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La Revista

EL ÚLTIMO CÓMICO POPULAR

Murió cuando su carrera estaba en la cima. El público lo adoraba. La taquilla explotaba. Generaciones de argentinos se criaron con los queridos personajes de Alberto Olmedo. A tres décadas de ese fatídico verano del 88, recordamos a uno de los grandes ídolos que tuvo el país.

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Nota de tapa

Por Daniel Riera. En la mañana del 5 de marzo de 1988, Alberto Olmedo se cayó del balcón del piso 11 del edificio marplatense Maral 39 –donde estaba con su pareja, Nancy Herrera– y murió en el acto. El acontecimiento conmovió al país. Olmedo era un actor inmensamente popular: su programa No toca botón era el más visto de la televisión argentina, sus películas batían récords de taquilla y un poco por todo eso era también la gran figura de la temporada teatral marplatense. A los 54 años, estaba en el mejor momento de su carrera, pero quería más: soñaba con hacer algo distinto de lo que se esperaba de él. Años atrás, había cometido un grave error al rechazar el papel coprotagónico de Plata dulce, que terminó haciendo Julio de Grazia, para rodar su enésima película junto a Jorge Porcel. Había hablado con Osvaldo Soriano porque estaba interesado en hacer una película basada en la novela A sus plantas rendido un león. Olmedo lo llamó a las 3 de la mañana para proponerle el proyecto: no sólo quería protagonizarla, sino también producirla con su habitual equipo de colaboradores. Soriano le respondió que los derechos para hacer una película estaban reservados, pero que casualmente se había pensado en él para que interpretara al cónsul Bertoldi, el personaje principal de la novela. “No me creyó demasiado. Tenía una relación muy difícil con los intelectuales y se desvalorizaba mucho”, contó Soriano al periodista Rolando Graña. En los restaurantes, a la salida de los teatros donde actuaba, Olmedo solía pedir ensaladas que incluyeran rúcula. Le encantaba la rúcula y no por esnob sino por todo lo contrario: la había comido cuando era chico en el barrio Pichincha de Rosario, era una verdura barata, para pobres, y no un gusto pretendidamente refinado y palermitano, como lo fue muchos años después de su muerte. ¿Describió él mismo en su vida la parábola de la rúcula? Algo de eso hay: algunas virtudes evidentes de su performance televisiva habían comenzado a ser reconocidas en vida por la intelligentzia. Su capacidad para improvisar, su juego con la trastienda de la TV, que le dio otra dimensión a su trabajo: mostrar los decorados, burlarse de las convenciones de su oficio, aprovechar los furcios y hasta reírse durante los sketches si así lo sentía. Sin embargo, el reconocimiento casi unánime a su trabajo llegó después de su muerte. En 1988, Luis Alberto Quevedo y Oscar Landi escribieron el famoso ensayo “Para ver a Olmedo”. La academia legitimaba lo que el pueblo había celebrado mucho antes. “Ahora los intelectuales descubrieron a Olmedo”, dijo irónicamente un conductor televisivo en un programa de chimentos en 1991, cuando se presentó con gran pompa Queríamos tanto a Olmedo, un libro periodístico que hicimos con un grupo de compañeros y amigos, todos estudiantes de TEA. Nosotros no éramos ni Landi ni Quevedo, sino unos jóvenes periodistas que se iniciaban en el oficio, pero esa “relación difícil” de la que hablaba Soriano se mantenía en su círculo íntimo. Olmedo no tuvo la suerte de actuar en una película de Brian De Palma, como Jorge Porcel. Su reino era la televisión. Bajo presupuesto, elencos desparejos, el tiempo justo para grabar, los mismos personajes semana tras semana. Ahí te quiero ver. “Joy in Repetition”, cantaba Prince. Hacer de la dificultad una virtud. Trabajar sobre lo atado con alambre.

(sigue en la edición impresa)

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