Existen testimonios de principios del siglo XX que dan cuenta de la violencia y la extorsión que ocurrían intramuros con la complicidad de los guardias. Aunque el paradigma es otro, la corrupción en las cárceles se mantiene.
miércoles 28 de mayo de 2014 | 11:25 AM |
El empresario había sido detenido en España por estafas y extorsión. En 2008 buscó refugio en la Argentina pero fue detenido pese a que había cambiado de identidad y aspecto. “Con plata, acá puede ser un rey. Sin plata, la va a pasar peor que un mendigo”, le advirtió el jefe de la cárcel bonaerense donde pasó sus días de encierro. Eligió ser rey. Pagó 30 mil pesos por mes y se volvió un intocable. Lo dejaban salir una vez por semana sin permiso judicial, su esposa podía visitarlo cuando quisiera, ocupaba una celda con internet, un plasma y los fines de semana invitaba a los guardias a tomar champán con caviar. Había comprado hasta las horas de sueño: podía dormir varias horas más que el resto de los presos.
Esta pequeña historia simboliza muchas otras que ocurren en las cárceles argentinas, donde todo –hasta lo más simple– parecería tener precio. Hay presos que pagan para no ser golpeados o violados. Otros lo hacen para tener un celular, droga o visitas íntimas de sus parejas. La corrupción penitenciariano es reciente. En 1906, el jurista Eusebio Gómez, coautor junto a Jorge Coll de un proyecto de código penal, escribió algo que no perdió vigencia: “Si algún joven llega, es bien pronto víctima de los instintos sexuales de los depravados y de los tenebrosos que le solicitarán dinero u objetos a cambio de su seguridad. Estos malandras proceden, en muchísimos casos, con la complicidad de los guardianes”. En 1924, Gómez fue director de la Penitenciaria Nacional y logró que un decreto del entonces presidente Marcelo T. de Alvear creara la escuela de celadores y guardianes.
“Sabemos por los relatos de los detenidos que en las cárceles existen todo tipo de negocios, desde la compra de protecció no de un celular hasta la comida o las tarjetas telefónicas. Lo mismo que los traslados a pabellones más cómodos y seguros. Y existe una modalidad de delegación de la violencia. Es decir, para no mancharse las manos, el Servicio Penitenciario exige a algunos internos que lastimen o maten a otros”, dice Alicia Romero, directora de Inspecciones del Comité contra la Tortura de la Comisión por la Memoria (CPM).
Algunos detenidos no tienen otra alternativa que entrar en el sistema mafioso penitenciario. Según una denuncia recibida por la Comisión Provincial por la Memoria, uno de los jefes de la Unidad Penal Número 5 de Mercedes, que depende del Servicio Penitenciario Bonaerense, amenazaba a algunos presos con estas frases: “Si te gusta cortarte acá te doy un bisturí para que te cortes todo” o “te paramos el camión si le rompés la panza a este”. De la inspección surgieron 115 acciones judiciales urgentes y un habeas corpus colectivo. Durante el monitoreo, el equipo del Comité contra la Tortura (CCT) de la CPM pidió la presencia del fiscal en turno y del defensor general para lograr el traslado y garantizar la integridad física de los detenidos denunciantes.
Los agentes penitenciarios llegaron incluso a plantear a un detenido que lastimara a otro a cambio de evitar un traslado a penales más lejanos. “Constatamos una vez más el funcionamiento de toda una maquinaria que imprime dolor a los cuerpos y a las mentes, una maquinaria propia de las descripciones de Kafka, que no tiene nada de ficción. Las cárceles se gobiernan mediante la generación de violencia y la instigación a cometer delitos”, consideraron desde el equipo de inspecciones.
La formación de los agentes penitenciarios fue una de las prioridades de la gestión de Roberto Pettinato al frente de la Dirección Nacional de Institutos Penales en la primera era peronista. En esa época se suprimió el uniforme a rayas, se cerró la cárcel de Ushuaia y se buscó una humanización del castigo. “Piensen que no son guardia cárceles según el viejo concepto. No es eso lo que queremos para el personal que se dedica a la custodia y a la dirección de nuestro sistema carcelario. Queremos que sean hombres que hagan una tarea de readaptación, que sean inteligentes, comprensivos y capacitados”, dijo, el10 de mayo de 1951, el por entonces presidente Juan Domingo Perón ante una camada de egresados de la escuela penitenciaria.
A VER QUIÉN ES MÁS PILLO
Aunque no hay estudios que lo prueben, es posible que algunos guardias se mimeticen con los detenidos. Sólo los separa una reja. No son pocos los penitenciarios que caen por cometer delitos. En Alemania, por ejemplo, cobran un plus si su lenguaje no se contamina con la jerga carcelaria.
Un ex miembro de la superbanda que robaba bancos y blindados en la década del 90 dijo que no hay tarifas fijas. “Por dos mil pesos conseguís un celular y una compu vieja con internet. Pero todo depende de los jefes penitenciarios. La merca te la venden a 200 mangos el gramo. También podés comprar pastillas, marihuana, vino. Ahora las fugas son otro precio. Por lo menos tenés que tener varios billetes en la mano para empezar a hablar. Y mientras más compañeros sumes, menos guita ponés porque se hace una vaquita entre todos. Pero hay que calcular veinte lucas por cabeza. Hay compañeros que han salido para robar y tienen que repartir el botín con los guardias.”Los métodos de pago también varían. En algunos casos, uno de los presos es el que recauda para los agentes. En otros, los mismos guardias son los que cobran.
En 2012 hubo 2.979 intentos de fuga, según el Sistema Nacional de Estadísticas sobre la Ejecución de la Pena, que depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. El 20 de agosto de 2013 ocurrió una fuga histórica: trece internos huyeron luego de realizar un boquete en el pabellón B del módulo 3 del Complejo Federal I de Ezeiza. Los investigadores sospechan que actuaron con complicidad de los guardias.
“La corrupción está en todos lados. Está en uno rebelarse y hacer lo que corresponda. Es cierto que el sueldo de un agente penitenciario es bajo, en algunos casos no llega a ser de seis mil pesos por mes por 12 horas de servicio por 24 de descanso, pero eso no justifica perder la honestidad”, opina Jorge Kroll, guardia de la cárcel de Sierra Chica.
En ese penal, donde en la Semana Santa de 1996 hubo un sangriento motín que causó la matanza de ocho internos a manos de la banda de Los 12 Apóstoles, tener sexo con la visita también es una cuestión de plata. Pero el sitio elegido para el encuentro íntimo no es un lugar común. “Han alquilado la capilla penitenciaria para que los presos tengan relaciones con sus mujeres”, alerta Pedro Oliver, el capellán de la cárcel. Desde que se enteró de eso, el cura no ha vuelto a dar misa de la misma manera.
Por Rodolfo Palacios