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La Revista

El Maratonista de las Letras

Bien entrenado, Juan Sasturain corre todo tipo de carreras: cuentos, notas, historietas y hasta un programa de televisión. Relativiza la importancia de que la gente lea menos y disfruta del fútbol como cualquier otro varón argentino.

Por Sol Peralta
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El 18 de abril comenzó el nuevo año de Ver para leer, su programa de literatura, que se emite por Telefé. El ciclo tiene un público muy fiel, ganó dos premios Martín Fierro al mejor programa cultural y este año repite la nominación. Además está en plena ebullición editorial. Ediciones Aquilina acaba de editar El aventurador, una compilación de todo el material escrito por Juan Sasturain sobre Oesterheld; está por salir –por primera vez en la Argentina– Los dedos de Walt Disney, una novela que escribió en España para chicos y jóvenes y, por el mundial, Gárgola está reeditando un libro suyo de cuentos que se llama La patria transpirada, sobre la Argentina en los mundiales.

–¿Es metódico para trabajar?
–Depende de los momentos. Como cualquiera he tenido épocas de desorden y despelote y otras en las que he sido más sistemático. Muchos textos los he escrito contrarreloj y con la necesidad de la entrega periódica. Por ejemplo, Manual de perdedores ya la tenía escrita, pero como se publicó en fascículos, llegué hasta cierto punto con lo que había hecho y después tuve que inventar día tras día. Ahora tengo las entregas a Página/12 y el programa Ver para leer, que me pautan los tiempos. En los resquicios diarios, semanales o anuales de estas tareas, termina lo que podríamos llamar la literatura. Conseguí en los últimos cuatro años tener veranos largos, eso ayuda. Escribir una novela es como correr una maratón: se necesitan tiempo y ritmo. Yo soy lento para escribir y un libro me lleva tres o cuatro años. Al hacer Perramus, Breccia me apuraba a mí. Él era un trabajador infernal y yo tenía que seguirle el ritmo.

–¿Cómo se sostiene una dupla de trabajo en buena forma durante tantos años?
–Bastante bien. Teníamos una relación saludablemente despareja. Él era un dibujante consagrado, uno de los grandes realizadores de historietas del mundo, y yo nunca había escrito un guión. Tengo en claro que no me eligió porque yo fuera un gran escritor sino porque estaba de novio con la hija y me tenía a mano. El proyecto original era menos ambicioso. Iba a ser una historieta de aventuras para vender en Europa, un producto de batalla. Alberto era un genio que hacía cosas increíbles y tenía una segunda línea de producción que era más convencional, más vendible. Me pidió que escribiera un guión que se vendiera y yo le caí con algo muy pesado pero que, obviamente, le encantó. Hicimos una historieta rara, compleja, cargada de ideología; de algún modo pretenciosa. No resultó popular ni vendible, pero ganamos premios. La hicimos durante diez años. Para mí trabajar con Alberto fue un privilegio. Era muy respetuoso y me dio absoluta libertad con el contenido. A veces me hacía marcaciones relativas al formato, como todos los dibujantes quería que le cortara texto: “Estos diálogos no me dejan dibujar”, me decía. Las ideas gráficas son de él: caracterizar al enemigo con rostros de calaveras o usar caras de personajes conocidos.

–El placer por la lectura, ¿es algo con lo que uno nace o se adquiere por el hábito? ¿Es posible incentivar la lectura?
–Querer incentivarla tiene que ver con la ideología de que todo puede y debe ser aprendido y planificado. Se dan cursos de la mayor cantidad de pavadas, todo tiene que ser enseñado. Es como si la experiencia y el libre juego de las relaciones con las cosas estuviera bajo sospecha. Tiene que ver con el consumo. Por acá viene la idea de que a la lectura hay que incentivarla, pero también con otro mito de gran arraigo contemporáneo que es el poder absoluto de la persuasión, de los medios y la operación sobre las necesidades del otro. Yo no creo demasiado en eso y no me parece saludable como línea de pensamiento. El sentido común de la sociedad en relación a la lectura indica que se lee menos y sería mejor leer más. Pero no se puntualiza qué es lo que se lee y, antes de hacer otras consideraciones, habría que discriminarlo. Antes se leía más… ¿cuándo, el día de ayer o hace cinco mil años? No se sabe a qué momento se remiten estas afirmaciones. Hay otro tipo de operaciones de recepción de mensajes, que no tienen que ver con lo que desde hace siglos se conoce como lectura, una operación silenciosa de alguien ante un texto, que no hace otra cosa más que leer. Eso es lo que probablemente haya decaído. Remitiéndonos a la lectura literaria, se sabe que requiere un grado de exclusividad, no se puede estar haciendo otra cosa salvo algo muy pasivo, como tomar sol o estar en un colectivo. Además precisa que estemos concentrados. Hoy en día no hacemos casi nada por separado, sino que tenemos múltiples tareas y múltiples estímulos. Leer no se parece a casi ninguna de las cosas que hoy son habituales, entonces si no hay una gimnasia previa, se necesita tener una disposición especial porque resulta una operación extraña. Era más sencillo cuando no había un hiperdesarrollo de la recepción de mensajes.

