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La Revista

El Patrimonio que no se ve

El Programa Nacional de Patrimonio Inmaterial, que depende de la Unesco y que trabaja en pos de un registro de ese acervo, abre el debate sobre la preservación de las tradiciones, saberes y prácticas culturales en posible riesgo en el país.

Por Patricio Féminis
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Existió hace años en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, un artista plástico llamado Antonio Magliano, quien pintó en las casas del pueblo incontables murales con paisajes y escenas de costumbres que aún siguen en pie; pero de tan cotidianos y presentes parecería no vérselos, como huellas de un tiempo que ya se ha ido. Un legado no del todo asumido ni preservado localmente. “Estos murales reflejan la construcción social del pueblo”, dice el investigador Fernando Cocchi, que tomó la obra de Magliano como disparador de su proyecto de registro y revalidación del patrimonio cultural de Los Toldos. “No es sólo lo artístico –agrega–, sino todo aquello que se comparte en comunidad. ¿Cómo entender que la obra de Magliano es parte de él si la gente la desconoce?” Es un desafío museológico proteger ese patrimonio tangible –los murales–, pero causa y decisión del pueblo apropiarse de aquello que representa: sus tradiciones, costumbres y memorias. Ese es el patrimonio inmaterial que pervive y es parte de la identidad común.
“En la Argentina se habla mucho de lo patrimonial pero no lo cuida el Estado, ni la gente, ni nadie, perdimos los valores de lo esencial a nosotros”, asume Juan Carlos D’Amico, presidente del Instituto Cultural Bonaerense; y agrega: “Es un tema de conciencia, y quienes estamos en la gestión cultural también somos responsables: sin políticas apropiadas, el patrimonio deja de importarle a la comunidad”. Pero si es clave la preservación de lo material, imposible hacerlo sin proteger y reflexionar sobre su correlato inmaterial: prácticas, saberes, costumbres, fiestas, rituales. De ello partió Magliano para su arte mural, huella y presente de la identidad toldense. “Lo material –dice D’Amico– está ligado con lo inmaterial, la historia y el archivo oral de los pueblos: no se los puede dividir.”
Con esta visión dialéctica coincide el director nacional de Patrimonio y Museos, Alberto Petrina: “Magliano no es muy conocido pero tiene un valor para su comunidad. O debiera asumírselo”. Y es la labor política que, desde el gobierno nacional, se plantea para estos tiempos. “Hoy el patrimonio es un tema instalado: un político, sea cual fuere su ideología, sabe que con él no se puede meter impunemente.” Con esta certeza actúa, bajo su órbita, el Programa Nacional de Patrimonio Inmaterial, en sintonía y fe con los postulados de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, nacida en 2003 y encargada de decidir que una manifestación cultural sea declarada Patrimonio de la Humanidad. Como lo fue el tango en 2009.
Según la Unesco, “frente al mundo globalizado, que pretende uniformalizar la cultura a partir del punto de vista occidental, existen identidades grupales que buscan encontrar vías más efectivas para luchar contra la exclusión y la marginación”. Porque se trata de “tomar conciencia de que hay que preservar el patrimonio intangible”, dice Sandra Guillermo, coordinadora del Programa Nacional, que impulsa el registro de ese acervo (criollo e indígena), en coordinación con las provincias. El Programa adscribe a las líneas del Crespial (Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial de América Latina), que nació por acuerdo con la Unesco y al que se sumaron Brasil, Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador.
“Frente a la globalización, al rescatar y difundir esas prácticas colectivas se contrarresta un poco su efecto”, señala Guillermo. Pero si las comunidades viven su patrimonio intangible cotidianamente, ¿por qué querrían identificar qué deben proteger? ¿Dependerían de un programa para asumir aquello en riesgo? “Es que al vivirlo todos los días no se dan cuenta de qué se pierde”, dice la coordinadora del Programa. ¿Qué riesgos implicaría que pusieran sus saberes a disposición de un inventario posible? Guillermo tiene una respuesta: “Para que el día de mañana, si alguien quiere conocerlos, entienda cómo funcionaban pero desde la propia gente. Nosotros buscamos que las comunidades nos digan qué quieren registrar, y no nosotros. A los lugareños no les gusta que les impongas cosas. Debemos tener mucho cuidado con las prácticas tradicionales, como la medicina o el conocimiento ancestral, porque muchas veces no te lo quieren contar porque no está para que se difunda.
