de la ciudadanía, vivía escondido y huyendo de sus perseguidores. Hasta que fue condenado a la guillotina por Robespierre; pero el pensador prefirió suicidarse en su celda tomando un veneno alcanzado por un alma caritativa en septiembre de aquel año. Olympe de Gouges había perdido la cabeza en la guillotina, los clubes femeninos estaban clausurados y no se les permitía a las mujeres reunirse en las calles. Las mujeres quedaban muy bien como adornos, como emblemas pictóricos de las diosas de la razón, pero las de carne y hueso, con sus conciencias agitadas y demandantes, empezaron a resultar tanto o más intolerables que sus compañeros varones con los que habían compartido la lucha para instaurar un gobierno que seguía diciendo que gobernaba en nombre del pueblo.
Es muy importante destacar que mientras estos desgraciados hechos se producían en Francia –el “faro de la civilización”– y parecían triunfar estas ideas misóginas que condenaban a la mujer al rincón de las hornallas, en esos mismos años, aquí en el Sur, la voz de Manuel Belgrano se hacía oír en un sentido absolutamente contrario, denunciando que las mujeres, “el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas” de las buenas costumbres en el seno familiar, “lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y la ignorancia”. Por cierto, Belgrano no sólo veía la situación de las “vecinas”, sino que tomaba en cuenta a las mujeres de las clases populares: “El sexo femenino, sexo en este país, desgraciado, expuesto a la miseria y desnudez, a los horrores del hambre y estragos de las enfermedades que de ella se originan, expuesto a la prostitución, de donde resultan tantos males a la sociedad, tanto por servir de impedimento al matrimonio, como por los funestos efectos con que castiga la naturaleza este vicio, expuesto a tener que andar mendigando de puerta en puerta un pedazo de pan para su sustento”.
Volviendo a Francia, cuando Napoleón Bonaparte se aseguró de establecer un “nuevo orden”, que legitimaba las conquistas sociales de la Revolución para la burguesía, lo que iba de la mano con marcar claramente los límites respecto de las clases populares, la condición jurídica y social de las mujeres se pautó nuevamente sobre bases de subordinación. Así, el Código Civil de Francia (1804), el célebre “Código Napoleón”, que serviría de inspiración a la legislación continental europea y, luego, a la de la mayoría de las repúblicas latinoamericanas, negaba a las mujeres la igualdad jurídica reconocida a los hombres y retaceaba sus derechos de propiedad, de contratar y de disponer por sí mismas de sus vidas.
Pero los ecos del reclamo de igualdad protagonizado por las revolucionarias francesas se hicieron sentir subterráneamente y fueron jalonando la lucha por obtenerla. Ya en 1808, el socialista utópico francés Charles Fourier escribía una noción del “progreso social” –nada lineal, por cierto– que vale la pena tener presente: “En términos generales, los progresos sociales y cambios de época se operan en proporción al progreso de las mujeres hacia la libertad, y la decadencia en el orden social se opera en proporción a la decadencia de la libertad de las mujeres”.
Pero correría mucha agua del Sena bajo los puentes y mucha sangre para que las mujeres pudieran ejercer sus derechos cívicos y votar por primera vez en Francia.

NUESTRAS INSUMISAS
Por aquellos años de predominio napoléonico en Europa y de virreinato en Buenos Aires, Mariquita Sánchez, reclamada por la historia oficial por ser una de las primeras en haber cantado el himno, litigó y se opuso a sus padres y al poder al no querer casarse con el marido que le había sido asignado por la conveniencia de sus progenitores. Su amor era su primo Thompson y no paró hasta lograr su cometido, sentando una interesante y útil jurisprudencia.
Excluidas de la política y de la posibilidad de publicar sus ideas en la prensa, las mujeres revolucionarias de todas las clases sociales buscaron la forma de participar, de colaborar y, a su manera, protagonizar el proceso independentista.
Mariano Moreno tuvo el buen gesto de registrar para la historia en las páginas de La Gazeta el nombre de las mujeres y niños del pueblo que respondieron a la convocatoria lanzada en el número 1 del primer periódico patriota: “La esclava María Eusebia Segovia, con licencia de su amo, ha donado un peso fuerte y se ofrece como cocinera de las tropas. El pardo Santos González, de 10 años de edad, dona 4 reales. El niño Pedro Agüero, de 9 años, obló 2 pesos y, con permiso, ofertó su persona para el servicio que le permitan sus tiernos años. El pardo Julián José Agüero, de 5 años de edad, ha oblado 1 peso fuerte. Anastasio Ramírez ha donado 4 reales con expresiones dignas de elogio, y mucho más por ser referidas a su corta edad de 8 años, a los que ya manifiesta el amor y tributo que se le debe a la patria”.
Decía Moreno en la misma Gazeta, comentando estos actos del más extremo desprendimiento: “Causa ternura el celo con que se esfuerza el pueblo para socorrer al Erario en los gastos precisos para la expedición. Las clases más pobres de la sociedad son las primeras que se apresuraron a porfía a consagrar a la Patria una parte de su escasa fortuna: empezarán los ricos las erogaciones propias a su caudal y de su celo, pero aunque un comerciante rico excite la admiración por la gruesa cantidad de donativo, no podrá disputar ya al pobre el mérito recomendable de la prontitud de sus ofertas”.