–¿Qué consecuencias tiene la disminución de la lectura literaria?
–Hay que matizar sus perjuicios, porque hay resultados de la lectura como la captación de información, que han sido reemplazados por muchas otras maneras. Cuando yo era chico, mi generación leía menos novelas de aventuras que la anterior, porque encontrábamos la aventura también en las historietas y en el cine. Para nuestros padres, nosotros leíamos poco. Hoy en día la exclusividad de los contenidos de los libros casi ha desaparecido, porque se puede recibir de otra manera. Internet es un fenómeno extraordinario. Lo que cada soporte crea es su propio modo de recepción, y no es lo mismo leer Madame Bovary que ver la película. Sin establecer juicios de valor, son diferentes. También pasa con la información. La lectura como operación individual y privada es única e insustituible.

–¿Qué diferencias hay en su planteo de personajes para una novela, un cuento o una historieta?
–Para toda ficción, yo trabajo con personajes en situación: alguien a quien le está pasando algo. Una persona que descubre un sentido o tiene una revelación, y ahí la suelto. Dentro de esa cuestión, los personajes pueden tomar distintas formas. Además hay algo absolutamente aleatorio que es la coyuntura. En mi caso, la concepción de las ficciones ha estado muy determinada por circunstancias como, por ejemplo, que me encarguen un cuento y entonces me ponga a escribirlo. Otra vez ocurrió que Alberto Breccia me dijo que le gustaría que le escribiese una historieta. Acepté porque era un desafío doble, por quien era él y porque nunca había hecho historietas, y me adentré en un formato desconocido. Nunca pensamos desde nuestra subjetividad sino que todo es resultado de la fricción y el intercambio. También es cierto que, más allá de las coyunturas, siempre estás escribiendo las mismas cosas.

–Perramus y Etchenike, dos personajes que son investigadores. Además de soñar con ser futbolista y escritor, ¿soñaba ser detective?
–No, lo de la investigación es sólo literario, no tengo ninguna vocación de investigador. Tanto es así que soy periodista pero porque laburo en los medios, pero nunca me he dedicado a hacer indagaciones. Me gusta escribir en los medios por el soporte y porque se trabaja con un público real, pero lo mío no es la investigación periodística. Mis novelas tampoco tienen como interés dilucidar ningún secreto argentino, me interesan más las aventuras del personaje. Y la elección del género tiene más que ver con mis experiencias como lector que con una vocación oculta que pueda tener.

–¿Cuál es la relación entre los intelectuales y el fútbol?
–Uno es un varón argentino al que le gusta jugar a la pelota, ser intelectual es un accidente que se produce en un momento más tardío. La experiencia futbolera, sobre todo para los que vivíamos en el interior, es el juego. Es menos que una vocación y mucho menos que una profesión. Forma parte del placer. En mi niñez, se conocía al fútbol jugando y después mirándolo, mientras que hoy es al revés. Cuando uno elige lo que quiere hacer, puede tener al fútbol en un compartimiento separado de lo laboral o puede tenerlo unido. También hay una coyuntura que hace que hoy se escriba sobre fútbol. Eso antes no pasaba porque el sentido común no les daba permiso a los escritores para tocar ese tema.

–¿Cómo surgió Ver para leer?
–Sale del corazón de Telefé, es un proyecto de Claudio Villarruel de hace seis años. Él estaba pensando en un programa de libros a partir de algunos modelos que le gustaban, como El show de los libros, de Antonio Skármeta, que es muy bueno. Villarruel consideró que podía hacerse algo así en la Argentina y tuvo las ganas de concretarlo. Nos encontramos en el cumpleaños de 15 de mi hija Lola, porque es amigo de mi ex esposa y, charlando, me preguntó si yo haría algo así en la tele. Me pareció una oferta hermosa y le dije que me encantaría. Después vino la etapa de ajuste entre lo que me parecía que debía ser y lo que ya estaba armado. Por suerte acordamos muy bien cómo trabajar y el programa funcionó. Desde el comienzo estoy con Sonia Jalfin, que escribe los guiones; Federico Huber, el director que concibió la imagen del programa; Roxana Briski, que es productora, y el Niño Rodríguez, que es el que hace la escenografía.

–¿Cómo van a atravesar el Bicentenario con Ver para leer?
–Hablando de literatura argentina e historia, en forma cronológica. El Bicentenario va a estructurar el ciclo. Van a ser trece episodios que van desde la Revolución de Mayo hasta la actualidad, pasando por el rosismo, la Generación del 80, la llegada de la inmigración, la vanguardia de los años 20, el peronismo, los 70 y la democracia. Vamos a seguir con los viajes a las provincias. En cada programa van a aparecer tres o cuatro ciudades. En cuanto a los invitados, en el primero estuvo Andrés Rivera, otros serían Martín Cohen, Pacho O’Donnell, Ricardo Piglia y esperamos a Beatriz Sarlo. Estamos muy contentos.

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