Y esa es la contracara y el riesgo: cuidar que ese patrimonio no sea usado para fines no culturales. Son riesgos o sospechas con fundamento. Que algo se convierta en Patrimonio de la Humanidad puede generar miedo, hay casos que no nos favorecen, el tango por ahí no tanto, porque la declaración le da promoción, pero la Quebrada de Humahuaca tuvo una mala experiencia”, explica Guillermo. La mercantilización de la cultura andina, la enajenación de tierras, el turismo abrasivo y el magro impulso a las economías regionales son algunos ejemplos. Estas huellas, también, hablan por las comunidades que pierden la inocencia. Jujuy es un precedente: ¿qué perjuicios podrían llegar con las declaraciones de patrimonio intangible? “Que cambie la idiosincrasia, como en la Quebrada. Yo iba a Purmamarca antes y el ámbito era otro, bien local, ahora es muy comercial. Vas y tenés tanta feria, tanta ansiedad de que aumente el turismo, y aquello otro se pierde”, dice Sandra Guillermo. También “las tierras que eran del pueblo se subdividieron; se hicieron hoteles donde antes había un cerro; se modificaron el paisaje y la cultura. Hay gente que a eso lo toma como desarrollo, y otra, como una pérdida de sus tradiciones o de la idiosincrasia local. Para mí son puntos de vista distintos”.
También aquí da su mirada la antropóloga y consultora en patrimonio Mónica Lacarrieu. “Un programa debería replantear y polemizar, como hacían en Colombia en 2009, con la Convención de la Unesco. Hay que discutir por qué las poblaciones querrían justamente un inventario de este tipo”. Y opone el caso de Ecuador, “donde se empezó a hacer pero no necesariamente va a articularse con lo que dice la Unesco. El inventario puede seguir recolectando curiosidades exóticas mientras Germán Correa dirá que su proyecto es integrar a los indígenas en un país multicultural. No es patrimonio inmaterial a secas sino un eje de ese proyecto nacional.”
Desde el presente bonaerense, Juan Carlos D’Amico observa lo nacional y los desafíos para las políticas de patrimonio: “Si lo que se ratifica no está de acuerdo con lo que va a imponer no tiene absolutamente nada que ver, y el pueblo puede objetarlo con todo derecho. Lo importante es el equilibrio, como en la vida, cada pueblo tiene que cuidar lo que ellos consideran indispensable, porque es patrimonio de ellos, pero también tiene que haber una regla general porque ese pueblo pertenece a un país, y ese país, a un mundo”. También, pensar en las urgencias, a qué darle prioridad y bajo qué filosofía ejercer ese registro. Hacia dónde mirar.
Sandra Guillermo confía porque el registro está pensado desde el llano y no es fruto de un laboratorio: “Es cierto que la idea de inventario es complicada, pero la Convención estipula que tenés que hacerlo dinámico, ir actualizándolo. Si no serían como fotos estáticas”. Pero aquí ocurre otro problema: “Somos un gobierno federal, y eso determina las políticas hacia el PCI: un país que centraliza todo desde Nación puede tomar determinadas decisiones, y en nuestro caso tienen que ser consensuadas con las provincias”, afirma. No es anecdótico que no haya una ley nacional orientada específicamente al patrimonio inmaterial: está, sí, la Ley 26.118, que ratifica la Declaración de la Convención. Otros organismos, en las provincias, hacen registros pero no siguiendo a la Convención. Hay otras leyes de patrimonio cultural, “pero tocan al PCI de refilón: nos falta una normativa nacional y una ley acerca de los derechos colectivos de la comunidad sobre sus saberes. Una ley otorgaría protección, respaldo y parámetros de cómo usar lo que estás registrando y dónde ejercerlo, porque hay casos de empresas privadas que empezaron a manipularlo. Entonces es ponerles un límite, que requieran del permiso de la comunidad y no lo puedan usufructuar como una marca cualquiera”, explica Guillermo.
Pero para eso “se requiere un cambio acerca de la identidad: a lo que aspiramos es a reafirmar la de cada pueblo. Así como pasó con el tango, si eso ayuda. Es verdad que mucha gente no está de acuerdo y dice: ‘¿Quién es la Unesco para decirme que el tango es Patrimonio de la Humanidad si ya lo sé?’”, concluye Guillermo. El debate continúa abierto.

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