Del combate personal y solitario de Mariquita es recomendable pasar a nuestras guerreras, aquellas mujeres que cumplieron múltiIples funciones en las tropas de la Patria en la larga y cruel guerra por nuestra independencia. Entre ellas se destaca una de las figuras más olvidadas de esa etapa, seguramente por su condición de afrodescendiente. Se trata de María Remedios del Valle, liberta que se incorpora con su marido y sus hijos, uno de ellos “del corazón”, en las tropas del general Manuel Belgrano. Allí será combatiente, enfermera, espía y todo lo que hiciera falta para hacerle imposible la vida al enemigo. Cayó prisionera tantas veces como las que se fugó y se reincorporó a la lucha. Se destacó en las victorias pero también por su solidaridad y socorro en las derrotas, como las de Vilcapugio y Ayohuma. Como tantos de sus compañeros, terminó en la miseria, puntualmente pidiendo limosna en la puerta de la iglesia del Socorro. Allí la vio su compañero del Ejército del Norte, el general Viamonte, que la recordó como “Mamá Remedios”. Solicitó y obtuvo para ella el título de Madre de la Patria y una modesta pensión. María Remedios será la única mujer de nuestra historia que ostentará ese título. Lamentablemente, cuando se reescribió la historia argentina y se soñaba con la “inmigración blanca”, a algunos les pareció inapropiado tener una madre de la Patria “negra” y María fue desaparecida de la versión oficial.
MUJERES QUE SE JUGARON
A continuación, por obvias cuestiones de espacio, haré una enumeración de mujeres notables que merecen ser conocidas. Espero poder despertar el interés de lectoras y lectores para ampliar el conocimiento sobre estas notables argentinas y americanas.
Entre las guerreras también se distinguen Juana Azurduy, notable colaboradora de Martín Miguel de Güemes, Belgrano y los líderes de las Republiquitas del Alto Perú, que junto a su marido Padilla eran el terror de los invasores, y María Magdalena “Macacha” Güemes (1787-1866), hermana y activa colaboradora del héroe de nuestra independencia Güemes.
Entre las educadoras se destacaron la pionera Juana Manso (1819-1875), que escribió en 1853: “Llegará un día en que el código de los pueblos garantizará a la mujer los derechos de su libertad y de su inteligencia. La humanidad no puede ser retrógrada”, introductora de la educación mixta en la Argentina y promotora de la actualización pedagógica. La riojana Rosario Vera Peñaloza (1873-1955), que dedicó su vida a la enseñanza inicial y a la formación de docentes. Olga Cossettini (1898-1987), que transformaría la escuela Dr. Rosario Vera Peñaloza fue una educadora y pedagoga argentina continuadora de la obra de Sarmiento.Gabriel Carrasco de Rosario en un lugar de libertad y formación artística único en su tiempo. Y Martha Salotti (1899-1980), una gran impulsora de la enseñanza a partir de la literatura infantil.
Nuestra primera médica, Cecilia Grierson, se dedicó a ser ginecóloga y obstetra, aunque su deseo era ser cirujana, especialidad que no le dejaron ejercer por su condición de mujer. Por esto mismo, por ser mujer, tampoco le permitieron ser profesora en la universidad. ¿Alguien puede pensar que estos obstáculos la detuvieron? ¡No, de ninguna manera! Por el contrario, hicieron que se transformara en una indómita feminista. En 1899 participó en el Congreso Internacional de Mujeres que se hizo en Londres, después creó el Consejo Nacional de Mujeres y en 1910 presidió el Primer Congreso Feminista Internacional de la República Argentina, donde se habló de la situación de las mujeres en la educación, la legislación y la necesidad del sufragio femenino.
El mundo del teatro tiene a la uruguaya Trinidad Guevara (1798-1873), que desarrolló casi toda su carrera en nuestro país, un verdadero pilar. Pionera de nuestro teatro, supo plantarse a las críticas de la época y hasta llegó a enfrentarse al obispo de turno. En la lista de actrices notables no puede omitirse a Niní Marshall, autora e intérprete de personajes inolvidables, y a Tita Merello, “actriz de carácter”, como se decía entonces, y notable tanguera.

LAS PIONERAS DEL MOVIMIENTO
Entre las feministas, una mujer muy olvidada fue la doctora en Medicina Petrona Eyle (1866-1945), fundadora de la Asociación de Universitarias Argentinas y de la Liga contra la Trata de Blancas. Tras un sonado juicio, la doctora Julieta Lanteri (1873-1932), impulsora del Partido Feminista Argentino y de la Liga de Mujeres Librepensadoras, logró la carta de ciudadanía, ser inscripta en el padrón municipal en 1911 y convertirse en la primera mujer de toda Sudamérica en ejercer el derecho al voto, en las elecciones del 26 de noviembre de aquel año. Escribía Julieta: “La conciencia de su valer empieza a despertar en la mujer, en distintas partes del campo se ven las fogatas. En suelo sudamericano también, donde nunca alcanzaron los resplandores del norte, la mujer levanta su bandera que tiene los colores del librepensamiento. Ella no quiere ser patrona, ni admite amos. Para ella todos son iguales, todos son uno en la raza y en la especie, porque ella es la madre de todos. Para ella no existe la propiedad, ni quiere matar para conservarla, la tierra entera es su patria”.
