Por María Seoane – Directora de Contenidos Editoriales
viernes 13 de noviembre de 2015 | 10:55 PM |Siempre me he preguntado por qué se llama inmigrantes a quienes escapan violentamente de sus países cuando realizan desguarnecidos un viaje sin retorno en la precariedad de la noche. Más aún, la imagen de ese niño sirio de tres años, Aylan Kurdi, muerto en una playa de Turquía, es la refutación más esencial de los eufemismos con los que la realpolitik internacional esconde lo infame. El terror a lo extranjero tiene raíces en una expulsión violenta del otro de la condición humana más parecida
al exilio. Definir como exiliados a esas masas que huyen despavoridas y laceradas supondría el reconocimiento de que son víctimas de una guerra que no han desatado
ni querido, y que las potencias que sí la han desatado y buscado con sincero deseo de expansionismo les niegan el derecho a vivir en paz. Son exiliados, es decir, en nombre de la condición humana Occidente debe hacerse cargo de darles refugio y no de expulsarlos como mutantes de sus mundos ordenados bajo el chantaje del
euro y de los misiles. Más allá de la culpabilidad política, de la voracidad mortal a la que son sometidos por las potencias occidentales, esos hombres y mujeres tendrán que contar, expulsados de su tierra, de su historia, conel tajo indisoluble de la extranjeridad. Porque el exilio forzado por dictaduras, guerras, hambrunas siempre producidas por los mercados acaparados es una fractura ontológica entre el ser y el estar. Los exiliados del
terror religioso, de las guerras de Medio Oriente, de los enfrentamientos políticos, sabrán lo que nadie más que un extranjero, un exiliado, un desterrado, un inmigrante, un
refugiado sabe: la diferencia entre el Ser y el Estar. Porque se “es” siempre en el lugar donde se nació y vivieron los antepasados. Y sólo se “está” en la contingencia desarraigada de un presente absoluto de otro lugar, de otra historia. León Gieco, en “Dice el inmigrante”, sintetizó así esa fractura: “Lleva en sus ojos toda la mezcla/ de
la rabia, de la duda y la tristeza/ tiene que pagar con el olvido/ lágrima de puerto y de destierro”. Porque el pequeño Aylan fue expulsado de la condición humana y obligado a dejar de ser. Es decir, Aylan ya había sido condenado a morir antes de morir.