Por Leandro Monk. Presidente de la Federación de Cooperativas de Trabajo de Tecnología, Innovación y Conocimiento y socio de Gcoop.
domingo 1 de diciembre de 2013 | 4:20 PM |La soberanía tecnológica es la capacidad que tiene un Estado de tomar decisiones en relación con la tecnología que usa. Esto es: cómo, cuándo y por qué modificarla y sobre todo con quiénes trabajar este aspecto crucial para el desarrollo de un país. Una manera simple de entender cómo está armada la actual tecnología de las telecomunicaciones es caracterizarla como un espacio constituido por tres capas. En la base está la conectividad, en el medio se encuentra el procesamiento de los datos y por último está la inteligencia. Sin la primera, no se da la segunda y sin las dos anteriores la tercera no existiría.
¿Cuán cerca están los países de nuestra región de ser tecnológicamente soberanos en estas capas? ¿Cuál es el rol del cooperativismo tecnológico en esta situación?
Al analizar el mapa de los cables submarinos que conectan Latinoamérica con internet se puede ver que prácticamente todos están en manos de empresas multinacionales. Lo que queda de manifiesto es que los Estados no tienen control alguno sobre este canal. Tampoco la economía social, es decir, las cooperativas, tienen lugar en esta capa del asunto que en definitiva es la más importante. Para resolver este problema se pueden pensar dos estrategias: una es conformar una alianza entre las cooperativas y los Estados para poder realizar tendidos propios en todo el territorio. Ese es el espíritu del programa Argentina Conectada, que además de garantizar que todas las poblaciones de más de cinco mil habitantes accedan a la fibra óptica en todo el país, plantea que la “última milla” –la distribución hogareña de internet– sea realizada mayoritariamente por cooperativas y pymes. La otra opción es la integración entre las cooperativas para conectar a todo el país. En la Argentina hay cerca de 1.500 kilómetros de fibra óptica tendida por cooperativas, justamente en los lugares donde no es rentable el negocio para las empresas privadas. La estructura de trabajo de las cooperativas es flexible en ese sentido y pueden establecerse diversos modos de organización: algunas pondrán el recurso económico, otras la fuerza de trabajo y otras el conocimiento, por ejemplo.
En lo que hace a la segunda fase, la de los servidores, aquí el cooperativismo tiene más presencia, ya que al hablar de volúmenes más pequeños de inversión hay muchas cooperativas que tienen sus propios centros de cómputos. Pero cabe señalar que es creciente la importancia que los servidores adquieren para las empresas, dado que por depender cada vez más del software –sin importar a qué se dedican– necesitan centros de cómputos propios. Y es importante que esa propiedad sea social y no privada.
La última fase del esquema es la que encuentra mejor posicionado al cooperativismo, ya que tiene que ver con el software. Desde hace 30 años existe el software libre, que brinda la posibilidad de que las personas o los Estados disfruten de libertad o soberanía tecnológica según el caso. ¿Qué pasa cuando son empresas privadas quienes les proveen software a los países? En esos casos, la tecnología termina condicionando la organización del Estado, cuando es claro que debería ser al revés: es el Estado quien debe decidir de qué manera va a utilizar la tecnología. En lo que respecta al software, está claro que es mucho más que programas que corren en la computadora o en el teléfono. Hoy, el software se ha constituido en un mediador en la comunicación de las personas, por eso quien controla el software controla las comunicaciones.
Para que un país sea soberano tecnológicamente debe tener el control de las tres partes de este entramado. Al sector cooperativo le queda preguntarse cuál es la tecnología cooperativa. Esta pregunta es relevante porque hoy la tecnología está pensada para la centralización, por ende, condiciona las posibilidades políticas. El cooperativismo debería apuntar, entonces, a pensar una tecnología que esté en línea con sus principios. Esto es, que mantenga a sus socios autónomos pero les permita integrarse. Que la tecnología sea una herramienta para la forma de organización política que se desee armar y no al revés.