Alicia Moreau de Justo (1885-1986), la militante socialista, compañera del fundador del Partido, Juan B. Justo, creó en 1907 el Comité Pro-Sufragio Femenino e impulsó el Primer Congreso Femenino Internacional, reunido en Buenos Aires, en mayo de 1910, con la participación de delegadas chilenas, uruguayas y paraguayas, y en donde se reclamó el derecho de las mujeres a votar. Virginia Bolten (1870-1960), aguerrida militante anarquista, organizadora en Rosario de la primera conmemoración del Día de los Trabajadores en 1890 y fundadora de La Voz de Mujer, proponía una sociedad “sin Dios, ni patrón, ni marido”.
La socialista Carolina Muzzilli, infatigable luchadora por los derechos laborales de las mujeres y denunciante de la explotación infantil, escribía a principios de siglo: “No queremos a la mujer esclava de prejuicios, no la deseamos presa codiciable para la explotación del taller. Queremos que obtenga los derechos que le corresponden como ser humano y que pueda participar en el elevado banquete del espíritu. ¡Ojalá no esté lejano el día en que adquiera ese derecho!”.
La ya mencionada Cecilia Grierson (1859-1934) fue la primera mujer argentina que obtuvo el título de doctora en Medicina.
Elvira Rawson de Dellepiane (1867-1954), militante radical, fue una activa luchadora y fundadora de la Asociación Pro Derechos de la Mujer Argentina.

DESDE EVITA Y MÁS ACÁ
Eva Perón (1919-1952) dignificó a la mujer y logró la sanción del voto femenino en 1947 por el que tanto habían luchado las feministas desde comienzos de siglo. No se consideraba una feminista y ni las feministas, ni las mujeres de izquierda que la consideraban “fascista”, ni las de la derecha que la llamaban, entre otras cosas, “plebeya”, le tenían mucha simpatía, pero nadie hizo tanto por la dignificación de la mujer en la historia argentina como Evita.
En el campo de la literatura, Juana Manuela Gorriti (1818-1892) fue una pionera de la novelística argentina y una de las primeras en animarse a firmar con su verdadero nombre evitando el uso del seudónimo masculino, al que tuvo que recurrir Emma de la Barra (1861-1947), la autora de uno de los primeros grandes éxitos de ventas de la literatura nacional, Stella, firmado bajo el nombre de César Duayen. Alfonsina Storni (1892-1938) fue militante feminista, socialista, orgullosa madre soltera y una de las más brillantes poetas de nuestra literatura. La sociedad de su época se dedicó más a juzgarla que a leerla y entenderla. Ella les contestó: “Yo soy como la loba,/ Quebré con el rebaño/ Y me fui a la montaña/ Fatigada del llano”.
De ideas muy distintas y de una extracción de clase opuesta a la de Alfonsina, Victoria Ocampo (1890-1979) será siempre recordada por la fundación de la extraordinaria revista Sur en 1931. Son imprescindibles María Rosa Oliver (1898-1977), la Rosa Roja, y la tan extrañada y también incomprendi￾da Alejandra Pizarnik (1936-1972).
La lista no puede obviar a las Madres de Plaza de Mayo, ejemplo de coraje y lucidez, que en plena dictadura se convirtieron en una de las molestias más grandes para los genocidas civiles y militares que creyeron eliminarlas con la redada ideada y concretada por el chacal Alfredo Astiz, ocurrida en la Iglesia de la Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977, y que se llevó la vida de su fundadora, Azucena Villaflor, de María Ponce de Bianco y de Esther Ballestrino de Careaga. Tomaría la posta Hebe de Bonafini, que encabezaría la resistencia a la dictadura dentro del movimiento de derechos humanos. Las Abuelas desarrollarán desde 1977 la ciclópea tarea de recuperar a sus nietos robados, convertidos en botín de guerra de los dictadores. Hasta el momento, bajo el liderazgo tan lúcido como firme de Estela de Carlotto, las Abuelas han recuperado casi 130 nietos, jóvenes que ya son mayores que sus padres en esta ilógica de la historia argentina.
Nos faltan muchas en esta lista, que no pretende ser completa: las indígenas, las desaparecidas, las que pararon la olla en las innumerables crisis, las maestras, las delegadas de fábrica, las que abren cada día un comedor, las mal pagas, las desocupadas, las víctimas de violencia, las que no se resignaron al lugar que se les daba, pero están muy presentes en cada piba o pibe que llevan orgullosos en su mochila o en su muñeca el pañuelo verde. Le guste a quien le guste, le pese a quien le pese, la justicia y la memoria caminan con ellos.

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